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Afganistán: un golpe de realidad geopolítica en la nueva guerra fría

Afganistán, El American

El desastre de Afganistán es un golpe de realidad para un Occidente empeñado en negarse a sí mismo dando la espalda a la responsabilidad geopolítica, negando la realidad económica y sociocultural y empeñándose en adoptar como propias las ideas de quienes únicamente aspiran a la destrucción de la civilización occidental para establecer el más brutal y miserable totalitarismo.

La primera potencia de Occidente ha perdido una batalla clave en una guerra híbrida contra una variopinta y cambiante coalición de sus peores enemigos porque una alianza de idiotas y malvados elevaron al poder en Washington a una administración de enemigos ideológicos de la nación que hoy encabezan. 

Estamos en medio de una nueva guerra fría, distinta y distante de la anterior, entre la República Popular China, que ha evolucionado del incapaz marxismo maoísta a un peculiar nacional-socialismo de nuevo cuño, con la capacidad de emplear herramientas del capitalismo de libre mercado dentro de un totalitarismo agresivo, luchando por la hegemonía contra unos Estados Unidos enfrentados consigo mismo por la subversión ideológica que ha encerrado en una matriz de irrealidad antiamericana a medio país. Hoy la guerra fría es también una competencia por los mercados, cosa inimaginable en los lejanos tiempos de la URSS.

Buena parte de lo que ocurre en las guerras híbridas no luce como una guerra real, parecen no haber víctimas directas ni daños materiales, pero es un engaño. El terrorismo de baja intensidad que nace de la subversión ideológica — Antifa y BML dentro de los propios Estados Unidos, por ejemplo— ocasiona víctimas mortales y daños por miles de millones. Y las guerras híbridas suelen dar paso a escenarios de guerra tradicional. 

China ganó la partida en Afganistán apostando por una alianza con el Talibán, ganó una posición geoestratégica clave en Asia Central, comprometió la contención occidental contra su expansión, y obtuvo de un actor fundamentalista islamista radical y terrorista la anuencia a su genocidio de musulmanes uigures en suelo chino. 

Tras el golpe de realidad en Afganistán ambas partes intensificarán esfuerzos militares directos. Así, la cuestión de Taiwán es la mayor apuesta de China contra Occidente y tras un éxito tan fácil en Asia Central veremos más agresividad de Beijing en el Indo-Pacifico.

Las áreas claves de la geopolítica de la nueva guerra fría están en el Indo-Pacifico, especialmente el Este de Asia, alrededor de Taiwán y en el triángulo entre China, India y Pakistán, lo que hace del Asia Central el otro frente clave.

La retirada de Estados Unidos, advertía hace semanas en un reporte del Geopolitical Intelligence Service el príncipe Michael de Liechtenstein “equivale a entregar el poder a los talibanes” y como el Islam radical es una preocupación para China y Rusia, Beijing decidió en un ejercicio de imperialismo colocar bajo su ala un Talibán más poderoso que nunca y hacer de ese Afganistán fundamentalista y narcoterrorista un satélite de la órbita de Beijing. Con ello se asegura un arma contra Occidente y la anuencia de ese fundamentalismo a su genocidio de musulmanes de la propia China.   

Europa y la política del avestruz

Este mundo complejo que hoy despierta con el balde de agua fría del martirio afgano a las duras realidades de la guerra y el conflicto híbrido entre dos superpotencias. Europa, por su parte, adopta la política de ocultar la cabeza en la arena como el avestruz. Moscú preferiría mantenerse alejado de un conflicto entre Estados Unidos y China, pero la falta de una política occidental realista hacia la Rusia de Putin y la necesidad de Putin de sostenerse en el poder hasta el fin de sus días empujan el país más grande del mundo a alinearse con China hasta caer en su órbita como un gran —y a veces díscolo— satélite cada vez más dependiente económica y políticamente de Beijing.

Europa se niega a ver la realidad geopolítica. El Sur y el Oeste de Europa temen la inseguridad en África y Oriente Medio. El Reino Unido tiene una perspectiva más global y busca aumentar su presencia en el Indo-Pacífico apoyando a la OTAN para contener a China mientras antagoniza a Rusia. Hay tempranas y justificadas aprensiones en algunos países de Europa Central, el Báltico y Escandinavia ante una estrecha alianza sino-rusa potencialmente agresiva.

Berlín trata de llevarse bien con todo el mundo y habla de fortalecer la defensa, pero no la fortalece. El público europeo no solo desconoce los riesgos de seguridad actuales, sino que está profundamente y peligrosamente desinformado por la izquierda al respecto. 

Aparte del Reino Unido —en donde sí hay conciencia de la realidad geopolítica entre las elites—  escapa de la suicida política del avestruz exclusivamente Suiza con su neutralidad armada efectiva. Es una política que les ha permitido a los suizos mantenerse en paz durante dos guerras mundiales.

Berna es el corredor de confianza en todos los conflictos, pero es una neutralidad armada efectiva y claramente alineada con Occidente. Recientemente, el Consejo Federal de Berna decidió adquirir 36 aviones de combate F-35 de Estados Unidos. Una compra criticada por Alemania y Francia, que deseaban el contrato militar suizo para el Rafale o el Eurofighter. Y la izquierda suiza, quinta columna al servicio del enemigo como todas las izquierdas de Occidente, pretende celebrar un referéndum para detener la compra. 

Durante la primera Guerra Fría la fuerza militar suiza se alineó informalmente con la OTAN. Sin embargo, después de la implosión de la Unión Soviética, el apoyo interno a la neutralidad armada se debilitó, pero Suiza todavía es consciente de que el mundo es un lugar peligroso y que la paz solo puede preservarse con una disuasión creíble, junto con la fuerza económica y la estabilidad social.

Europa no lo entiende, porque no lo quiere entender. Y la mitad de Estados Unidos, tampoco. Ese es el gran desafío geopolítico de Occidente: el que está en casa, y no es otro que neutralizar al enemigo interno para enfrentar con éxito al enemigo externo.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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