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Bolivia, o cómo perder la libertad en un año

Por Jorge Velarde Rosso:

2020 ha sido un año particular para Bolivia, no tanto por la pandemia de COVID-19, sino por la situación política que inició con la renuncia de Evo Morales el 10 de noviembre de 2019. Después de tres semanas de masivas protestas a nivel nacional – debidas al fraude electoral preparado por el partido del Movimiento al Socialismo (MAS)– el autócrata boliviano se vio obligado a renunciar después de casi 14 años en el poder. En octubre de 2020, en un país que nunca deja de sorprender, el MAS ha ganado las elecciones por un amplio margen. Sí, el mismo partido que ejecutó el fraude para perpetuarse en el poder ha ganado las elecciones aparentemente transparentes.

Tratar de entender cómo esto ha sido posible puede brindar excelentes lecciones no solo para los bolivianos sino para todos aquellos líderes latinoamericanos que quieran consolidar los procesos de liberación del socialismo en sus respectivos países.

Una primera conclusión a la que se puede llegar es que, después de tanto tiempo en el poder, grandes porciones de la población se acostumbran al socialismo. Aunque sea una obviedad viendo las situaciones de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Argentina, vale la pena mencionarlo. Los gigantescos casos de corrupción, en el caso boliviano incluso el escándalo de pedofilia de Evo Morales, parecen no perjudicarlos. Pero sobre eso no quiero extenderme, ya que no es una particularidad boliviana.

Una conclusión más importante es que la carencia programática de las fuerzas democráticas resulta fatal. Por fuerzas democráticas me refiero a aquellos líderes que entienden que las formas republicanas implican un recambio incuentro de líderes políticos. Los líderes de la izquierda carecen de esa noción moderna y piensan todavía en términos de hegemonía y control total. Es lógico y esperable que parte de esas fuerzas democráticas sean de izquierda y centro-izquierda. Es bueno que existan porque ayudan a la transición capturando las simpatías de esas enorme proporciones de la población que no quieren abandonar el socialismo. Lo importante es que sean republicanas y estén dispuestas a dejar el poder cuando legalmente deben hacerlo. 

Pero estas fuerzas tienen que tener una propuesta clara y programa concreto. No basta con presentarse como simplemente lo “no-socialismo del grupo de San Pablo”. Hay varias razones por las que esta no es una buena estrategia, hasta filosóficas, pero me detendré solamente en el ejemplo boliviano. La estrategia de campaña del principal contrincante al MAS fue simplemente “voto útil para que no vuelvan”. Y me ciño a los resultados de la estrategia: fue tan mala que el exministro de Evo Morales le sacó ¡20 puntos porcentuales de diferencia! 

Eso me lleva a mencionar una tercera conclusión, relacionada con las dos primeras. Sin una propuesta clara de futuro la gente prefiere volver (o quedarse) con lo que ya conoce, incluso si es malo; incluso sabiendo que es malo. Los bolivianos no somos tontos, los latinoamericanos no somos tontos, sabemos que nuestros países tienen muchísimos problemas y nos damos cuenta de que los causantes de esos problemas han sido nuestros gobernantes. Sabemos que desde las dos últimas décadas esos gobernantes han sido de izquierda. Pero en gran medida los líderes de la oposición no han ofrecido alternativas reales. Si van a ofrecer esencialmente lo mismo, si la propuesta es un socialismo light, mucha gente va a preferir la versión original. Pasa con la Coca-Cola, con la mayonesa y con los líderes políticos. Mejor lo viejo conocido que lo nuevo por conocer. Total, ya estamos acostumbrados y sabemos cómo sobrevivir. 

Cuarta conclusión, más importante; no se puede jugar con quien no respeta las reglas del juego. Es una lección que cualquier niño de cinco años entiende; con los tramposos no da ganas de jugar. Pero los líderes bolivianos no entendieron esto. En noviembre de 2019 el MAS perdió el poder después de tres semanas de movilizaciones civiles reclamando precisamente eso. Cuando Evo renunció sus grupos de choque vandalizaron la ciudad de La Paz. Pero los líderes políticos que tomaron el relevo no entendieron lo que los niños sí. Teniendo todos los argumentos legales y la fuerza y legitimidad política para hacerlo, dejaron que el MAS sobreviva. 

Quitarle al MAS la personería jurídica no solo era legal, era legítimo, ético y era necesario para la conservación de la libertad recuperada. No se trataba de perseguir a nadie, no se trataba de revancha. La eliminación de la sigla era obligar a la estructura partidaria a reordenarse. Tras la derrota política del 2019 eso podría haber tomado mucho tiempo. En los primeros meses desde su salida, haber sido o haber estado vinculado al MAS era vergonzoso. 

Finalmente, entonces, la principal lección para los líderes latinoamericanos que quieran ayudar a sus países a dejar el socialismo del siglo XXI es asegurarse la victoria moral. Teóricamente la más fácil, ya que los grados de corrupción del socialismo latinoamericano son evidentes para todos –salvo para sus intelectuales y periodistas, claro–. Pero la gente normal sabe que robar es malo, que no está bien que un hombre de 60 años, como Evo, se acueste con jovencitas de 14. Sabe que hacer trampa para ganar elecciones es reprobable y que ser cómplice de ello también. Pero si los líderes de la transición democrática no procesan esos casos, la izquierda –que maneja el aparato cultural e informativo– relativizará todo ello recurriendo a cualquier medio para validar “su justicia social”. La llamada justicia social justifica cualquier cosa. Y entonces, la gente tolera la corrupción, tolera el abuso de poder, tolera el atropello de los derechos humanos y tolera, finalmente,  al Movimiento al Socialismo. 

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Jorge Velarde Rosso es fundador y director académico de Libera Bolivia

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