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El infierno que creó Hamás y la división interna de Israel

Hamás, El American

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Por Eduardo Zalovich

Gaza es una franja de 360 km2, con costas sobre el Mediterráneo y fronteras con Israel y Egipto. Sus playas son las mejores de la región, y ocupa un lugar geográfico de privilegio para convertirse en un paraíso turístico.

En 2005 Israel abandonó la totalidad del territorio, quedando bajo control de la “Autoridad Nacional Palestina” (ANP) dirigida por el movimiento “Al Fataj”, el cual había firmado los Acuerdos de Oslo (1993) con el estado hebreo, generando firmes esperanzas de paz. En 2007 Hamás tomó poder en Gaza, expulsando violentamente a los gobernantes leales a Abu Mazen, sucesor de Yasser Arafat, que controla las zonas autónomas palestinas de Cisjordania.

Consolidado su poder, Hamás invirtió fortunas en la construcción de túneles para traer armas desde Egipto, además de producir masivamente misiles y lanzaderas. En la práctica, Gaza se convirtió en un pequeño estado teocrático, siguiendo el modelo iraní, y enfrentado a Ramallah. 

 Su objetivo declarado es “establecer un estado islámico en lugar de Israel”. La educación inculca desde la jardinera que ser un mártir de la causa es ganarse el cielo de inmediato. Y mártir es, según Hamás, todo aquel que asesina “infieles” para expandir el Islam. En cualquier rincón del mundo. Es curioso como sectores “progresistas” europeos o el ala izquierda del Partido Demócrata de Estados Unidos pueden sentir empatía con una dictadura teocrática, medieval, que niega todo derecho a las mujeres y fomenta el casamiento de niñas con hombres que podrían ser sus abuelos.

Hamás, El American
(BBC)

Según la analista argentina Karina Mariani “no es casual que sus comandos operativos y depósitos estén en zonas residenciales, los cohetes se disparan desde allí y las fallas que lógicamente se producen hacen que caigan en la propia Franja de Gaza matando civiles, además de convertirlos en un blanco militar si se quiere neutralizar la base de lanzamiento.

El drama humanitario existe, y consiste en tener a una población gobernada por terroristas”.  Criticar las políticas de una nación no significa odiar a esa nación ni a sus habitantes. Negar el derecho de esa nación a existir y desear que sus habitantes sean tragados por el mar, sí es odiar.

“Hoy, nuevamente, Israel está bajo el ataque de una organización terrorista cuya finalidad es la desaparición de los judíos y de su nación de la región que habitaron desde hace casi 40 siglos. Que conste la evidencia arqueológica para disipar debates acerca de quién llegó primero”. Las autoridades palestinas de Gaza jamás invirtieron en tecnología defensiva. “Es que, a los fines del terrorismo, buenos son los mártires. Por eso Israel tiene el escudo para defender a los suyos y Hamás tiene misiles para tirar a rolete y donde caigan, caigan. Cada uno tiene sus prioridades”.

Ideología, terror y dictadura

Hamás, El American
“Del lado palestino, con Abu Mazen debilitado y Hamás privado de su antigua fuerza militar, debería surgir un liderazgo nuevo, comprometido con la paz y el reconocimiento a la legitimidad de Israel”. (EFE)

Hamás implantó un Gobierno islámico en 2007, reprimió toda oposición e impuso el cumplimiento radical de los principios musulmanes en todos los aspectos de la vida (Sharia). La organización Human Rights Watch denunció en múltiples ocasiones “graves violaciones a las leyes humanitarias”.

Hamás no reconoce la legitimidad de Israel y ha definido el diálogo entre árabes y hebreos como una pérdida de tiempo. Apoya los asesinatos como medio para lograr sus objetivos. Además de las operaciones violentas, desarrolla una política social a través del mantenimiento de escuelas y hospitales, lo cual le valió el apoyo inicial de la opinión pública. 


Desde que asumió el poder la comunidad internacional se opone a prestar ayuda financiera o reconocer como legítimo al Gobierno gazatí, debido a su rechazo a los tres puntos básicos exigidos por la ONU para alcanzar la paz: reconocimiento de Israel, renuncia a la violencia terrorista y aceptación de los Acuerdos de Oslo firmados entre ambos pueblos.


En esta última etapa, todo comenzó con ataques a la policía por parte de miles de musulmanes que rezaban en la mezquita de Al Aksa, la tercera más sagrada para el islam, durante el Ramadán. La respuesta fue el ingreso de fuerzas de seguridad a la propia mezquita, desalojando al público y arrestando a decenas de hombres que lanzaban piedras y cócteles molotov. Este hecho causó la furia del mundo musulmán, al menos de sus sectores radicales. En medio de esta realidad, Hamás amenazó con bombardear todo Israel. Cumplió su amenaza. Incluso, sorprendentemente, disparó misiles hacia Jerusalén, ciudad sagrada también para los musulmanes.


Los disturbios no fueron espontáneos. Hamás entrenó a sus cuadros y acumuló explosivos que fueron llevados hasta el Monte del Templo, donde se encuentra Al Aqsa, al lado del Muro de los Lamentos y cerca de la Iglesia del Santo Sepulcro. Calculando que la reacción hebrea a los misiles lanzadossería moderada, Hamás cambió las reglas del juego, haciendo a Jerusalén parte de la ecuación: los actos israelíes para restablecer el orden serían respondidos desde Gaza. Sin embargo, erró por lejos al evaluar la respuesta. Esta vez, Israel no actuó con la contención que esperaban.

La elección estratégica hebrea fue no detenerse sin dejar una profunda herida en Hamás, destruyendo la capacidad militar de la organización y sus aliados de la Jihad islámica. Como ocurrió con Hezbollah en 2006, donde el golpe llevó a Nasrallah a aceptar su error públicamente y mantener la frontera libanesa -salvo actos esporádicos- silenciosa desde entonces.


