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Chile: La locura socialista y el arrebato de la gran joya de la corona

Chile

Chile es otro caso emblemático de cómo la izquierda socava las bases democráticas e institucionales a tal punto de destruir referencias para toda la región. La izquierda criminal no descansó hasta acabar con ese país. El caso de Perú, estudiado en el artículo anterior, evidencia cómo las heridas de un pasado que eclipsa todo debate alrededor de resultados, terminan por imponer una narrativa y un proyecto por parte de quienes no se cansan de poner los dedos sobre esas heridas, para que siempre estén abiertas.

Al final, la izquierda cuando gana elecciones, desmantela las instituciones desde adentro, pero cuando las pierden, destruyen los países desde afuera, incendiándolos. Es la única manera de hacer su proyecto sostenible: acabando con todo lo que sea una referencia de democracia, de libertad y de desarrollo.

Los chilenos ya habían padecido el socialismo, de manera breve, con Salvador Allende entre 1970 y 1973. Ese lapso de tiempo había sido suficiente para entender la magnitud de lo que sus políticas podían significar, entre la escasez y la inflación. Su proyecto, además de impopular y sin apoyo real y concreto de la Cuba castrista –junto con la determinación estadounidense de no dejarlo avanzar–, se deshizo muy rápido y terminó derrumbándose a la par del suicidio de Allende, luego del golpe de Estado que permitió que se instaurara la dictadura de Augusto Pinochet hasta 1990.

Pinochet Chile
Augusto Pinochet, dirigente de la Junta Militar chilena, en el curso de una conferencia de prensa en la Academia Militar de Santiago. Declaró que ningún pais, ni Estados Unidos ni cualquier otro, ha estado implicado en el golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende. EFE

Similar a lo que narrábamos en el artículo pasado sobre Perú con respecto al período de Fujimori, son muchos los cuestionamientos y condenas que pueden hacerse a la dictadura pinochetista, comenzando por sus masivas violaciones a los derechos humanos, el abuso en el ejercicio del poder, la falta de garantías democráticas y de libertad de expresión y un sinfín de elementos que jamás podrían justificar el apoyo a un gobierno de ese talante. No obstante, si en algo se destacó el modelo chileno, fue en su economía gracias a la influencia de los llamados “Chicago Boys”, pupilos de Milton Friedman, que hicieron posible el “milagro chileno”. Desde entonces, y sin obviar el costo político y humano de la dictadura, la economía chilena despegó, haciéndolo uno de los países más prósperos, con menos pobreza y desigualdad, con mayor acceso a bienes y servicios.

Todo lo anterior sería clave para que, una vez finalizada la dictadura pinochetista, Chile se abriera a un proceso de transición y de democratización que completaría su posicionamiento como el país de mayor referencia institucional de la región. No obstante, la izquierda siempre valiéndose del resentimiento que la caracteriza, buscaba la venganza por no haber podido consolidar el proyecto de Allende y, desde entonces, no hubo descanso hasta lograrlo. Esto no fue tarea fácil porque Chile maduró políticamente y logró, entre otras cosas, agruparse en la concertación de partidos democráticos, de amplio espectro ideológico, y de ahí en adelante sentar las bases para una alternabilidad entre la centroderecha y la centroizquierda, pero donde ni la izquierda ni la derecha tenían peso definitivo debido a las heridas de Allende y de Pinochet.

De algún modo, la derecha herida por la imagen de la dictadura y la izquierda asediada por el recuerdo de Allende dificultaban las posibilidades de cambios profundos que alteraran la estabilidad democrática a la que Chile había llegado después de la dictadura. De todos, quizás quien intentó ir más lejos fue Michelle Bachelet, sobre todo en su segundo mandato donde propuso abiertamente el cambio de la constitución e inició el proceso constituyente del que Chile no escapó luego, aunque aparentemente por otras circunstancias a las que Bachelet aspiraba y no logró del todo.

