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Nikole Hannah-Jones y su admiración por la tiranía castrista

Castrismo, El American

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Por décadas la dictadura cubana, encabezada por los Castros y hoy presidida por Miguel Díaz-Canel, ha sido capaz de crear un relato favorable a su gestión que sortea la realidad de la isla. El modelo socialista implementado en Cuba trajo ruina, miseria y muerte a los cubanos; sin embargo, astutamente, el oficialismo logró vender su versión de la historia a diversos medios de comunicación, organizaciones, oenegés y celebridades. Tontos útiles que, en definitiva, miran a un lado ante la tragedia humana y abrazan sin reparo la causa castrista. Nikole Hannah-Jones, autora del cuestionado 1619 Project, es una de las que se tragó y difundió el relato de la tiranía comunista.

Hay dos evidencias, recientemente destapadas, que exhiben la admiración de Nikole Hannah-Jones por la revolución cubana. La primera prueba data de septiembre del 2008, en un artículo de opinión para el medio The Oregonian titulado «La Cuba que no conocemos», allí la autora se llenó de elogios para Cuba y, además, enalteció por completo los sistemas educativo y sanitario impuestos por el castrismo. La segunda prueba, mucho más reciente, data de 2019, cuando Hannah-Jones conversaba con el presentador Ezra Klein, en un podcast de Vox. En dicha entrevista, la escritora dijo que Estados Unidos debía seguir los pasos de Cuba en cuanto la eliminación del racismo sistémico.

El artículo de 2008: una apología ficticia  

Si la máxima obra periodística de Nikole Hannah-Jones, The 1619 Project, es objeto de todo tipo de críticas por su intrínseco sesgo ideológico y por carecer de base fáctica; su artículo «La Cuba que no conocemos» no se queda atrás en cuanto a manipulación y desinformación.

Primero, Hannah-Jones se da el tupé de pasar por alto la trágica realidad cubana y sugiere que la información que nos llega sobre la isla es sesgada por la presencia del Gobierno americano: «Gran parte de lo que sabemos proviene del Gobierno de Estados Unidos —que está trabajando activamente para derrocar el régimen de Fidel Castro (y ahora de su hermano Raúl) — y de los pocos periodistas americanos que se encuentran allí. Conocemos bien la historia: Cuba es pobre. Cuba es comunista. Cuba viola los derechos humanos y reprime la disidencia».

Luego, la autora procede a describir su viaje por la isla y a difundir los mitos de los éxitos de la revolución.

«Este verano viajé a Cuba con seis periodistas, documentando las experiencias de la diáspora africana en el hemisferio occidental para el Instituto de Estudios Avanzados de Periodismo de Carolina del Norte. Mientras estaba allí, encontré una Cuba que quizás no conozcas. Una Cuba con una tasa de alfabetización del 99.8 por ciento, la tasa de infección por VIH más baja del hemisferio occidental, universidad y sanidad gratuitas».

Cita del artículo “La Cuba que no conocemos”, de Nikole Hannah-Jones.

En una parte del texto, la escritora afirma que el embargo de Estados Unidos ha destrozado le economía cubana y que la “educación” es primordial para la revolución socialista.

«Un aplastante embargo americano ha garantizado la baja renta per cápita de Cuba y el desmoronamiento de sus infraestructuras. Sin embargo, Cuba cuenta con una de las tasas de alfabetización más altas del mundo. Al igual que en Estados Unidos, algunos niños cubanos asisten a escuelas con terrenos ordenados y suelos relucientes, mientras que otros se sientan en pupitres decadentes en edificios deteriorados. No hay más de 20 alumnos por profesor, y más de 600 escuelas rurales con cinco alumnos o menos (…) La educación es la piedra angular de la revolución».

Asimismo, la autora no deja pasar la brillante oportunidad para alabar el sistema de salud público cubano: «El sistema sanitario universal de Cuba es considerado por muchos un modelo mundial. Las clínicas de barrio y los hospitales municipales ofrecen tratamiento gratuito, incluida la corrección de la vista con láser y la cirugía estética para arreglar deformidades. Los medicamentos para el VIH y el SIDA son gratuitos. La mayoría de las clínicas se las arreglan con equipos anticuados y escasez de suministros. Sin embargo, la proporción de médicos por paciente es mayor que en Estados Unidos, y los cubanos viven más que nosotros».

Hannah-Jones dijo en aquella ocasión, «Los periodistas tuvimos mucha libertad para viajar por La Habana: sin controladores, sin monitores. Pudimos comprobar que Cuba no es el gran mal que nos han hecho creer».

No obstante, admitió que la vida para muchos cubanos es difícil, e incluso llegó a poner la cita de una hombre cubano que le admitió que se veía sin futuro dentro de la isla.

«En Cuba, estoy echando a perder mi juventud porque (nosotros) no tenemos futuro, sólo la misma monotonía», dijo el joven para luego comentar «me da miedo hablar de eso».

