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Biden no debe ser presidente

Biden

Joseph Robinette Biden Jr., un político profesional por más de 47 años, se ha postulado para la presidencia de Estados Unidos tres veces. Su primer intento en 1988 fue un fiasco. Con precisión perfecta plagió, al pie de la letra, un discurso de Neil Kinnock, un político galés laborista. Sin salida de este embrollo, tuvo que abandonar la contienda.

Durante la campaña de 2008, su verborragia imprudente y callosa, demostrado tan a flor de piel a través de su larga carrera, no lo desacostumbró y se repitió durante la campaña. Ahí quedó la segunda postulación. Al fin, en 2020, Biden fue la preferencia del Partido Demócrata al vencer a 29 otros aspirantes.

¿Tiene Biden las calificaciones para ser presidente de Estados Unidos hoy? En otro momento, con otro Partido Demócrata y en mejor estado mental, esto podía haber sido una posibilidad. Si bien Biden nunca contó con poseer muchas luces, sí logró establecer lazos con la clase política en Washington y adquirió una presencia en el Congreso.

Tomando en cuenta sus posturas vacilantes, movedizas con apego a un pragmatismo amoral que venía siempre ligado a los resultados de las encuestas más recientes, su larga estadía en Washington le confirió, dentro de las filas del Partido Demócrata, cierta distinción. La presidencia de Barack Obama y su papel vicepresidencial, sin embargo, le troncó cualquier posibilidad de ser meritorio de ocupar la Casa Blanca. Vamos a las razones.

El Partido Demócrata violenta el Estado de derecho

En dos formas transcendentales aportó, el primer presidente negro en Estados Unidos, a la descalificación moral y existencial de Biden. Obama violentó el Estado de derecho repetidas veces y deconstruyó el Partido Demócrata. Primero, el abuso de poder concretado por el cuadragésimo cuarto presidente tuvo repercusiones con Biden. Desde que arribó a la Casa Blanca, Obama estableció el ejercicio de esquivar las normas constituciones para lograr objetivos políticos.

El caso más craso de la quiebra total del orden constitucional, fue su utilización de los cuerpos de la inteligencia y la contrainteligencia (FBI, CIA) y la manipulación de la fiscalía nacional para promover cargos criminales, basándose en evidencia falsa y otras maniobras de desinformación, para espiar e intentar atrapar legalmente a Trump. Este último ejemplo fue parte de un patrón de eventos que dan muestras de un intento de golpe de Estado (no-violento).

La proximidad a las esferas altas del gobierno obamista, le ofreció a Biden una posición predilecta para convencerse de que podría profundizar actividades cuestionables y de que no habría escrutinio por parte de su jefe o su equipo. Así despegó el cartel Biden, una red de corrupción impresionante en el cual su puesto político le facilitó dividendos jugosos a su hijo (Hunter), sus hermanos (James y Frank), su hermana (Valerie) y su hija (Ashley). Nociones de haber existido un mero “conflicto de interés”, palidece ante la realidad de lo ocurrido. Tráfico de influencia, extorsión, soborno, arriesgar la seguridad nacional, enriquecimiento ilícito y lavado de dinero son cargos que, de llevarse a cabo una investigación exhaustiva y justa, con alta probabilidad colocaría a Joe Biden dentro de una celda, junto a su hijo Hunter.     

La etiqueta “Biden”

La etiqueta “Biden” le ha conseguido prebendas cuantiosas a la familia del vicepresidente en China, Ucrania, Irak, Rusia, Kazajistán, Costa Rica, Jamaica y, por supuesto, Estados Unidos. Sin el puesto que ocupaba éste, sus familiares, ninguno de ellos, poseían las calificaciones para ser beneficiarios de los contratos, honorarios o las regalías que recibieron. El tráfico de influencia desempeñado por Biden, es difícil de ignorar. Ese es el caso también con las acusaciones de extorsión.

En una grabación de video durante una visita al Consejo de Relaciones Exteriores, Biden confesó haber presionado al gobierno ucraniano a que despidiera de su función a Viktor Shokin, el fiscal que estaba investigando a Burisma, la empresa que había contrato a Hunter Biden. El vicepresidente se hartaba de haber condicionando la entrega de mil millones de dólares en ayuda del contribuyente estadounidense ¡Si eso no es extorsión, nada lo es!

Se sabe que 22 días antes de Obama desalojar la Casa Blanca, el embajador estadounidense en Kiev les había alertado a oficiales de su gobierno que tenía información sobre pagos hecho por Burisma a los fiscales ucranianos por un monto de 7 mil millones de dólares y se sospechaba que estos constituían un soborno. La investigación a Burisma, al final y convenientemente, se cerró. Ha sido vox populi que el hijo de Biden, Hunter, estaba en la junta de directores de la empresa energética ucraniana durante todo ese tiempo.

