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Afganistán: los crímenes de la administración Biden-Harris y la deriva de Occidente

Afganistán, El American

Lo que hemos visto en Afganistán es mucho peor que la muy citada caída de Saigón a la que ciertamente recuerda. La vergüenza y el fracaso de la primera potencia de Occidente, derrotada más por enemigos internos que hicieron insostenible políticamente el esfuerzo de guerra, es lo que tienen en común el Saigón de ayer y el Kabul de hoy, pero la diferencia crítica es geoestratégica. 

La caída de Vietnam del Sur fue una tragedia para toda indochina, especialmente para Camboya en donde la barbarie comunista llegó a un paroxismo genocida, pero su significado geoestratégico en el contexto de la primera Guerra Fría era limitado. El aspecto simbólico y la importancia propagandística de aquello sí que fueron inconmensurables. Ante todo, quedó claro que los esfuerzos de subversión ideológica pacientemente adelantados por el aparato de Inteligencia soviético en los Estados Unidos cosecharon éxitos asombrosos. El desertor soviético, Yuri Bezmenov explicaba que la subversión ideológica siempre había sido el grueso del trabajo de la KGB. 

Un trabajo que podían adelantar en Occidente por medios legales y que poco o nada tenía que ver con el espionaje. Se trataba fundamentalmente de la desmoralización del enemigo mediante la introducción del marxismo en la academia y la prensa de Occidente. Funcionó entonces y sigue funcionando hoy a décadas del colapso del imperio soviético.

Lo que hemos visto es una irresponsabilidad y un oportunismo imperdonable de toda la administración Biden-Harris. No es solamente Joe Biden, es la Presidencia de los Estados Unidos como institución. Y es, de hecho, la administración en pleno la que ha fallado miserablemente. Además, no es que fuera impredecible lo que ha ocurrido, los expertos militares y de Inteligencia habían advertido a tiempo que tras un retiro acelerado de las fuerzas americanas en Afganistán sucediera lo que sucedió.

Pero el grueso de la prensa y la intelectualidad izquierdista de los Estados Unidos —y el mundo libre todo, o casi todo— aplaudían y alababan al Biden que prometía que las fuerzas del Gobierno de Afganistán, con más de 300 mil hombres armados y entrenados en 20 años de operaciones militares sobre el terreno y dotados de una respetable Fuerza Aérea propia, se sostendrían y prevalecerían sobre el Talibán. La administración sabía que no sería así, que no podía ser así, que los informes de Inteligencia indicaban que lo más probable era lo que en efecto sucedió y pese a todo siguió adelante.

Las consecuencias humanas, morales y propagandísticas son enormes. De una parte se repite la traición a los aliados abandonados sobre el terreno y el martirio de un pueblo sometido a la barbarie totalitaria. Los talibanes reclaman como botín de guerra mujeres, niñas e incluso niños y todos lo sabíamos. No hay novedad alguna. Cada mujer y cada niña tomada como esclava —esclavitud sexual, trato brutal y explotación es la realidad tras eufemismo del “matrimonio” forzoso bajo el Talibán— es responsabilidad moral y política de quienes encabezan la administración Biden-Harris. 

La administración irresponsable en Washington permitió el martirio afgano que se reinicia y que no se limita a eso. Lo que han garantizado al abandonar Afganistán no es solo el martirio afgano, es el genocidio Uigur. Porque en geopolítica los vacíos se llenan y la China del camarada Xi, demostró hace ya meses que estaba lista para llenar el vacío que los Estados Unidos dejaría de la peor manera posible en Afganistán. El acuerdo entre el totalitarismo fundamentalista islámico Talibán y el totalitarismo neocomunista —en la práctica nacional-socialista de nuevo cuño— de Beijing fue muy claro. Un crimen genocida en curso se recrudecerá como “daño colateral” indirecto de todo esto.

Era razonable esperar que incluso una administración como la de Joe Biden y Kamala Harris se vería forzada al mismo realismo geopolítico respecto al Asia Central al que se ha visto obligada por las presiones de sus aliados y el agresivo desafío chino en el Indo-pacífico. No ha sido así. Sobre Afganistán, todo lo malo que podía hacer el Washington de Biden lo ha hecho. Han entregado a un ejército numeroso y bien armado, pero todavía seriamente deficiente y sujeto a una rápida desmoralización al ver a sus mentores largarse a la carrera sin ver atrás, nada menos que al Talibán. 

Nunca, ni siquiera cuando luchaban contra los soviéticos con apoyo “secreto” de Washington, tuvieron tantas armas americanas. Hoy son más fuertes esos enemigos de Occidente porque están mejor armados que nunca. La barbarie ha triunfado tras 20 años de dudosa contención. Pero eso no es todo,  a nivel geopolítico no es únicamente al Talibán, sino a China a quien le ha entregado Afganistán la administración Biden-Harris. Y Beijing extraerá cobre afgano porque también tiene una dimensión económica su conquista de Afganistán y sin disparar una sola bala. 

Afganistán está entre una Rusia que se está transformando en un satélite chino y un Pakistán que hace ya tiempo lo es. Se ha entregado una posición clave del arco de contención a China y se han fortalecido política, operativa y económicamente las redes del terrorismo globalizado antioccidental. 

Más que a los helicópteros evacuando al personal de la embajada americana en Saigón, esto recuerda la capitulación diplomática de Chamberlain ante Hitler. Es de sospechar que quienes ayer tanto aplaudían como focas, hoy cargan con toda la responsabilidad a Joe Biden y exculpan a su flamante vicepresidente, da para pensar mal. 

El problema detrás de todo esto no es que no se puedan “exportar” los valores de Occidente porque sí se puede, pero, solo un Occidente profundamente comprometido con los valores que le hicieron la civilización más poderosa y próspera nunca antes vista. Lamentablemente hoy lo que tenemos es un Occidente a la deriva. Un Occidente a merced de sus enemigos internos. Ese es el gran problema de fondo. Ya que, hasta que no se derrote a los enemigos internos (hoy fortalecidos como nunca antes), tendremos un Occidente que en lugar de sus valores, exporta ideología antioccidental propia. Ni más, ni menos.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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