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Giro político en Israel con Bennett a la cabeza del nuevo Gobierno

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Por Eduardo Zalovich *

Los partidos de la oposición se sentaron en los bancos de atrás de la Knesset y se negaron a guardar silencio. Bennett mantuvo la compostura y tuvo una réplica inteligente, diciéndoles que “el tono de sus gritos es tan fuerte como su fracaso”. 

Por otra parte, Netanyahu también recibió su cuota de interrupciones, pero su discurso fue mucho más duro e incluyó la promesa de intentar la pronta caída del Gobierno. No hubo ninguna señal de buena voluntad. La nueva coalición no va a recibir ningún período de gracia para demostrar su valía.

Estos hechos revelaron que, efectivamente, era hora de un cambio. Como dijo Lapid, su comportamiento recordó por qué era tan importante una rotación. Nadie puede objetivamente negar el enorme desarrollo del país, su fortalecimiento y las nuevas alianzas con naciones árabes durante la era Netanyahu. Le cabe un gran mérito por ello, pero la permanencia en el cargo estaba afectando seriamente su conducta. Los israelíes, que aman el sistema democrático, están en cambio dispuestos a dar al flamante equipo la oportunidad de demostrar su eficacia, según todas las encuestas. 

Después de la votación y la ceremonia de gala en la Residencia Presidencial, los nuevos ministros asumieron sus cargos. Ocho partidos integran la coalición, que encabezará dos años Naftalí Bennett y los dos siguientes Yair Lapid, quien asumió como canciller. 

El partido Yemina (“Derecha”) de Bennet cuenta con seis diputados, es nacionalista, liberal en lo económico y “halcón” en temas de seguridad. Pretende anexar la zona C de Cisjordania (Judea y Samaria), que los Acuerdos de Oslo dejaron bajo pleno control israelí. Las áreas A y B de dicha región están gobernadas de facto por la Autoridad Palestina presidida por Abu Mazen —sucesor de Arafat— desde Ramallah, mientras Gaza es el feudo del grupo terrorista Hamás.

Bennet apoyó con reparos el último plan de paz presentado por Washington —el mejor en toda la historia— y si se reanudan negociaciones directas podría ser más pragmático. Claro que para ello la dictadura palestina debería dejar de incitar a la violencia y de financiar a las familias de terroristas presos.

Los demás integrantes del nuevo Gobierno son el centrista Yesh Atid (17 legisladores) de Lapid, Tikvá Hadashá (nacionalista conservador, seis), Israel Beiteinu (derecha laica, siete), Kajol Laván (centro, ocho), Avodá (el histórico laborismo de Ben Gurión e Itzjak Rabin, siete), Meretz (socialista, seis) y Raam. Este último, con cuatro bancas, es un partido musulmán y se integra por primera vez en la historia a un Gobierno israelí. Nunca dirigió la nación una fuerza tan heterogénea.

El elemento unificador fue la convicción de que se debía terminar con el ciclo de Bibi, cuyas maniobras y promesas rotas lo enfrentaron duramente con sus antiguos aliados. Un tema personal, de falta de confianza en su palabra, que resultó más fuerte que las afinidades ideológicas.

Naftalí Bennet, de 49 años, nació en Haifa y formó parte de la unidad militar de Élite Sayeret Mankal, estudió Derecho y creó una empresa tecnológica cuya venta lo hizo rico. Representa la imagen del triunfador ideal que se hizo a sí mismo. Luego se integró a la política y se define como sionista —al igual que prácticamente todo el espectro político israelí— y religioso moderno, en contraste con los dos partidos “haredim” (ultra-ortodoxos) cuya vida está muy apartada del Israel moderno. Durante largo tiempo trabajó junto a Netaniahu, hasta que rompieron en 2008. 

Con solo seis escaños en el haber de su partido, ha sabido colocarse ahora en el fiel de la balanza del poder como árbitro imprescindible. Fue cortejado tanto por Netanyahu como por el líder opositor Yair Lapid. Ambos le ofrecieron dirigir conjuntamente el Gobierno mediante un pacto de rotación en el cargo, pero el segundo fue más generoso al cederle el primer turno. Lapid le inspiraba más confianza que Bibi, conocido por incumplir varios acuerdos con sus socios. 

