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La caída de Kabul, o el ocaso de la Pax Americana

aeropuerto de Kabul, Afganistán, El American

«En los asuntos de las naciones, el conservador americano siente que su país debe ser un ejemplo para el mundo sin tratar de rehacerlo a su propia imagen (…) no aspira reducirlo a un único patrón civilizatorio o de Gobierno». — Russell Kirk

Corría el año 1990 cuando el presidente George H. Bush, retomando la visión de paz y gobernanza concebida por Woodrow Wilson, declaró un «nuevo orden mundial». El comunismo colapsaba y Estados Unidos emergía como la última superpotencia en pie. La frase, caldo de innumerables y delirantes conspiraciones, era simplemente el anuncio oficial del momento unipolar.

Mucho ha cambiado en las últimas tres décadas. China, en pleno auge, se sitúa como el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo. Y si bien en el plano de la productividad apenas alcanzará niveles similares al de las naciones desarrolladas en torno a 2050, en un más próximo 2032 su PIB nominal —indicador fetiche de los analistas— habrá sobrepasado al PIB nominal americano. Pero no es sólo en la economía donde el gigante asiático se está erigiendo como líder, también en la nueva carrera tecnológica del 5G y la inteligencia artificial. En este último campo, decisivo, su dominio parece inexorable.

Por su parte Rusia, exangüe y humillada en la era Yeltsin, ha recuperado su soberanía y su influencia. Incluso se expande territorialmente. En 2014 anexó a Crimea ante la impotencia de la llamada «comunidad internacional». Desde hace seis años ha prestado un apoyo clave al Gobierno de Bashar al-Ásad en el conflicto sirio, ese que algunos expertos consideran un microcosmos de la Tercera Guerra Mundial. Con su actuación en Oriente Próximo se ha fortalecido, triunfando, a golpe de realpolitik, no sólo sobre los fundamentalistas islámicos, sino sobre sus rivales geopolíticos en la región. Todo mientras revive la carrera armamentista con el desarrollo de las armas hipersónicas.

Como vemos, las grietas se van acumulando en el orden liberal. Parece configurarse un escenario de nueva Guerra Fría a tres bandas y no a dos. Esto, claro, en la medida de que rusos y chinos no puedan profundizar su asociación estratégica al punto de conformar un frente común.

El fin del fin de la historia

«Debemos admitir que una sociedad no puede evolucionar en un sentido que nosotros juzgamos preferible, sino a partir de realidades culturales y de prácticas sociales que le son propias». — Alain de Benoist.

Las nociones de inevitabilidad que dominaban las discusiones académicas de los años noventa se han disipado. El triunfo universal de la democracia y los DD. HH. dista mucho de estar garantizado. Y si el orden liberal venía agrietándose, Joe Biden no le ha hecho favores con su proyección de debilidad e improvisación. El retiro de las tropas americanas de territorio afgano, aunque previamente pactado por la administración Trump, pareció más bien una humillante huida.

En su primer discurso tras el histórico suceso, el presidente tuvo grandes aciertos que incluso parecían guiños al movimiento America First (por ejemplo, “Los americanos no deben morir en una guerra que los afganos no están dispuestos a luchar por sí mismos”). Sin embargo, pronunció una afirmación clamorosamente falsa: “Afganistán nunca se trató de hacer nation-building”. Basta echar una mirada a la hemeroteca para comprobar que este no es el caso.

Con un breve paréntesis trumpista, Estados Unidos ha estado guiado por un afán de imponer un one-size-fits-all model a todos los países en los que interviene. Al ignorar sus particularidades culturales, históricas y religiosas, termina chocando con la propia naturaleza humana. Sucesivos gobiernos pueden haber inyectado sumas astronómicas en las Fuerzas Armadas y otras instituciones afganas, pero es una pretensión ilusoria instalar una democracia liberal en aquellas montañas asiáticas. Los factores de analfabetismo (que roza el 50 %), fragmentación étnica y fanatismo islamista no lo permitirían.