La recién aparecida y ahora famosa computadora portátil de Hunter, ha brotado una dosis alta de evidencia y otras cosas que lo implican criminalmente a él y a su padre tentativamente. Tony Bobulinski, un antiguo socio comercial de Hunter, ha salido recientemente a denunciar que Biden (Joe), no sólo estaba consciente de las actividades de negocio del hijo, sino que éste era el “hombre grande” y recibía 10% de las transacciones. De ser cierto, esto colocaría sobre Joe Biden cargos de enriquecimiento ilícito.

Los mensajes, según el ex socio de Hunter y Oficial Ejecutivo Principal (“CEO”) de Sinohawk Holdings, validan el entendimiento del comportamiento ilícito del exvicepresidente. Bobulinski es ahora un testigo en este caso que el FBI está investigando. Dicha investigación, se ha descubierto estarse llevando a cabo, entre otras razones, bajo la codificación designada a los casos de lavado de dinero por revelaciones de pagos hechos a Hunter de ciertos oligarcas rusos, ucranianos y comunistas chinos. El Departamento de Justica ha confirmado que están investigando actualmente a Hunter.

Como si todo esto no fuera suficiente, los negocios entrelazados de Hunter Biden con China, pueden haber puesto la seguridad nacional de Estados Unidos en riesgo. De acuerdo con el documental “Riding the Dragon: The Bidens’ Chinese Secrets” del escritor Peter Schweizer y divulgado por el New York Post, la empresa de inversión BHR Partners, una de las empresas comunistas chinas en la cual Hunter tiene un escaño en la junta de directores, le proporcionó una inversión a su empresa de mil millones de dólares. A partir de ahí, en una transacción facilitada por Hunter, BHR y AVIC (ambas ligadas al PCCh) adquirieron Henniges Automotive, una compañía de productos automotriz de Michigan cuyos productos tienen uso-dual con una capacitación a usarse en aviones de guerra. Nada de esto hubiera ocurrido si Hunter no hubiera tenido el apellido Biden y este no haya sido el vicepresidente.

El segundo factor por el cual Joe Biden no debe ser presidente es el estado actual del Partido Demócrata. Hoy el Partido Demócrata es el motor político del socialismo en Estados Unidos. Lo cierto es que Biden no sería el único en ser un pelele. Los otros aspirantes también serían rehenes de esta maquinaria. Obama, un socialista fabiano con una apreciación especial por el marxismo cultural como metodología estratégica para institucionalizar la hegemonía del socialismo, ha transformado el partido de Truman y Johnson.

El liderazgo del Partido Demócrata contiene una mentalización marxista profunda. El islamismo es otra influencia que está cobijado en el mando. La misión del Partido Demócrata es fundamentar el socialismo en la patria de Washington y Lincoln. ¿Cuál es el obstáculo? El sistema democrático estadounidense.

Los clamores de la extrema izquierda por la necesidad de “cambios sistémicos” obedecen a ese objetivo. Desde la muerte de George Floyd en mayo de este año, la insurrección marxista ha salido de la nebulosidad y se ha trasladado a la calle y en pleno día. “Black Lives Matter” y “Antifa” son las tropas de choque del Partido Demócrata.

La Teoría Crítica de Raza, una rama de la Teoría Crítica del Colegio de Frankfurt y componente del marxismo cultural, ha sido introducido en el psiquis popular. Nociones impensables previamente de una “justicia social” falsa y subversiva, se ha extendido como un virus de alto contagio. Esta racionalización malévola con su invención de “víctimas” para alistar soldados en su guerra revolucionaria, lo que busca es el derrocamiento del modelo político y económico del excepcionalismo estadounidense.  

En colusión con esta gesta liberticida están los medios de comunicación y sociales, los monstruos tecnológicos, una clase empresarial que abraza el capitalismo concesionario (“crony capitalism”) y facciones marxistas que han penetrado la religión organizada.

Manifestaciones de este empeño por destruir sociedades abiertas incluyen el ecosocialismo, cientificismo político (pseudociencia), inmigración en masa, ideología de género, globalismo ¡Esto no se puede permitir! Aunque el Partido Demócrata estuviera despojado de su toxicidad marxista, a Biden por su corrupción abismal, no le corresponde la presidencia. Cuando se toma en cuanta en manos de quién está el Partido Demócrata y hacia dónde quieren llevar a Estados Unidos, cualquier victoria de un demócrata, en este momento, sería un acto de suicidio político ¡Quiera Dios que los votantes estadounidenses estén a la altura que la ocasión merita y preserven la república!

Julio M Shiling, political scientist, writer, director of Patria de Martí and The Cuban American Voice, lecturer and media commentator. A native of Cuba, he currently lives in the United States. Twitter: @JulioMShiling // Julio es politólogo, escritor, director de Patria de Martí y The Cuban American Voice. Conferenciante y comentarista en los medios. Natural de Cuba, vive actualmente en EE UU.

1 comentario en «Biden no debe ser presidente»

  1. Pingback: Elecciones en Georgia: el último obstáculo para Biden - El American

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