fbpx
Saltar al contenido

3 razones para oponerse al voto electrónico

El voto electrónico tiene más riesgos que ventajas. Imagen: Ine.mx

Read in English

[Read in English]

El voto electrónico será una realidad en las próximas elecciones intermedias mexicanas, a celebrarse el próximo 6 de junio. El Consejo General del Instituto Nacional Electoral aprobó instalar 100 urnas electrónicas en los estados de Jalisco y Coahuila. A primera vista parecería una buena noticia, considerando la forma en que la tecnología ya facilita muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, pasar de la boleta en papel a la pantalla de un máquina implica graves riesgos para el futuro del sistema democrático. Aquí van 3 razones contra el voto electrónico.

El voto electrónico debilita la legitimidad de las elecciones

El sistema electoral mexicano, construido durante décadas de luchas políticas, parte del principio de una sana desconfianza respecto al gobierno y a la centralización. El resultado es un sistema donde, aunque la logística es definida por un organismo del poder público (el Instituto Nacional Electoral), el trabajo efectivo de la jornada electoral se lleva a cabo por parte de ciudadanos voluntarios, que además son vecinos de la propia comunidad o colonia donde se instala la casilla.

El hecho de que las casillas y el conteo de los votos sean dirigidas por funcionarios de casilla voluntarios y provenientes de la propia comunidad, que además son supervisados por representantes de partido (que también son voluntarios y vecinos) le otorga al proceso un profundo sentido de tolerancia y de legitimidad, cuya importancia no debemos subestimar.

Esto importa porque, mucho más allá de la letra de la ley, lo que verdaderamente sostiene a los sistemas democráticos es su aspecto psicológico y, por decirlo de alguna forma “teatral”. Tomar parte activa en esa ceremonia de votación, realizada en una casilla donde los propios vecinos son quienes físicamente extraen y cuentan cada boleta, facilita que todos los participantes se asuman como propietarios del proceso y de sus resultados.

No en balde, cuando López Obrador acusó fraude tras las elecciones del 2006, uno de los argumentos más potentes para defender el resultado electoral y desarticular la narrativa del fraude fue el hecho de que los votos habían sido contados por casi un millón de ciudadanos en sus propias colonias y comunidades, bajo la supervisión de otros cientos de miles de representantes de partido, incluyendo los del propio López Obrador. Fue particularmente claro el caso del supuesto fraude en una casilla de Salamanca, desmentido por la propia representante de AMLO en esa casilla.

A cambio de una muy cuestionable comodidad, el voto electrónico diluye peligrosamente dos momentos trascendentales del ritual democrático:

  1. Durante la jornada, le arrebata al votante el sentido de pertenencia que surge de marcar con su puño y letra sobre un papel físico que el mismo lleva a la urna y que físicamente es contado por sus vecinos en la propia casilla.
  1. Al término de la jornada, le arrebata a los funcionarios de casilla y a los representantes de partido el sentido de certeza y definitividad que proviene de sacar las boletas marcadas con el puño y letra de sus vecinos, para contarlas y plantear ahí mismo los resultados de la voluntad expresada por los habitantes de esa colonia o comunidad.

Para acabar pronto, incluso si se opta por un sistema electrónico con recibos de papel (lo cual simplemente aumenta el desperdicio) el resultado será un sistema de votación que las personas sentirán menos natural, menos propio y -por lo tanto- menos legítimo.

Y eso puede hacer la diferencia, especialmente en elecciones altamente competidas.

El voto electrónico centraliza todavía más la estructura del poder electoral

La terrible y absurda reforma electoral del 2014 básicamente destruyó a los institutos electorales locales y los reemplazó por zombis que en dependen del Instituto Nacional Electoral. Esencialmente, México le cedió a una sola institución todo el poder implícito en la logística del proceso electoral. El voto electrónico profundizaría esa peligrosa centralización.

En el fondo, la masificación del voto electrónico implicará arrebatarles a los ciudadanos de a pie la responsabilidad por el recuento de los votos emitidos en la jornada. Es cierto que la centralización posibilitada e impulsada por el voto electrónico puede “facilitar” la organización del proceso electoral y ganar algunos minutos en el procesamiento de los resultados. Pero a cambio, literalmente, aleja las elecciones de las manos del pueblo, para entregárselo a un pequeño grupo de tecnócratas electorales. Francamente, ya sabemos en qué va a acabar eso, lo que nos lleva al tercer argumento.

“Tickets” en lugar de boletas, la apuesta del voto electrónico. Imagen: Ine.mx

El voto electrónico aumenta (y centraliza) la posibilidad de fraude

Por su propia naturaleza, los mecanismos de voto electrónico son susceptibles a alteraciones y “hackeos”, dejando en entredicho si es que el recuento oficial de votos representa realmente la voluntad que expresaron los ciudadanos que acudieron a las casillas.

Las vulnerabilidades de las máquinas de voto electrónico están más que documentadas, y una sola filtración que ponga en entredicho la seguridad de sus sistemas, afectaría potencialmente a todas las que se instalen en el territorio nacional, lo que produce que sea mucho más sencillo (y barato) cometer fraude electoral, pero sólo para unos cuantos privilegiados. Veamos:

Es casi imposible cometer un fraude electoral a gran escala bajo el sistema actual de votos en papel, contados por cientos de miles de ciudadanos que participan voluntariamente como funcionarios de casilla voluntarios, bajo la supervisión de otros cientos de miles de ciudadanos que participan voluntariamente como representantes de partidos. Para alterar la voluntad de los votantes sería necesario contar con la complicidad de miles de personas para construir y mantener en secreto una estructura capaz de modificar el número suficiente de actas electorales sin que nadie vaya con la denuncia a la televisión o a las redes sociales.

Por el contrario, si se masifica el voto electrónico, para alterar dos sistemas de registro de votos bastará con corromper o amedrentar a un puñado de técnicos y de funcionarios , con la facilidad añadida de que estas alteraciones pueden esconderse bajo una avalancha de códigos, volviéndolas casi imposibles de detectar, incluso para ojos bien entrenados.

Peor aún, el voto electrónico le abre esa puerta de fraude sólo a quienes tengan acceso a los funcionarios y técnicos clave. Ello concentra las ventajas ilegítimas en favor del grupo político con mayor influencia en el proceso, lo que afecta el equilibrio de poderes que es indispensable para el buen funcionamiento de la democracia.

Para decirlo claro: cuando todos tienen aproximadamente las mismas opciones de hacer trampa, se “compensan” y se cuidan entre sí en un terreno parejo. Cuando nada más uno puede hacer trampa, esa tentación es mucho más seductora.

El ritual importa. Imagen: Ine.mx
El ritual importa. Imagen: Ine.mx

Más que el proceso, lo que importa es el significado

Al apostar por el voto electrónico, los tecnócratas vuelven a demostrar su ceguera con respecto a la dimensión humana y política de los actos jurídicos. El objetivo de una votación no es hacer una simple suma de expresiones gráficas sobre una boleta de papel, que puedan digitalizarse para ahorrar tiempo y dinero.

No. Las votaciones son sobre todo un ritual en el que la participación activa de los ciudadanos facilita que estos asuman como propio el proceso y el resultado, incluso cuando este no se decanta en favor del candidato al que apoyó ese ciudadano en particular.

El voto electrónico es un fruto de la arrogancia tecnocrática, que transforma la jornada electoral y diluye su significado. Al pasar de la boleta a la pantalla, las elecciones dejan de ser un ritual donde los ciudadanos son los protagonistas, para convertirse en un trámite dónde los votantes somos meros invitados. Y eso es muy peligroso.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

Deja una respuesta

Total
0
Share