Allí es donde ha estado la gran herida de ese Chile modelo que se está desvaneciendo: La constitución de 1980. La izquierda no perdona que sea la constitución aprobada bajo la dictadura pinochetista, a pesar de las 52 reformas que ha sufrido desde entonces para ir dejando atrás la estela de la dictadura y consolidar un sistema de libertades y democrático. Pese al origen que tuvo, no es casual que ese sea el epicentro de la discusión alrededor del futuro de la nación austral.

Los cimientos que había movido Bachelet, a pesar de no haber tenido el resultado esperado en sus inicios, ya habían causado estragos y era muy difícil escapar de sus consecuencias. El segundo gobierno de Sebastián Piñera, entre 2018 y 2022, tuvo que enfrentar la decisión de una izquierda articulada dentro y fuera de Chile de sacudir el modelo que había hecho de ese país un ejemplo para el mundo y acabarlo, y no fue casual: lo hicieron con un gobierno identificado con la centroderecha, alegando que el sistema no daba para más. Era su oportunidad para robarse la joya más brillante de la corona.

La izquierda sabía que necesitaba tomar Chile para reivindicar su vieja herida socialista. Esperaron cualquier medida del gobierno de Piñera que les sirviera de excusa y bastó con que, en octubre de 2019, tras aumentar tarifas del transporte en Santiago, se incendiara todo el país en cuestión de días, precedido por protestas de similar naturaleza en Ecuador que no tardarían en llegar a Colombia. Todo estaba muy claro: había que encender Suramérica en los países donde la izquierda no gobernaba para mostrar la idea de que había descontento social con sus políticas y justificar la llegada de la izquierda y sus revoluciones.

Así, la marca de “estallido social” terminó imponiéndose, valiéndose de legítimos descontentos y desgaste, para incendiar y acabar con estaciones de metro, edificios públicos y demás, incluso con bots extranjeros, desde Venezuela y Rusia, alentando la violencia. Lo que comenzó como una supuesta reivindicación social, terminó por pedir las cabezas de los tres presidentes catalogados “de derecha” en la región para entonces, y en Chile querían que Piñera cayera como fuera. Apenas tres meses antes, en Caracas, se había reunido el Foro de São Paulo y había definido un plan que se estaba concretando en la región en llamas. Les urgía acabar con las democracias liberales que daban resultados y se valieron de que sólo se basaban en los logros y no se comunicaban con sus sociedades efectivamente, para alimentar un descontento muy peligroso y artificial en buena parte, donde estos gobiernos simplemente revertían políticas de sus antecesores de izquierda que habían traído problemas y ocasionado parte de las situaciones económicas y sociales.

Chile, El American

Un gobierno descolocado, quien anunciaba estar en guerra, terminaba disculpándose en medios y retractándose, mientras le quemaban el país. Retrocedía, mientras el chantaje de los violentos se impuso. Tanto lo lograron que Sebastián Piñera tuvo que convocar un proceso constituyente a finales de ese año para lograr una nueva constitución para Chile. El sueño de la izquierda se hacía realidad y era su oportunidad para acabar con el modelo de éxito que ese país representaba. De allí en adelante, una buena parte de la sociedad chilena abría la caja de pandora, con ánimo de aventurarse a algo nuevo disfrazado de cambio y con una clase política tradicional entre expectante y paralizada al no saber qué hacer. Era muy tarde.

El 26 de abril de 2020, con la mayor participación electoral de la historia, 7.5 millones de chilenos salieron a decidir si querían una nueva constitución. El 78,3% votó a favor y que fuera a partir de una convención constituyente con el 100% de sus miembros electos en un nuevo proceso que permitió a la izquierda ganar la mayoría. El asedio por parte de esa izquierda, la campaña permanente contra el modelo, la herida histórica y la debilidad en tomar decisiones oportunas, condujeron a que la sociedad chilena se disparara al pie, sin contemplaciones, jugando a la aventura. Hoy, muchos se arrepienten.

