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La cotidianeidad de lo irreal: Messi, su legado y la despedida que no merece

La cotidianeidad de lo irreal: Messi, su legado y la despedida que no merece

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Contractualmente, todo empezó con una servilleta. Ni el más creativo de los escritores se hubiese animado a escribir semejante paradoja: el primer contrato de Lionel Messi, el mejor jugador de la historia del FC Barcelona —y en mi opinión del fútbol— fue «amarrado» con una firma sobre un papel informal. Ese pedazo de papel fue llevado a un notario y pasó a la historia como el primer documento oficial que estrechó el lazo de la relación futbolística más emocionante de este siglo. Messi y el Barça, sinónimos futboleros, la pareja definitiva del deporte rey.  

No son solo las ovaciones en el Camp Nou tras un caño, los títulos levantados, las melódicas asistencias repartidas o el susurro del balón al entrar en contacto con la red. Va mucho, pero mucho más allá. Messi llegó a Barcelona, su ciudad de vida, desde muy joven, allá en el año 2000, a los trece años. Un chico argentino, de Rosario, llevaba consigo dos pesares: la enfermedad que le podía trastocar su carrera y la lejanía de la familia. Sin embargo, el destino del mito era mucho más fuerte que cualquier traba en el camino.

Messi y la cotidianeidad de lo irreal

Así como se le ve gambeteando rivales desde que tiene cuatro o cinco años, Messi fue sorteando obstáculos toda su vida. En Argentina no le quisieron pagar su tratamiento, pero en Barcelona sí, y menos mal fue así, porque lo que logró en tierras catalanas no se le vio a nadie más y difícilmente se vuelva a repetir.

Su palmarés habla por sí solo: 10 ligas españolas, 7 copas del rey, 8 supercopas, 4 Champions (en 3 de ellas como figura descollante), 3 supercopas europeas, 3 mundiales de clubes; un total de 35 títulos. En distinciones individuales, los récords fueron pulverizados sistemáticamente: máximo goleador histórico de la liga española, máximo goleador histórico de un mismo club, máximo asistidor en la historia del deporte y máximo ganador de balones de oro. Me faltan muchos más, pero no hace falta nombrarlos todos. Messi marcó una era.

El periodista argentino Juan Pablo Varsky, quién si no, fue el que bautizó la épica de Messi como La rutina de lo extraordinario. Sin ánimos de equivocarme, lo hizo en 2017, justo el día después de que Lionel marcó el 3-2 ante el Madrid en el Bernabéu —su segundo hogar— al minuto 92. Aquel clásico fue un espectáculo, probablemente uno de los mejores de la historia reciente; y aquella celebración de Leo no pudo ser más histórica, sacándose la casaca y mostrando su dorsal 10 en el templo blanco.  

La cotidianidad de Messi en el Barcelona fue irreal. No solo por sus absurdas estadísticas, que al final no dejan de ser números, sino por su evolución como jugador. Lionel pasó de ser un picante extremo —agitador y regateador— a un falso 9 con Pep; ese técnico brillante que cambió la forma de ver el fútbol entre 2008 y 2012. Si lo que Guardiola y Messi lograron juntos fue inmenso, elevando al argentino hasta la máxima expresión individual, lo que hizo Leo por su cuenta no tiene registro en este deporte.  

Los últimos partidos del argentino en el Camp Nou fueron a puerta vacía. (EFE)

Messi fue evolucionando acorde a lo que el juego, su equipo y contexto le pedía. En 2014-2015 —con la llegada de Suárez— ya no podía ser falso 9; no porque no pudiera, sino porque el Barcelona lo necesitaba en otro lugar. Entonces se recostó en la derecha, como punto de partida, pero con la libertad de adueñarse de la zona de gestación y empezar a conectar con todas las líneas en ofensiva. Fue así como Messi volvió a ser extremo y a convertirse en el futbolista total que presenciamos los últimos 3-4 años.

Se empezó a cerrar hacia al centro, pero en zona de volantes. A crear, combinar y generar sociedades. En algún momento, como número cinco, distribuyendo. En otros, de diez u ocho, alimentando a los delanteros; también de enganche y luego, como siempre, llegando al área, porque el gol nunca podía desaparecer.

Las carencias creativas del Barcelona y la propia transformación de Messi obligaron o llevaron al argentino a entender todas las fases del juego ofensivo. Por eso, en su primera etapa en el primer equipo, se vio al Messi más «bruto», es decir, el diamante que necesitaba pulirse. Bajo el manto de Pep (Guardiola) se forjó el Messi más letal; tácticamente indescifrable y con el contexto idóneo para romper cualquier dato que le pusiera enfrente. En la era post Pep, llegó el Messi más divino; de futbolista irrepetible a irreal.

Su legado

Curiosamente, este último Messi fue el que más sufrió, cargando el peso de la debacle económica del Barcelona, generada por la pésima gestión de Bartomeu y compañía. Al Messi celestial lo maltrataron, insultaron y traicionaron al punto que decidió rebelarse, anunciando su intención de salir a través de un burofax. Probablemente nunca quiso irse, pero ese documento, enviado el año pasado, fue el principio del fin de la peor junta directiva que vio pasar el Barcelona. Hasta en eso ganó Messi.