La ofensiva sobre Gaza apunta a lograr “un largo periodo de calma, confiando que lo hecho será suficiente para que la infraestructura de Hamás quede tan dañada que no pueda ser reconstruida por su propia fuerza”, afirmó la Cancillería. Israel afirma que Hamás utiliza —desde siempre— a su propio pueblo como escudo humano. Asimismo, un 30 % de los misiles lanzados no caen en territorio israelí sino palestino hiriendo y matando a civiles. 

Hamás esperaba ganar las elecciones palestinas, canceladas por el presidente de la ANP, Abu Mazen. Coincidiendo con el fin del Ramadán y la conmemoración de su derrota en la guerra de 1948, comenzó los ataques a territorio israelí.

En los diez días de conflicto “se han lanzado 3,900 misiles desde Gaza hacia Israel” —declaró Ionatán Korninkus, vocero del ejército— agregando que “la Cúpula de Hierro tuvo éxito en interceptar al 90 % de los disparos”. Unos 500 cohetes lanzados desde Gaza cayeron en la misma franja.

Víctimas y división en la sociedad israelí

Hamás, El American
“Dentro de Israel y a raíz del conflicto, emergió una crisis social entre la mayoría judía junto a los sectores integrados al país —drusos, cristianos— frente a gran parte de la ciudadanía árabe, que alcanza el 18 % de la población. Se produjeron agresiones y enfrentamientos en ciudades de población mixta”. (EFE)

Toda guerra o enfrentamiento armado es una tragedia humana. Siempre mueren inocentes. Y el caso que nos ocupa no es la excepción. Lo excepcional es la cobertura mediática, que no existe en conflictos mucho más sangrientos, sea en África, Turquía, Kurdistán o Siria. Ahora, ¿por qué si Hamás disparó a zonas pobladas miles de misiles, causó 12 víctimas mortales y ellos perdieron 180 terroristas y 50 civiles?

La respuesta reside en la tecnología; Israel creó el sistema antimisiles “Cúpula de Hierro”, que intercepta en el aire a los que van a caer en pueblos y ciudades y “deja pasar” los que se desvían a zonas abiertas. Si no fuera así, habría incluso más muertos que en Gaza, pues Hamás apunta directamente a la población, mientras que la aviación hebrea apunta a la estructura militar y los dirigentes terroristas. Obviamente que en esta situación hay víctimas inocentes, ajenas a todo, como los niños. Y esto es sin duda lo más trágico. La pregunta clave es quién es el responsable político de la tragedia. Y la respuesta es clara: Hamás.


En menos de un siglo Israel se convirtió en una nación poderosa y democrática. De hecho, es el único país de la región que puede ostentar dicho título. Hace algunas semanas, el presidente de la ANP, ante su posible derrota electoral, suspendió los comicios. La escalada actual se debe en parte a ganar la calle palestina, indignada por la corrupción oficial que hace desaparecer toda ayuda humanitaria del exterior y tras 15 años sin poder votar.


Dentro de Israel y a raíz del conflicto, emergió una crisis social entre la mayoría judía junto a los sectores integrados al país —drusos, cristianos— frente a gran parte de la ciudadanía árabe, que alcanza el 18 % de la población. Se produjeron agresiones y enfrentamientos en ciudades de población mixta.

En Lod se incendiaron cinco sinagogas, y se agredió a personas identificadas como judíos o musulmanes. Se quemaron autos y varios negocios. Incluso el martes pasado se convocó un paro nacional de los ciudadanos musulmanes, que demostró la existencia de una parte importante de esta comunidad que no se siente integrada. No es difícil medir que porcentaje de dicha población son quienes así se sienten. En las últimas elecciones, los árabes israelíes votaron divididos.

La “Lista Unificada”, identificada con los palestinos, obtuvo seis legisladores en 120, mientras una escisión moderada liderada por Manzur Abbas obtuvo cuatro. Este último declaró que “ya es momento que asumamos que somos israelíes y participemos del gobierno del país, defendiendo los intereses de nuestra comunidad, y dejando los temas internacionales que nada nos aportan más que aislarnos”. Abbas es clave para formar un gobierno pues sus legisladores pueden darle la mayoría a Yair Lapid, líder opositor encargado de formar gobierno, o al actual premier Bibi Netaniahu.
 

Hamás, El American
“Obviamente que en esta situación hay víctimas inocentes, ajenas a todo, como los niños. Y esto es sin duda lo más trágico. La pregunta clave es quién es el responsable político de la tragedia. Y la respuesta es clara: Hamás”. (EFE)

El futuro depende, pues, de la evolución tanto en Israel como en Gaza y Ramallah, tras una tregua que deberá ser de largo alcance, de quienes asuman el liderazgo político. Del lado israelí el sistema democrático permite que el proceso se maneje con libertad, aunque el diálogo está trabado y son posibles quintas elecciones en dos años, si no se logra la mayoría de 61 diputados.

Del lado palestino, con Abu Mazen debilitado y Hamás privado de su antigua fuerza militar, debería surgir un liderazgo nuevo, comprometido con la paz y el reconocimiento a la legitimidad de Israel. Sólo una conjunción de estos hechos permitiría cerrar el círculo de paz en la zona, tras los Acuerdos de Abraham, que sumaron a Egipto y Jordania otros cinco países árabes que establecieron relaciones diplomáticas con Israel.

El proceso es complejo, pero ya es tiempo de terminar con un conflicto que no puede ser eterno, aunque lo parezca. Sin duda un segundo mandato de Donald Trump hubiera sido de mayor ayuda para disuadir a Irán y sus clientes palestinos.


Eduardo Zalovich es historiador viviendo en Israel.

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