En la polarizada sociedad actual, Bennett se presenta como un líder reunificador. Al mismo tiempo, su investidura marca un relevo generacional en el poder, junto con su aliado Lapid. Ambos vivieron la juventud tras la Guerra de los Seis Días, que definió en 1967 la superioridad militar israelí, y vieron al estado convertirse en potencia económica y tecnológica. Simboliza la pluralidad del Israel contemporáneo, como judío ortodoxo moderno y abierto al diálogo. El centrista laico Lapid, es el verdadero padre del “gobierno del cambio”. 

Bennett logró ir más allá de la imagen de un líder nacional-religioso y trascender la política religiosa para llegar a los votantes seculares y centristas. Cuando fue ministro de Educación lanzó un programa insignia para alentar a los estudiantes de secundaria a especializarse en matemáticas y física, argumentando lo importante que era para Israel y cómo el sistema educativo era el motor de la industria de alta tecnología de la nación. Significativamente apoyó el plan de abrir un sector del Muro occidental para oraciones igualitarias, conservadoras y reformistas.

El plan fue archivado debido a la presión haredí (ultraortodoxa), pero la moderación religiosa de Bennett quedó clara. Su pasión por mejorar la imagen pública israelí también fue algo que discutió con asociados cercanos, considerando la posibilidad de establecer una ONG para dirigir los esfuerzos. Durante la crisis del coronavirus encabezó los esfuerzos para tratar de lograr que el Gobierno transfiera la responsabilidad de la gestión de la pandemia a las FDI (Ejército israelí). Mientras que otros tardaron en reaccionar, Bennett se puso a trabajar. Hizo que las FDI suministraran tecnología e investigación al sistema de salud, inició el uso de hoteles como sanatorios para pacientes y luchó por la creación de un centro nacional de diagnóstico que realizara 100,000 chequeos diarios. Fue una muestra de ingenio en un momento en que muchos seguían confusos. 

Ante las elecciones de marzo de 2021, Bennett se negó a declarar a qué bando pertenecía, el bando pro-Netanyahu o el campo anti-Netanyahu, dejando abierta la posibilidad de hacer lo que concretó, unirse a Lapid y otros partidos opositores. Ahora supervisará una coalición difícil de gestionar, dividida ideológicamente. Sin embargo, el Gobierno tiene objetivos claros: aprobar un presupuesto de dos años, proporcionar a los ministerios las herramientas que necesitan y crear tranquilidad.

Si bien Israel viene recuperándose de las consecuencias de la pandemia, no faltan temas urgentes que requieren atención, desde la situación en las fronteras con Gaza y Hizbollá (que domina el sur libanés) o la amenaza iraní. Esta última es el mayor desafío, e Israel se ha comprometido a evitar que la dictadura teocrática de Teherán posea armas atómicas. Incluso si las potencias firman un nuevo acuerdo con Irán, Jerusalén aclaró que no participa del mismo. El recuerdo de Chamberlain intentando ingenuamente apaciguar a Hitler está muy presente en la memoria judía, y los intentos de Biden por retornar al acuerdo es percibido como muy peligroso.

Yair Lapid, quien asumió como ministro de Relaciones Exteriores, se ha preparado durante mucho tiempo para el cargo. Entra con experiencia, contactos y planes para renovar la diplomacia israelí. En particular, tiene claramente un fuerte deseo de fortalecer el Ministerio de Relaciones Exteriores (MFA) y su posición pública. Otros miembros de Yesh Atid han estado actuando hacia este objetivo, estableciendo un grupo en la Knesset para fortalecer el Servicio Exterior, avanzando para aprobar una Ley del Servicio Exterior. 

La coalición intentará avanzar sobre una serie de objetivos urgentes: reconstruir la confianza con Jordania, restaurar el apoyo bipartidista americano a Israel —amenazado por el ala izquierda del Partido Demócrata— fortalecer la cooperación regional y mejorar la difícil relación con Europa. Si bien es difícil que se logre un acuerdo de paz con los palestinos, dado las exigencias radicales que plantean, se podría fortalecer a los elementos moderados entre ellos, posicionando mejor a Israel en la región y el mundo.


Eduardo Zalovich es historiador viviendo en Israel.

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