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América necesita recordar por qué fue tan distinta de otras su revolución

América, El American

La razón por la que estalló una revolución independentista en 13 colonias de Norteamérica fue que Parlamento británico asumió una soberanía ilimitada en 1767. De esa soberanía ilimitada “sobre todos los británicos” deducían en Londres un “derecho” a imponer a los colonos nuevos e inconsultos impuestos, pasando sobre las legislaturas coloniales a las que los colonos elegían representantes. No así al Parlamento británico. Paradójicamente aquel poder hizo al Parlamento rehén de los grupos de intereses organizados a una escala antes desconocida. 

La ampliación del voto popular no logró corregirlo y finalmente lo empeoró. Friedricn Hayek explica que entonces se confundió el principio de supremacía del poder del Parlamento sobre cualquier otro poder del Estado, con un principio de soberanía popular ilimitada representada en el Parlamento y: 

“Tal evolución hizo que Gran Bretaña no sólo aportara al mundo civilizado la valiosa institución del gobierno representativo, sino también el pernicioso principio de la soberanía parlamentaria […] que no se limita a aseverar que la asamblea representativa debe ostentar el poder supremo, sino que [… ]debe ser de carácter ilimitado, condición que, aunque a primera vista pueda parecerlo, no es consecuencia de la primera. El poder puede, en efecto, quedar constreñido, no por una superior “voluntad”, sino por el consenso que entre las gentes se establezca acerca de lo que debe ser considerado justo […] Si tal consenso se limita a refrendar la promulgación por parte del gobierno de las reglas de justa conducta […] nadie puede coaccionar a sus semejantes, a no ser para evitar el quebrantamiento de alguna de las citadas normas […] hasta la más alta autoridad puede quedar sometida a limitación”. 

Así pues el famoso “impuestos sin representación son tiranía” y los colonos que los resistían se vieron forzados a proclamar su independencia, porque los británicos dispararon primero. Y siguieron disparando. Pero por las armas –para sorpresa y asombro de toda Europa– los americanos prevalecieron. Lucharon por la soberanía de la Ley sobre el gobierno de los hombres. La misma que el Parlamento británico abandonó en 1767 y que hoy necesitan recordar. 

Como así también que sus antepasados experimentaron con el autogobierno en las colonias a un grado inimaginable en las islas británicas, Europa continental o las colonias de la América española. Hasta intentaron el socialismo, desechándolo por impracticable. Un temprano fracaso socialista en Massachusetts originó el “Día de Acción de Gracias”. Explica el sacerdote y académico Robert A. Sirico: 

“Cuando en 1617 los peregrinos decidieron marcharse de Holanda, formaron una compañía con comerciantes de Londres, John Pierce y Asociados, recibiendo autorización de la corona para establecer una plantación en la colonia de Virginia. Pero se desviaron y llegaron más bien a […] Massachusetts. Según el contrato, cada adulto recibiría una acción de la compañía, pero no se declararían dividendos sino después de siete años […] en 1620, siguiendo los consejos de la empresa, declararon […] pastos y cultivos […] propiedad comunitaria. El resultado fue hambre y caos económico. 

La mitad […] murieron durante el primer invierno […] Los libros de texto generalmente culpan al mal tiempo del desastre de los primeros años, pero fue William Bradford, el gobernador de la colonia quien instituyó la primera privatización en América. Sobre la crisis, escribió en su diario que había ‘asignado a cada familia una parcela de tierra […] un éxito porque hizo industriosos a todos los brazos […] mucho más maíz fue sembrado…’ La política socialista original había resultado en ‘confusión y descontento y retrasó el empleo que nos hubiera beneficiado y confortado´. La decisión de Bradford de definir claramente la propiedad originó la primera gran cosecha […] inició el Día de Acción de Gracias, que se convertiría en la fiesta familiar más importante del año en Estados Unidos, el último jueves de noviembre”.  

En Estados Unidos el constitucionalismo americano no vio inicialmente necesidad de declarar en el texto derechos individuales, porque no los introducía en el contexto cultural como algo nuevo mediante una Constitución escrita, sino que, por defender los que estaban vigentes en el common law desde el primer momento en cada colonia –y evolucionaron ahí independientemente, desde su contexto cultural británico– se vieron forzados a librar una guerra contra su metrópoli. 

Ni ingleses, ni americanos teorizaron e intentaron plasmar un conjunto de libertades individuales. Del orden espontáneo emergieron afortunadamente –de sus acciones, no de su voluntad– en su contexto cultural las libertades que los distinguían. Las ejercieron primero y después reflexionaron sobre ellas. Una reflexión ciertamente intensa en las décadas previas a la revolución americana y que condujo a establecer un gobierno limitado que garantizara las libertades individuales. En efecto, temían que la democracia ilimitada se pervirtiera en una tiranía como sucedió mucho antes en las repúblicas antiguas. Y poco después en la Francia revolucionaria 

Y con sus fallas –que han sido discutidas, combatidas y superadas a la largo de la historia a una escala desconocida en el resto del mundo– los derechos que eventualmente vieron que sí sería necesario expresar en un Bill of Rights –diez primeras enmiendas entre las que destacan la primera y segunda como las más atacadas hoy– encaminaron a su República al éxito, por siglos. Aunque la sabiduría europea daba el experimento por fallido desde el principio. Y hasta hoy insiste en ello. El peligro no es ese, sino que mediante una contrarrevolución progresista se fue debilitando ese ethos cultural que resumió Thomas Jefferson en que:

“[…] la justa libertad, significa no tener obstáculos en la acción de acuerdo con nuestra voluntad, dentro de los límites dibujados alrededor de nosotros por la igualdad de derechos de los demás. No agrego “dentro de los límites de la ley”, porque la ley es a menudo hecha a voluntad de los tiranos y siempre de modo que se violan los derechos del individuo.”

Contrariando esos principios, amigo conservador, una contrarrevolución progresista –que trataré en mi próxima columna–  eventualmente abrió camino a la “woke america” que hoy intenta imponerse sobre la república. 

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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