Como toda bola de nieve, entre las debilidades políticas de la derecha y centroderecha y en medio del chantaje institucionalizado y la narrativa comprada por muchos, la consecuencia directa de esto fue que Chile, además, eligiera meses después, en segunda vuelta, a Gabriel Boric, de izquierda, vinculado al socialismo y al comunismo y uno de los líderes, “casualmente”, de las primeras protestas contra Piñera en su primer gobierno, en 2014, cuando se abría en Chile el debate sobre la educación universitaria y cuando Boric era Presidente de la Federación de Centros Universitarios de Chile.

Sí, 55.87% de los chilenos votaron por quien reivindicaba las ideas de Allende. Las mismas ideas que los chilenos, décadas atrás, habían padecido. Muchos de esos votantes eran jóvenes que no vivieron esa época y que nadie les contó de qué se trató. Peor aún, la corrección política, el miedo y la herida histórica, hicieron que muchas cosas no se dijeran en Chile. Los más adultos, que vivieron parte de aquella época, reaccionaron a tiempo, pero ya no eran mayoría. El proyecto había avanzado, apoyado por la izquierda continental y con el propósito de que Chile nunca más fuese lo que fue.

Haber abierto la caja de pandora hace de Chile, hoy, un país incierto. La constitución que los había posicionado en el mundo, está en riesgo de muerte, mientras una locura constitucional corre el riesgo de aprobarse. Además, los gobierna la izquierda, sin ningún tipo de disfraz y donde hasta el ministro de la secretaría de la presidencia, Giorgio Jackson, es fundador y promotor del Grupo de Puebla. Y todo lo han votado los chilenos.

Con Gabriel Boric víctima de sus propias contradicciones y con la intención de tocar los ahorros de los chilenos y desmantelar las instituciones que han mantenido de pie ese país- siguiendo el guion descrito en el primer artículo de esta serie- no se sabe qué puede pasar, como tampoco se sabe cuál vaya a ser el texto constitucional que finalmente se proponga a los chilenos para que aprueben o rechacen el próximo 4 de septiembre. Lo cierto es que la convención constituyente, en su mayoría de izquierda, está dejando al descubierto la manera de acabar con un país, con debates absurdos y cambios peligrosísimos que, de aprobarse, dejarán al Chile referencial que conocimos como una pieza de museo.

La pregunta que corresponde hacerse es si los chilenos serán capaces de aprobar un documento que ratifica la sentencia a muerte que ya decidieron aceptar la primera vez. La sensatez diría que no, pero ellos quisieron jugar a la aventura de cambiarlo todo, creyendo que no perdían nada y creyendo que lo que vivían estaba mal. También decidieron aventurarse a elegir a un gobierno de corte Allendista, cuando se suponía que era tema superado porque las secuelas estaban a la vista.

¿Se volverán a disparar al pie? ¿La clase política asumirá su rol y evitará el desastre? ¿Será muy tarde? Sólo el tiempo dirá. Lo que queda claro es que Chile ya no es el mismo. Quizás algo de lo que se le admira a su institucionalidad pueda salvarse y mantenerse, pero dependerá de los propios chilenos y de sus dirigentes estar a la altura o saltar al vacío. Seguro hay mucho por mejorar, pero no será borrar el pasado lo que lo permitirá, sino avanzar a partir de lo aprendido de él.

Chile, lamentablemente, es un ejemplo de cómo una sociedad se puede suicidar sin contemplación.

Disparo al pie” es una serie de seis artículos de Pedro Urruchurtu para El American

Pedro Urruchurtu, is a political scientist. He is the Vice President of RELIAL and coordinator of International Affairs for the Vente Venezuela party // Pedro Urruchurtu es politólogo. Vicepresidente de RELIAL y coordinador de Asuntos Internacionales del partido Vente Venezuela

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