El miedo de ese joven cubano, seguramente aterrado porque en Cuba la libertad de expresión es algo que no aplica ni para periodistas ni ciudadanos comunes, no pareció cautivar a Hannah Jones, que finalizó su texto minimizando el hecho: «Pero incluso esto desmiente una caracterización fácil. Los pobres de nuestro país cuentan historias similares. En este sentido, la Cuba que usted no conoce ofrece una lección. Ninguna nación produce sólo males. Ninguna nación, sólo el bien. La verdad, como siempre, está en algún lugar del medio».

Por más que hable del camino del centro, en ninguna parte de su texto Hannah-Jones habla de la versión no-oficialista con respecto a Cuba, pues ella de arranque la minimizó grotescamente.

El primer mito que debe desmentirse sobre el artículo de la ganadora de un premio Pulitzer tiene que ver con el embargo americano a la isla, pues es falso que Cuba está destruida económicamente por esta política.

Para empezar, el embargo americano solo aplica para empresas americanas, es decir, Cuba tiene el derecho de comerciar con un 85 % del resto del mundo y lo hace. El problema es que sus exportaciones no dan dividendos suficientes, el valor agregado del azúcar o el tabaco no produce desarrollo, y todo se agrava bajo un sistema totalitario comunista donde el sector privado es inexistente y todo es manejado por el aparato estatal. De hecho, gran parte del bloqueo que impide a los cubanos el acceso a ayuda humanitaria, alimentos, medicinas, insumos básicos o productos de higiene viene por parte del régimen. El embargo americano, además, tiene una serie de excepciones que no limitan las importaciones hacia Cuba mediante una licencia.

El segundo mito es la propaganda castrista sobre el éxito educativo. De acuerdo con un trabajo de Franco M. López en colaboración con Santiago Remón para la Fundación Internacional Bases, «El régimen cubano siempre ha propagado la idea de una Cuba destruida en materia sanitaria y educativa antes de la llegada de Fidel Castro al poder. Sin embargo, según la propia UNESCO, en 1958, Cuba dedicó el 23 % de su presupuesto público total a la educación, el porcentaje más alto de América Latina. Su tasa de alfabetización en 1960 era del 79 %, en comparación con el 65 % y el 60 % en México y Brasil, respectivamente».

Es decir, antes de la revolución cubana, la isla gozaba de un importante nivel de alfabetización y presupuesto educativo.

En 2016, Glenn Kessler, verificador de hechos del Washington Post, le dio tres pinochos al primer ministro canadiense Justin Trudeau, por hacer la afirmación de que Cuba “hizo mejoras significativas en la educación y la atención médica de su nación insular”.

Kessler explica que la «realidad es que la educación y la sanidad ya eran relativamente vibrantes en Cuba antes de la revolución, en comparación con otros países latinoamericanos» y que «es exagerado afirmar que Castro fue responsable de “mejoras significativas”, especialmente en los últimos tiempos».

De hecho, el escritor aseguró que «muchos otros países latinoamericanos han hecho avances mucho más espectaculares en las últimas seis décadas, sin necesidad de una dictadura comunista; Cuba simplemente tuvo una ventaja cuando Castro tomó el poder».

Por último, el tercer mito a desmentir del ficticio artículo de Nikole Hannah-Jones es sobre el éxito sanitario de la dictadura castrista.

Hannah-Jones destaca el sistema de salud público y gratuito cubano como un ejemplo a seguir, no obstante, la realidad dista mucho de sus aseveraciones.

El relato castrista sobre el exitoso y bondadoso sistema de salud cubano es una farsa. En Cuba no hay un sistema de salud pública, sino tres: uno para la élite, uno para los turistas y el real; que es utilizado por el ciudadano común cubano. Este fenómeno es explicado por el Dr. Jaime Suchlicki, del Instituto de Estudios Cubanos y cubanoamericano de la Universidad de Miami.

El estudio, anteriormente citado, de la Fundación Internacional Bases utiliza el argumento del Dr. Suchlicki para desmentir el mito sanitario castrista.

«El turismo médico», dicen, es el primer sistema pagado por viajeros «en divisas extranjeras, lo que proporciona oxígeno al régimen».

Según explican, «las instalaciones en las que son tratados son limpias, bien abastecidas y de última generación. Las instalaciones sólo para extranjeros hacen un gran negocio con tratamientos de Botox, liposucción e implantes mamarios. Recordemos también que hay muchas otras instalaciones separadas o segregadas en Cuba. La gente habla de “apartheid turístico”, donde, por ejemplo, hay hoteles separados, playas separadas, restaurantes separados, todo separado del común de la población».

diálogo con Cuba, El Nacional
Manifestantes el domingo pasado, 11 de julio, en La Habana, Cuba. (EFE/ Ernesto Mastrascusa)

Luego está segundo sistema para las élites cubanas, igual de primera categoría, pero solo para miembros del partido, militares, artistas y escritores oficiales.

