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La administración Biden confiesa que no le importa perder a Colombia como aliado

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El triunfo del extremista Gustavo Petro en Colombia significa un golpe a la mesa. Las cosas cambiaron, para todos. Es un hito, sin duda, que ha generado más preocupación e incertidumbre que tranquilidad.

Particularmente, Petro llega a la Casa de Nariño con el ánimo de reformar la lucha contra los grupos criminales, compuestos por carteles del narcotráfico y bandas guerrilleras. En vez de perseguirlos, e imponer la justicia a punta de fuerza, Petro plantea negociar con los delincuentes, como ya ha planteado frente al grupo terrorista Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Desde finales de los noventa, cuando bajo el Gobierno de Andrés Pastrana y el de Bill Clinton empezó el denominado Plan Colombia, el país suramericano y Estados Unidos, respectivamente, han sido socios estratégicos y militares. Esta alianza ha servido no solo para convertir a Colombia en un país próspero y moderno, sino para neutralizar grupos criminales que también le hacían mucho daño a Estados Unidos.

Con el desarrollo criminal de la dictadura chavista en Venezuela, que ha amparado en su territorio a grupos colombianos como las FARC, el ELN; a otros domésticos como los colectivos chavistas y a algunos más exóticos como Hezbollah; la alianza entre Colombia y Venezuela se ha hecho más importante.

En concreto, hasta el 7 de agosto Colombia representó un muro de contención de todas las operaciones de desestabilización regional que se planean desde Venezuela. Digo hasta el 7 de agosto porque ese día se juramentó Gustavo Petro como nuevo presidente de Colombia.

Petro, quien ya anunció un embajador ante Caracas, le abrirá las puertas a todas esas operaciones desde Venezuela. Además, reformará completamente la cooperación con Estados Unidos, como ya asomó en su discurso en la toma de posesión.

Durante un congreso en la ciudad costera de Cartagena, el asesor de la Casa Blanca para el Hemisferio Occidental, el colombiano Juan González, dijo que “hace 40 años Estados Unidos hubiera hecho todo lo posible para prevenir la elección de Gustavo Petro y, ya después de elegido, hubiera hecho todo lo posible para sabotearlo”.

“No importa la ideología o dónde esté en el espectro político un gobierno”, agregó González.

Aunque lo dice con orgullo, como supuesta muestra de la maduración de Estados Unidos frente a los asuntos de sus vecinos, las palabras de Juan González no son más que una peligrosa muestra de desdén, apatía y miopía por parte de la Casa Blanca.

Bajo el argumento de la no intervención, Estados Unidos está permitiendo que su patio trasero sea tomado por líderes profundamente anti-americanos que le abrirán las puertas a quienes quieren hacer trizas Nueva York o Los Ángeles, como ya está ocurriendo.

El repliegue de Estados Unidos no deja huecos o espacios vacíos, como algunos pudieran creer. Cuando Estados Unidos no está, están sus enemigos. Y entonces, son Irán, China o Rusia quienes entran, llegan a acuerdos, construyen bases militares y desarrollan sus operaciones de desestabilización.

Ya Petro ha asomado su voluntad de reforzar las relaciones con el mundo árabe. Si le sumamos lo de Venezuela, es claro que se va preparando un peligroso cóctel de pólvora que le podría estallar en la cara a esta administración, o al que herede este desastre.

Y no se trata de que Estados Unidos deba retomar la Doctrina Monroe o el corolario de Roosevelt. Se trata de que Estados Unidos debería preocuparse más por lo que sucede, sobre todo, en su patio trasero. No con el propósito de resolverle los problemas a los vecinos, eso queda claro, sino con la intención de velar por la integridad de sus intereses y su seguridad.

Muestra de ello fue la modélica política exterior del expresidente Donald Trump quien, sin empezar un solo conflicto y sin enviar tropas a algún nuevo país, se voló al segundo de Irán, al jefe del ISIS, le impuso sanciones a Venezuela por las violaciones de derechos humanos, suspendió el deshielo con Cuba y le hizo frente al avance chino.

Biden, en cambio, ha hecho lo contrario. Su política exterior errática, que ya arrastra los fracasos de Afganistán, Ucrania, el reforzamiento de Irán y a una China envalentonada, es consecuencia de su empecinada voluntad de hacer todo lo contrario a lo que hizo Trump.

Cuando entrevisté al académico e investigador del Cato Institute, Daniel Raisbeck, me dijo que si en Colombia gana Petro se trataría de un fracaso en política exterior de los americanos del tamaño de lo que ocurrió en Afganistán.

Así como con el avance de los talibanes, la administración de Biden muestra su apatía ante el avance de la extrema izquierda en Latinoamérica. Y la confesión de Juan González sella el expediente: no les importa lo que pase en Colombia. Hace 40 años, cuando el mundo era un lugar más seguro con Reagan en la Casa Blanca, les hubiera importado. Hoy no.

Orlando Avendaño is the co-editor-in-chief of El American. He is a Venezuelan journalist and has studies in the History of Venezuela. He is the author of the book Days of submission // Orlando Avendaño es el co-editor en Jefe de El American. Es periodista venezolano y cuenta con estudios en Historia de Venezuela. Es autor del libro Días de sumisión.

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