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Bad Bunny y el futuro de la música urbana

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La primera vez que le presté atención al fenómeno de Bad Bunny fue en el 2018, si no me equivoco, cuando mi gran amigo Gabriel Antillano dio una ponencia en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas sobre el artista puertorriqueño y el auge del reggaeton depresivo. No tengo la ponencia a la mano, pero recuerdo que Gabriel profundizó en cómo Bad Bunny, a partir de Amorfoda, estaba dando paso al nacimiento de un nuevo género vanguardista, que disentía de toda la tradición de la música urbana. Entonces Bad Bunny era un artista bastante regional.

Más de veinticuatro meses después, Bad Bunny se convierte en el primer artista latino en ser el más escuchado del año en Spotify. A nivel mundial. Más de 8 mil 300 millones de reproducciones. Ha sido retratado por el New York Times, Rolling Stones y tiene perfiles en la New York Magazine o en Vogue. «Decir que Bad Bunny es la fuerza más radical de la música latina urbana en estos momentos suena un poco exagerado, sin embargo esta afirmación no transmite completamente hasta qué punto el rebelde puertorriqueño ha perturbado la industria», escribió Julyssa Lopez de The New Yorker.

El éxito de Bad Bunny es innegable. Pero sobre ello, está su mérito y el aporte inestimable que le ha dado a la industria de la música (sobre todo a la industria de la música urbana). «Ha quedado claro que artística y culturalmente [Bad Bunny] ha superado tanto a sus compañeros como a las limitaciones artificiales que la industria de la música impone a los artistas latinos en Estados Unidos», se lee en un texto de la New York Magazine titulado Bad Bunny Has Become Bigger, and Better, Than the Industry Knows What to Do With.

Pese a las revolucionarias carreras de íconos como Daddy Yankee o Don Omar, la música urbana siempre encontró un muro que la hizo indigerible para gran parte de la audiencia anglo. Esta barrera fue transgredida en el 2016 por J Balvin y su éxito Safari, junto a Pharrell Williams. En ese momento, aunque hubo antecedentes, la música urbana se encontró definitivamente con el pop en inglés y J Balvin se convirtió en un artista universal. Al coqueteo entre ambos mundos le sucedió una revolución estética de la música urbana latina y las grandes figuras del reggaeton pasaron a convertirse en íconos de la moda occidental.

Nicky Jam acompañó al español Domingo Zapata en la New York Fashion Week y Maluma fue invitado por Dolce & Gabanna a cantar (y a desfilar) en la presentación de su colección de hombres en Milan. El reconocidísimo Takashi Murakami diseñó todo el arte para el último álbum de J Balvin y todos fueron invitados a la Met Gala, el Superbowl del mundo de la moda que organiza anualmente Anna Wintour. Pero mientras, un artista tejió una muy rigurosa carrera a partir, no solo de una completa y totalmente vanguardista propuesta estética, sino de una muy sólida producción musical. Bad Bunny, como muy bien se lee en The New York Magazine, superó a sus pares y trascendió las expectativas de cualquier arstista latino.

Yo hago lo que me da la gana es, por ahora, su gran obra. No solo por entregar a sus seguidores un intensísimo viaje por lo que verdaderamente hace del reggaeton el principal fenómeno musical latinoamericano; también, por acompañarlo con una disruptiva propuesta estética.

Empecemos pos las canciones: el segundo álbum de Bad Bunny logra concentrar la tradición del reggaeton y conjugar elementos, antes aislados, para construir los mejores temas perreables que se han publicado en años. Sin embargo, no todo el álbum es así. Por ejemplo, empieza seduciendo con «Si veo a tu mamá», cargado de trazos bossa-nova y rústicamente digitales. Pero el paroxismo de la obra llega con las canciones que concentran los componentes más violentos y populares del reggaeton.

Yo perreo sola, Bichiyal y A tu merced son temas que claramente recogen esa tradición que por tantos años ha incomodado a los baby boomers y ha vuelto al género un fenómeno latinoamericano sin precedentes. Pero Safaera lleva esto a otro nivel. Es la cumbre del género. La cima del encuentro entre el vaivén hipnótico que ha animado las discotecas del Caribe por años, la cualidad experimental de un tema larguísimo que se pasea por el contraste de diferentes etapas extremadamente diferentes entre sí y la agresividad de una letra que habla de sexo, alcohol y drogas.