Cuesta recordar cuándo fue la última vez que el hasta ahora hegemón llevó a cabo con mediano éxito una operación de cambio de régimen. El tiempo dirá si esto lo lleva a emprender un viraje realista invirtiendo recursos y energías a lo interno o, si en cambio, continúa enfrascándose en aventuras evangelizadoras en tierras ignotas.

Siendo justos, la mayor parte de la responsabilidad de la caída de Ghani y la instalación del Talibán en el poder no puede recaer en Biden. El destino estaba sellado, ya que se partía de una concepción errónea de la guerra: la de rehacer el mundo a la propia imagen. Mientras los contribuyentes americanos eran exprimidos financiando programas feministas de la USAID, las acciones de una serie de empresas de seguridad que participaban en el conflicto (Lockheed Martin, Raytheon, etcétera) se disparaban. Asimismo, la Comunidad de Inteligencia —que ya falló con las “armas de destrucción masiva” en Irak o el escándalo de Russiagate— hizo predicciones que demostraron ser rotundamente falsas. Señalar únicamente a una persona es omitir una larga cadena de “errores” y exonerar a actores que han venido teniendo un juicio cuando menos dudoso por demasiado tiempo.

Estados Unidos sale, China entra

La gran historia que se nos presenta a partir de la debacle de Afganistán es si China logrará hacerse de una reserva de minerales hiperestratégicos de valor casi incalculable (aunque esté flotando la cifra de 3 billones de dólares) que se encuentra en su territorio. El Reino del Medio puede salir con las manos llenas allí donde fracasaron los imperios macedónico, británico, soviético y americano.

Uno de dichos minerales es el litio, usado, entre otras cosas, para la fabricación de las baterías de los autos eléctricos y los paneles solares. Con esto en consideración, medios de la órbita demócrata (véase The Hill, p. ej.) han insistido en que no es buena idea una retirada tan “abrupta”, e incluso presentan argumentos ambientalistas para prolongar la intervención.

Síntomas de declive

El Gobierno que los soviéticos instalaron en Afganistán sobrevivió tres años sin su presencia. Caía en 1992 tras ser abandonado económicamente por Boris Yeltsin. El Gobierno instalado por Washington, en cambio, sobrevivió menos de una semana. Hay síntomas de declive. ¿Tomará China la batuta mundial? No necesariamente, pero al menos puede sentirse envalentonada para actuar sin mayores represalias. Los taiwaneses deben estar muy temerosos ahora mismo.

Aunque no todo es color de rosa para China. Un invierno demográfico se cierne sobre ella y su población envejece (razón por la cual ha adoptado una política que permitirá a las parejas un tercer hijo). Sumado a esto, su deuda corporativa ha aumentado ostensiblemente durante la pandemia del coronavirus y su sector financiero se estanca. Resulta apresurado decretar si estos son contratiempos temporales o las primeras señales de un problema mayor. Lo que juega a su favor es que es una nación que piensa a largo plazo. Ejemplo de ello es el desarrollo de la Nueva Ruta de la Seda, el proyecto de implicaciones geoestratégicas más ambicioso del siglo XXI. En contraste, Estados Unidos no tiene una hoja de ruta clara. Incapaz de ganar guerra sin paliativos desde 1991 (Guerra del Golfo Pérsico), parece decidido a hacerse la guerra a sí mismo con las ideas endofóbicas del progresismo woke.

Lo cierto es que con o sin sorpasso chino, estamos en las postrimerías de la hegemonía global americana. El futuro estará marcado por la multipolaridad y la competencia sistémica. No es una predicción sino una constatación. No es el fin del mundo, por más que en la resaca de los eventos recientes algunos quieran declararlo, pero sí es el fin de un mundo.

Silvio Salas, Venezuelan, is a writer and Social Communicator, with an interest in geopolitics, culture war and civil liberties // Silvio Salas, venezolano, es un comunicador social interesado en temas de geopolítica, libertades civiles y la guerra cultural.

Sigue a Silvio Salas en Twitter: @SilvioSalasR

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