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Biden no podrá repetir del todo la absurda política de Obama hacia China

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Durante la administración Trump, Washington decidió contener la proyección global del poder totalitario de Beijing. Reconociendo, de hecho, que enfrentaba una nueva superpotencia hostil a los Estados Unidos en otra guerra fría, que ahora incluía al comercio internacional a una escala inimaginable en tiempos del colapsado imperio soviético. 

Y era de esperar en el marco del realismo con principios que adoptó la administración Trump como filosofía de política exterior. También era necesario, porque la influencia de un Beijing, que durante demasiado tiempo se vendió en Occidente como políticamente inofensiva, económicamente convenientes y finalmente incapaz de competir realmente con Occidente, ni en tecnología de punta ni en el terreno militar, resultó todo lo contrario.

China ya es una superpotencia. Lo es desde hace poco tiempo. Pero porque ya lo es se atreve finalmente a desenmascarar sus intenciones de luchar por la hegemonía global. Y lo es porque el PCCh logró reestructurar una primitiva economía socialista de estilo soviético, en un nuevo modelo social-mercantilista que soporta un poder totalitario –con una ideología criminal– en la adopción limitada y controlada del “capitalismo” mercantilista de privilegiados y protegidos cómplices del totalitarismo. 

Y como me comentaba recientemente Sascha Hanning, que algunos disidentes chinos han notado algo que yo mismo tengo cierto tiempo notando, que mutatis mutandi ese modelo, en cuanto modelo, no es nuevo. Ya lo habíamos visto en la colusión de grandes corporaciones alemanas con el poder totalitario nacionalsocialista, en un socialismo que resultó un gran negocio para privilegiados y protegidos grandes industriales, leales al partido y a la ideología totalitaria. 

La ideología no es idéntica –aunque todas las ideologías totalitarias tienen mucho más en común de que admiten– y la tecnología actual permite el control social a una escala –alcance, profundidad y detalle– inimaginable en los grandes totalitarismos del siglo pasado. 

Hoy es tecno-totalitarismo. Pero la idea es la misma. A cambio de lealtad al partido, el Estado y su ideología totalitaria, hay lugar confortable para millonarios privados entre los privilegiados de un socialismo, que sigue siendo de planificación central, pero deja suficiente espacio para niveles de eficacia económica inimaginables en el modelo soviético. Es una combinación poderosa. Muy peligrosa. Y el Beijing de hoy la afinó mejor que el Berlín de entonces. 

Es el modelo de Beijing. Pero toda ventaja incluye algún peligro, la de una economía más grande y mucho más productiva que la soviética. Una muy integrada al comercio internacional –mediante el abuso de ventajas proteccionistas, manipulación monetaria, explotación esclavista y descarado robo de tecnología– ata las ventajas del superávit comercial, la influencia global a través de corporaciones privadas, la capacidad de inversión en el extranjero de ingresos provenientes del comercio internacional, el crecimiento y con él, cierta “legitimidad” de la “armonía social” en una antes inimaginable, aunque todavía limitada, prosperidad antes para millones de chinos comunes que hoy la disfrutan, al peligro de depender de mercados externos que pueden rendirse ante la tramposa estrategia comercial de Beijing. O combatirla. 

Y con la administración Trump la primera potencia del mundo decidió combatirla. De ahí la  plétora de restricciones que obstaculizan todavía la inversión china en Estados Unidos. El cálculo fue geoestratégico y de seguridad nacional. Pero con ramificaciones económicas muy claras. Trump, a su peculiar manera, lo resumió en “es una guerra comercial que podemos ganar”. Y era cierto. 

También una que Washington tenía que librar antes que fuera tarde. Especialmente tras la ilimitada y complaciente apertura de los Estados Unidos a Beijing durante la administración Obama. Que no fue sino llevar a sus últimas consecuencias una ceguera voluntaria y bipartidista, de larga data en Washington ante la amenaza ascendente del poder totalitario chino, como reconoció Pompeo en su histórico discurso del 9 de diciembre de 2020 en el Georgia Tech. Y una que Beijing apostó a detener mediante un Biden en la Casa Blanca.

La administración Trump decidió que Washington no podía permitir que China siguiera expandiendo su influencia global y fortaleciendo sus capacidades militares, mediante la manipulación de reglas comerciales, de su moneda, el robo de tecnología y la cooperación de sus empresas privadas y gobierno en el espionaje, para lograr acceso a investigación e industrias  occidentales especialmente sensibles. Comentaba recientemente en una previa columna que Biden y el nuevo y muy socialista partido demócrata, desearían regresar a la apertura ilimitada con China de Obama. Era un negocio fantástico para ellos. 

Y no me refiero a las presuntas corruptelas millonarias de Hunter, aunque también por ahí sería negocio para ellos. Si a algo apuesta Beijing para lograr influir sobre la política en Occidente es a la corrupción. Pero también porque les parecía “buen negocio” destruir empleos e inversión industrial en los Estados Unidos, a cambio del crecimiento en servicios y tecnología. Pero eso pasaba porque China siguiera siendo un imitador de tercera de tecnologías occidentales que robaba. 

Que jamás lograría vender tecnología –como sus propias redes sociales– fuera de su protegido mercado interno. Que nunca competiría con las grandes tecnológicas occidentales mejorando la tecnología robada. Que sería siempre una gran fábrica de alquiler, con mano de obra barata –e incluso esclava del Laogai– sin regulaciones ambientales, para fabricar lo que las corporaciones  woke de la cultura de la cancelación, jamás podrían producir en Estados Unidos a esos costes. 

Pero resultó otra cosa. Resultó un competidor serio de las empresas occidentales por sus propios mercados. Y de la primera potencia por la hegemonía global. Ni Biden, ni la mayoría de los demócratas lo quieren ver. Trump sí lo vio. Y Usted, amigo conservador, lo ve. Medio país lo ve. Y una parte del enemigo lo ve. Lo ven las grandes tecnológicas en plena colusión con el poder político para la totalitaria cancelación. En su propio interés, no en el del país. Pero lo ven. Así que la administración Biden no logrará repetir la absurda política de Obama ante Beijing sino de manera limitada. Pero comparado con Trump, para Beijing sigue siendo una victoria.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

1 comentario en «Biden no podrá repetir del todo la absurda política de Obama hacia China»

  1. Mas allá de la filiación política y juzgando por los resultados, parece q el liderazgo de China en latinoamerica es incontenible. En los ÚLTIMOS 4 AÑOS su influencia en nuestro continente ha sido una explosión, países y gobiernos, como Brasil, peru, colombia ahora dependen de china.

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