Ahora, la disruptiva propuesta estética: ¿por qué es tan fundamental? Porque, sin duda, es lo que logra que Bad Bunny se convierta en un artista universal, considerado incluso por los prepotentes esnobistas que siempre han visto al reggaeton como un género decadente y extremadamente banal. Es, de hecho, la fórmula de su éxito.

Bad Bunny siendo fotografiado para el New York Times.

Bad Bunny no solo forma parte de esa revolución fashionista que arropó por completo al género. Él lo llevó mucho más allá y se convirtió en un símbolo de esa agitación cultural. Son las uñas pintadas, los anillos y el color rosa. Su propuesta disiente radicalmente de las camisas holgadas, los jeans, la gorra plana y las cadenas de la generación de Daddy Yankee y Don Omar, donde la virilidad tradicional latinoamericana era imperturbable e innata al género. No, Bad Bunny no se enmarca en esa rigidez. Su planteamiento es completamente elástico y vanguardista. Más cercano al glam rock de los setenta que al hip hop de los noventa y los 2000. Impensable en el territorio de la música latinoamericana urbana, agresiva y masculina.

Pero Bad Bunny no ha abandonada ese elemento en sus canciones. De hecho, también lo ha llevado a otro nivel. Su música es igual de agresiva y mantiene las mismas cargas toscas donde se insiste en sexo con mujeres y mucho alcohol. Lo brillante es cómo logró conjugar ambas propuestas, disonantes a simple vista.

Por ejemplo, Bad Bunny publica un álbum en el que habla de cuando yo te perriaba le metías hasta abajo, y lo promociona con una sesión de fotos en Paper Magazine en la que sale con las uñas largas y pintadas, cadenas y trajes rosa. En el video de una canción en la que dice hoy se puso minifalda / y me dice ‘papi’ / borracha y loca, a ella no le importa, viste una falda con un cinturón de cuero; en el mismo video aparece vestido de mujer. En su presentación en el programa de Jimmy Fallon también usó una falda. Y su gran obra Yo hago lo que me da la gana, en donde habla de que su bicho anda fugao’ / y yo quiero que tú me lo escondas, la promocionó con un histórico debut en la portada de Playboy, donde aparece, nuevamente, con las uñas pintadas y bastante joyería.

¿Por qué lo anterior —que no se limita únicamente al juego con los elementos femeninos sino que va mucho más allá— es la fórmula de su éxito? Porque es lo que vuelve a Bad Bunny un artista tan atractivo para la audiencia que no es latina. Para la escena europea, acostumbrada a esta elasticidad y marcada por el paso de David Bowie, Boy George o Elton John, es una carnada segura. Y para la élite cultural americana también. Es fácil ver a Nueva York fascinada por un artista latino de música urbana que se atreve a arriesgarse con la moda como lo ha hecho Bad Bunny. Y entonces uno entiende por qué el New York Times le dedica un especial entre sus páginas o Vulture, de la New York Magazine, reseña todos sus álbumes.

Bad Bunny para la portada de Paper Magazine, 06 Jun de 2019.

Lo valioso es que Bad Bunny no se queda ahí. Es una mezcla de talento que tampoco amenaza el curso natural de la música urbana. La potencia, de hecho, volviéndola fascinante para el resto del mundo que se sentía ajeno al género, por ser demasiado caribeño.

Ahora, varios meses después de Yo hago lo que me da la gana, vuelve con El último tour del mundo, su supuesto álbum de despedida. Vemos el regreso de esa prepotencia onanista, innata a la tradición del reggaeton. Bad Bunny se reafirma como creador y recoge sus grandes logros en un álbum en el que, con toda la autoridad del mundo, se explica como el artista latino más importante del momento. Lo hace, sin modestia, y no incomoda. Tiene que hacerlo. No solo el mundo debe reconocerle a Bad Bunny su aporte a la industria musical. También él mismo debe resaltarlo.

Dice que se retirará. Ya puede hacerlo. Dejó marcado el futuro para la universalización de la música urbana.

Orlando Avendaño is the co-editor-in-chief of El American. He is a Venezuelan journalist and has studies in the History of Venezuela. He is the author of the book Days of submission // Orlando Avendaño es el co-editor en Jefe de El American. Es periodista venezolano y cuenta con estudios en Historia de Venezuela. Es autor del libro Días de sumisión.

1 comentario en «Bad Bunny y el futuro de la música urbana»

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