Por último, y del que debió escribir Hannah-Jones, está «el que la gente común debe usar. El testimonio y la documentación sobre el tema son vastos: los hospitales y las clínicas se están desmoronando, las condiciones son tan insalubres que los pacientes pueden estar mejor en casa, sea cual sea el hogar. Si tienen que ir al hospital, deben llevar sus propias sábanas, jabón, toallas, comida, bombillas, incluso papel higiénico. Así mismo, los medicamentos básicos son escasos».

En otro artículo, del periódico español ABC, también se denuncia la gran diferencia entre ser de la élite dictatorial o un simple cubano de a pie: «No todos los cubanos tienen que ir al hospital con sus propias sábanas, toallas, alimentos, agua, productos de aseo personal y limpieza, bombilla o colchón. Los extranjeros y los altos cargos del régimen reciben otro trato en hospitales o clínicas como Cimeq, Cira García, Ciren, la 43 y Kohly, o en plantas especiales del Hermanos Ameijeiras y Frank País. El país que tuvo a un nominado al Nobel de Medicina antes de la llegada de los Castro, ahora manipula las estadísticas para camuflar la involución en la salud de los cubanos».

Nikole Hannah-Jones: Cuba eliminó el racismo

Ciertamente, el artículo de Nikole Hannah-Jones en The Oregonian ya tiene casi 13 años de publicado. Su pensamiento sobre Cuba, probablemente, pudo cambiar… o tal vez no.

En 2019 la escritora afirmó que Cuba eliminó el racismo de la isla.

Ezra Klein, en un podcast para Vox, le preguntó a Hannah-Jones lo siguiente: «¿Hay algún candidato en este momento o incluso algún lugar que usted crea que tiene un programa de integración viable y suficientemente ambicioso, y si es así, cuál es?»

La escritora replicó: «definitivamente no soy una experta en relaciones raciales a nivel internacional», pero «Cuba tiene la menor desigualdad» de todos los lugares del hemisferio.

«Cuba tiene la menor desigualdad entre blancos y negros que cualquier otro lugar del hemisferio. Quiero decir que el Caribe —la mayor parte del Caribe es difícil de contar porque la población blanca en muchos de esos países es muy, muy pequeña, son países dirigidos por gente negra, pero en los lugares que son realmente, al menos, países birraciales, Cuba tiene realmente la menor desigualdad, y eso se debe en gran medida al socialismo, lo que estoy seguro que nadie quiere oír».

Nikole Hannah-Jones en Vox, 2019.

Es curioso que Hannah-Jones diga esto. ¿Se acuerdan del joven cubano que habló con la escritora en La Habana? Bueno, él mismo le reveló que se «lamentaba del racismo que sentía por ser un cubano negro. Y el mísero salario que gana como guardia de seguridad, que le impide comprar cerveza a sus amigos o ayudar a su madre a arreglar el agujero de su tejado».

Poco le importó ese comentario a la autora. Ella escribió, en ese lejano artículo que tiene más de una década, que «los cubanos negros desconfían especialmente de los forasteros que desean derrocar el régimen castrista. Admiten que la revolución ha sido imperfecta, pero también ha llevado al fin del racismo codificado y ha traído la educación universal y el acceso al trabajo a los cubanos negros».

«Sin la revolución, se preguntan, ¿dónde estarían?», escribió.

Esta pregunta de la autora se responde sola: hoy los cubanos, todos, más allá de razas, se encuentran en las calles luchando y pidiendo «¡Libertad!». Los cubanos, corajudos y sin miedo, le gritan «singao» a Díaz-Canel mientras anhelan el final de una cruenta tiranía que los ha sumergido en la miseria por décadas.

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Cubanos que viven en Costa Rica, protestan hoy martes 13 de julio, en las inmediaciones de la embajada americana en San José, Costa Rica, para exigir una intervención militar de Estados Unidos en Cuba. (EFE/Jeffrey Arguedas).

Pero el terreno principal Hannah-Jones no está en la ideología, ella se desenvuelve es en el terreno racial y allí, también sale perdiendo.

En un artículo del diario El País de España (un medio de corte inequívocamente progresista), titulado «Cuba: represión y racismo», se explica cómo el régimen castrista marginó a la población de color y a los barrios pobres desencadenando una impopularidad notoria dentro de los estratos sociales más bajos y también los artistas de estas comunidades.

En Cuba, pese a que la “antirracista” Nikole Hannah-Jones diga lo contrario, no se ha eliminado nada el racismo. De hecho, los Castros son conocidos por su desprecio hacia la comunidad afroamericana.

Sin embargo, el color de piel, hoy, es un tema secundario y hasta irrelevante. Si los cubanos marchan no es únicamente por acabar con el racismo revolucionario, por la escasez de medicinas o por la crisis económica; ellos solo quieren una cosa: vivir en libertad y sin socialismo.

Emmanuel Alejandro Rondón is a journalist at El American specializing in the areas of American politics and media analysis // Emmanuel Alejandro Rondón es periodista de El American especializado en las áreas de política americana y análisis de medios de comunicación.

Contacto: [email protected]

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