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Tarantino

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La Apología de Sócrates fue escrita por Platón entre 393 y 389 a. C. Tenía como objetivo reivindicar el nombre de su maestro, ejecutado alrededor de 399 a. C, quien había sido acusado de introducir nuevos dioses y corromper la moral de jóvenes (como si eso fuese un reto). Al menos, esa fue la excusa. Sócrates, a pesar de haber luchado por Atenas durante la guerra del Peloponeso, era percibido como “cercano” a los Treinta Tiranos (también lo fue Platón, pero aparentemente no encontró suficientes guardianes a tiempo y rechazó la oferta de pertenecer al sangriento gobierno oligárquico). Sócrates podía haber huido de Atenas, pero aceptó valientemente su destino (estoicamente, no aún).

La primavera comenzaba en 1963 en lo que alguna vez fuera “la capital mundial de la ropa interior”. Del vientre de una madre joven e ingenua nacía el escritor y director (el alma detrás de mi break-up movie favorita, Death Proof) Quentin Tarantino. Y así, como si nada, el mundo fue un poquito mejor.

Puedo entender la confusión del lector ante el inmenso salto geográfico, temporal y casi temático que implica ir de Sócrates a Quentin Tarantino. Puedo entenderlo, pero no validarlo. En una primera instancia, hay un cierto parecido físico entre el filósofo y el director, sobre todo a nivel de los ojos (es pertinente echar un vistazo al canal de YouTube JudeMaris, especializado en reconstrucciones faciales). 

Existe, además, una cierta incomprensión asesina que une a estas dos figuras imprescindibles. Estoy segura de que la gente que despreciaba a Sócrates es la misma que hoy, en una especie de reciclaje cósmico de la estupidez y el aburrimiento, reniega de Tarantino por “violento”. Todos conocemos a esas personas: personas que no han tenido un solo día de diversión en todas sus vidas. Gente que no se ríe, que jamás sale sin paraguas, que nunca ha sido multada, que no utiliza todo objeto cilíndrico con una longitud mayor a cincuenta centímetros como un lightsaber

El metahumor de Quentin es su “solo sé que no sé nada”; y la sangre, su método socrático. Cada gag es una refutación a lo que es y jamás debería haber sido, o a lo que quizás sería mejor como mera voluta de la voluntad. Este hombre incomprendido, roto y caprichoso resiste y alimenta a sus demonios en nombre de una obsesión pueril pero constante que no teme a sus sombras más oscuras. ¿No es así, acaso, que deberíamos ser todos?

Sócrates se paseaba por Atenas increpando a cuanto ciudadano se le cruzase por el camino. Había quienes se reían de este hombre más bien feo y de cuestionable higiene. El genio de Aristófanes, piedra fundacional de la comedia, le dedicó la muy cruel Las nubes, que retrataba al filósofo como un demagogo que abusaba de la ingenuidad y fanatismo de sus discípulos (Las nubes es una pieza brillante de la vieja comedia que debe ser celebrada no por la burla a Sócrates, sino porque tuvo la libertad de existir, algo impensable en tiempos de una putrefacta corrección política que pretende aburrirnos hasta la muerte).

Quentin Tarantino se pasea por los cines, esos que le pelea a Disney, el bully monopólico y frígido con el que compartimos mesa (y al que soportamos solo por The Mandalorian). Quentin, que como todos nosotros tiene un bagaje emocional complejo, nos abre las puertas al mundo de lo impensable, del “what if…?”, de la sangre que desafía la gravedad solo para arrancarnos una carcajada. 

Estos párrafos no pretenden ser un repaso por la carrera del director americano (hay gente mejor dotada que yo para tal tarea), sino (y Zeus me lo perdone) ser una reivindicación de todo lo que está bien. Tarantino está bien porque es puro, porque es dolorosamente divertido y porque es víctima del mismo dolor indescriptible que llevó a Sócrates a aceptar la condena injusta que caía sobre él. Y repito: quizás debería ser ese el destino de todos los hombres.

Pris Guinovart is a writer, editor and teacher. In 2014, she published her fiction book «The head of God» (Rumbo, Montevideo). She speaks six languages. Columnist since the age of 19, she has written for media in Latin America and the United States // Pris Guinovart es escritora, editora y docente. En 2014, publicó su libro de ficciones «La cabeza de Dios» (Rumbo, Montevideo). Habla seis idiomas. Columnista desde los 19 años, ha escrito para medios de America Latina y Estados Unidos

1 comentario en «Apología de Quentin Tarantino»

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