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Biden alimenta las llamas del discurso apocalíptico

Biden alimenta las llamas de la polarización. Imagen: EFE/EPA/Samuel Corum - Pool via CNP / POOL

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El presidente Biden alimenta las llamas de un discurso apocalíptico, que le consigue el aplauso de sus seguidores pero al mismo tiempo profundiza la crisis política en América y traiciona sus promesas de sanar las divisiones al interior del país y generar unidad. Los efectos de esa retórica van mucho más allá de la mera coyuntura, reflejando una profunda y preocupante verdad respecto a la lucha política en los Estados Unidos.

Los ejemplos sobran, pero para muestra basta un botón: la obsesión del presidente por comparar las iniciativas de sus opositores para prevenir el fraude electoral con las infames regulaciones racistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cómo lo reafirmo el pasado 21 de julio, cuando en un town hall con CNN, Biden calificó las iniciativas de los republicanos como “Jim Crow con esteroides”.

Y no se trata simplemente de uno más de sus ya famosos exabruptos verbales, sino de una narrativa que Biden ha impulsado sistemáticamente durante este año. De hecho, el presidente ya había utilizado la frase específica “Jim Crow con esteroides” el pasado 31 de marzo, durante una entrevista con Sportscenter, e insistió en la comparación durante un discurso que realizó el 13 de julio en Philadelphia.

Es decir, no es coincidencia, es estrategia. Una pésima estrategia que pretende mantener viva una de las épocas más desafortunadas y terribles en la historia de los Estados Unidos, adaptándola ahora como espantapájaros partidista, en una grave ofensa a quienes fueron víctimas de aquellos tiempos y a quienes trabajaron para corregir la profunda injusticia de esa época.

¿Qué fueron las leyes Jim Crow?

Grosso modo, se conoce como “leyes Jim Crow” a un conjunto de regulaciones aprobadas tras la guerra civil, con el objetivo de mantener sometidos a los afroamericanos bajo un sistema de apartheid donde los blancos tenían el poder y básicamente una sociedad propia, sostenida con base en el concepto de segregación.

Esta segregación no sólo se reflejaba en limitaciones caprichosas y absurdas a los derechos políticos de la población afroamericana, sino que también se les prohibía compartir medios de transporte, escuelas, lugares de ocio e incluso baños y bebederos con la población blanca.

A esto hay que sumar el terror sistemático desatado en el sur de América por organizaciones como el Ku Klux Klan (por cierto, vinculado al Partido Demócrata), que asesinaban y agredían impunemente a las familias afroamericanas y a quienes se atrevieran a desafiar el racismo sistematizado.

Para millones de americanos, las leyes Jim Crow significaron pasar sus vidas bajo la condena constante de un sistema de injusticia cuya mancha de vergüenza permanecerá para siempre en la historia americana. Por eso, banalizar la injusticia y el sufrimiento vivido durante casi un siglo por millones de afroamericanos, como ahora lo hace el presidente Biden, es simplemente vergonzoso.

Así de claro, porque Joe Biden acusa a las nuevas iniciativas de regulación electoral presentadas por los republicanos a nivel local, de ser “Jim Crow con esteroides” lo que implica es que el sufrimiento, el muy real sufrimiento de millones de personas durante décadas, fue muy inferior al que traerán las nuevas propuestas de los republicanos para pedir identificaciones para votar con fotografía, padrones confiables y prohibir el reparto de comida en las filas de votación.

Es decir: hace 100 años, los afroamericanos afrontaban el muy real riesgo de ser literalmente linchados por el capricho de una turba racista. Eso era terrible, pero no tanto (según da a entender Biden) como prohibir el reparto de Coca-Cola en la fila para votar. Así de absurdo.

Biden alimenta las llamas de la polarización, y apostarle al conflicto es una juego muy arriesgado. Imagen: Unsplash
Biden alimenta las llamas de la polarización, y apostarle al conflicto es una juego muy arriesgado. Imagen: Unsplash

Biden alimenta las llamas del discurso apocalíptico, y eso tiene consecuencias

Detrás de las palabras de Biden respecto a que las regulaciones electorales propuestas por los republicanos son “Jim Crow con esteroides”, se esconde un burdo pragmatismo político. Obviamente busca arrancar aplausos de sus simpatizantes y consolidar la narrativa de “republicanos=racistas”, que el ecosistema mediático del Partido Demócrata ha impulsado durante décadas.

Eso de por sí es negativo, pero el diagnóstico subyacente es todavía peor: lo que está haciendo Biden es alimentar las llamas del discurso apocalíptico que se ha vuelto cada vez más dominante en la lucha política americana. Y no es sólo el presidente, tanto republicanos como demócratas han caído en la seductora tentación de plantear cada discrepancia política como una lucha definitiva entre el bien y el mal, cuyas proporciones superan cualquier acontecimiento previo.

Predicar el apocalipsis es útil en el corto plazo para capturar la atención (y las donaciones) en un entorno donde los contenidos tienen cada vez más competencia, pero conlleva dos efectos muy graves.

Primero, conforme se vuelve más común, la retórica apocalíptica pierde potencia y mantener el efecto requiere declaraciones cada vez más dramáticas y agresivas. Otorgándole una creciente ventaja competitiva a los demagogos en ambos bandos. Si usted cree que la polarización es un problema hoy, espere a ver cómo estará en 10 o 15 años. Y si esa tendencia no se corrige, llegará un punto donde el único siguiente paso será pasar de la violencia retórica a la violencia física.

Segundo, convertir cada pequeña controversia en un apocalipsis desincentiva la colaboración y multiplica el costo político de alcanzar acuerdos. No es casualidad que el trabajo bipartidista se haya desplomado en los últimos años, conforme los tambores de guerra se volvieron más estruendosos. Hoy en día, para un republicano o demócrata el respaldar una iniciativa que venga del otro lado es potencialmente suicida en términos políticos, incluso si se trata de una buena idea.

La consecuencia de la polarización será una parálisis cada vez mayor al interior de los congresos y los órganos de toma de decisiones. Esa parálisis fortalecerá la frustración, alimentará la polarización y eventualmente llevará a la violencia física. Se trata de un círculo vicioso del apocalipsis.

En noviembre del 2020, tras ganar las elecciones presidenciales, el presidente se comprometió a “ser un presidente que no busque dividir, sino unificar y que no vea estados rojos y azules, sino Estados Unidos.” Sin embargo, no está cumpliendo esa promesa. Ha optado por el camino fácil de predicar la polarización. Al hacerlo Biden alimenta las llamas de un apocalipsis que podría consumirlo todo.

Irónico, ¿no?

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

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