Cabizbajo y deprimido, luego del burofax, Messi tuvo uno de sus peores arranques de temporada; pero se enchufó a medio curso. Hasta el alumno más aplicado pasa por momentos de sosiego. Empezó a marcar, a jugar y a divertirse; enrabietado por las críticas, decidió callarlas liderando a un equipo que necesitaba una referencia de líder. No podía ser otro que Lionel.

Luego del mal cierre de temporada por la liga y la temprana eliminación en Champions, al menos el Barça pudo levantar títulos, con la Copa. Messi, en verdad, quería seguir en el Barcelona; atrás había quedado el burofax, Bartomeu y las trágicas eliminaciones europeas. Por mucho que se le pueda criticar a Koeman, al menos creó un contexto donde el equipo funcionaba para Messi y Messi para el equipo; logrando convencer al argentino de que su idea sí podía funcionar.

El legado de Messi no son solo los títulos y goles, es el sentido de pertenencia. Si algo no se le podrá reprochar al argentino es el amor que profesó por el escudo que defendió. El dinero no le importó, pues él mismo ofreció bajarse el salario para quedarse. Se mantuvo firme, además, en los momentos deportivos más trágicos. Y si termina yéndose no será porque le faltaron intenciones de seguir. Pocos futbolistas en la vida representaron con tanto cariño al club que los vio nacer.

La cotidianeidad de lo irreal: Messi, su legado y la despedida que no merece
En 2015, el FC Barcelona logró un triplete de la mano de la MSN. Tridente confirmado por Messi, Suárez y Neymar. (EFE)

La despedida que no merece

Pero el cuento, al parecer, no termina tan bien como empezó. Si una historia arranca con una simbología tan fuerte como una servilleta firmada y se desarrolla con la carrera única de Messi, muchos esperan que el final sea con una despedida pletórica; con el Camp Nou coreando su nombre y con Lionel alzando algún título. Hoy eso, por más que duela, parece que no ocurrirá.

Aunque todo estaba encaminado para lograr un vínculo largo, con Messi firmando un contrato por varios años más, los problemas económicos blaugranas y las estrictas reglas de LaLiga impiden que el Barcelona pueda inscribir al argentino. Este problema ya se había planteado y no era un secreto, pero nadie se imaginó que Laporta y su junta no podrían hacer malabares con los números y poner a Messi en nómina. Entonces, el 5 de agosto, el Barcelona oficializó que Lionel Messi no seguirá.

Es un baño frío. Un golpe de realidad. Aquellos que crecimos viendo a Lionel, desde pequeños, estamos especialmente afectados. Tenemos que hacernos la idea de que lo que comenzó con una servilleta firmada no terminará con una despedida a la altura de las circunstancias. Que el último partido de Messi con el FC Barcelona fue una descafeinada derrota liguera. La sensación es que, en los últimos años, el mejor Messi fue maltratado y desperdiciado. La incomprensión desde Argentina trasladada a tierras catalanas y el cariño catalán trasladado a Argentina, donde a Messi se lo valora sin ningún tipo de reticencia desde hace tiempo.

El hincha culé sufre, así como sufre aquel que tenía como sueño de ver a Messi jugando con la 10 en el Camp Nou. Hoy muchos no podrán cumplir ese deseo.  

LaLiga también pierde un montón con la salida de Messi. Es, por lejos, el activo más valioso de su historia. Primero se fue Neymar, después Cristiano, ahora Lionel. Poco a poco, y ante la creciente evolución de la Bundesliga, la Serie A y la Ligue 1; España va perdiendo su lugar en el top-3 de las ligas más importantes.

Es triste este final porque el traje de one-club man que se puso Messi durante dos décadas fue el más difícil y pesado de llevar. Impulsó al FC Barcelona a la cima del mundo y lo sostuvo en los momentos de apremio. Su salida, dolorosa para él y su entorno, lleva tatuada un final inmerecido; pues ese comunicado o cualquier vídeo publicado en alguna red social no va acorde a su figura de leyenda.

El vídeo del FC Barcelona para despedir a Messi. (YouTube)

Tenemos que despertar. El tiempo pasa, vamos creciendo y las historias se van deshilachando. Messi, aquel pibe que llegó a Barcelona para vivir su complicado sueño, dará otro paso en su carrera.

Es increíble, pero parece que el fútbol va llevando a Lionel a romper cada uno de sus «pendientes». Ganó un título con su Selección y ahora, probablemente, irá a gobernar en otro reino, como muchos de sus críticos pidieron. Sin embargo, y aunque suene cliché, Leo siempre será blaugrana. Donde siempre permanecerá en la retina de los hinchas y será querido.

Emmanuel Alejandro Rondón is a journalist at El American specializing in the areas of American politics and media analysis // Emmanuel Alejandro Rondón es periodista de El American especializado en las áreas de política americana y análisis de medios de comunicación.

Contacto: [email protected]

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