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Castrochavismo reacumula poder en Latinoamérica

Evo Morales, Castrochavismo

Las redes de extrema izquierda continental han estado muy activas ideando la forma de revertir la disminución de su influjo de poder en la región. Lo han logrado de cierta forma con el retorno del kirchnerismo en Argentina (mientras en México ganaron un apoyo funcional indirecto con López Obrador y con Biden en USA quien relajará las sanciones precedentes). Y lo han logrado otra vez con el éxito de Luis Arce en Bolivia: un mascarón de proa de Evo Morales y del castrochavismo en el altiplano andino.

Que pronto Colombia, Chile y el crucial Perú se acerquen (vía la explotación de las tensiones y la ventana táctica del «voto popular») a la órbita de poder de esta extrema izquierda, sería otro signo de la efectividad que tienen para apuntalar sus narrativas políticas de victimización. Narrativas que se amplifican además gracias a una prensa mundial selectivamente vigilantes con las «extremas derechas», pero casi sin ninguna cautela —y hasta propagandistas— con las ultraizquierdas prodictatoriales.

Con el retorno del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, el contexto es hoy de sumo riesgo y de venganzas y agresiones crecientes. Sobre todo para quienes asumieron el Gobierno luego de la renuncia y expectoración de Morales en noviembre de 2019. El castrochavismo, por cierto, perdió en aquella coyuntura la apuesta y tuvo que sacar del país a su operador Morales hasta la llegada de nuevos vientos. Vía el «pragmático» Arce, el 2020 Bolivia retornó a su poder.

El presidente de Bolivia Luis Arce, perteneciente al Movimiento al Socialismo, partido liderado por Evo Morales. (Flickr) Castrochavismo
El presidente de Bolivia Luis Arce, perteneciente al Movimiento al Socialismo, partido liderado por Evo Morales. (Flickr)

Mas de un año después de la salida de Morales, la manipuladora retórica del «golpe de Estado» contra su mandato agarró forma favoreciéndolo y tapando el megafraude electoral que se perpetró para mantenerlo en el sillón presidencial.

Debe recordarse cómo el hiperactivo castrochavismo lidió para intentar administrar el conflicto y los factores a su gusto. Y cómo sus movidas traspasaron fronteras.

Durante tres semanas poselectorales la atención de la opinión pública latinoamericana no estaba en las protestas ciudadanas contra el descomunal fraude electoral en Bolivia del 20 de octubre de 2019, estaban puestas en Chile —y poco antes en el tensionado Ecuador—. Nada distrajo más lo que acontecía entonces en suelo boliviano que el conflicto violento y político estimulado —con infiltraciones extranjeras— en suelo chileno. ¿El efecto? Piñera el «dictador». Morales el «demócrata».

Esa conveniencia de atenciones y tergiversaciones terminó el domingo 10 de noviembre de 2019 con la renuncia de Evo Morales a la presidencia. Es posible que, de no haberse desatado «la (provocada) crisis del modelo chileno», los bolivianos no hubiesen tenido que esperar veintiún días después de las elecciones para llamar la atención sobre la arremetida ilegal, antidemocrática y anticonstitucional que el castrochavismo y Morales estaban intentando perpetrar con la manipulación de los votos. El disparo finalmente les salió por la culata. La acción distractora sucumbió.

Aún no todo estaba dicho. Chile siguió incendiándose —hasta hoy— y la victimización del dictador boliviano emergió por parte de sus aliados de la extrema izquierda, y muchos de la «moderada», incluso más allá del continente. Las hordas pro-Evo fueron saqueando, incendiando, intimidando y agrediendo con violencia, cumpliendo la advertencia que el exministro de la Presidencia de Bolivia lanzara vía la agencia rusa Sputnik: «El país será un Vietnam», si sacan a Evo. De locos.

Tres principales factores —entre otros— abonaron a que el proyecto reeleccionista ad infinitum de Morales no haya prosperado en ese momento en contraste con lo que ocurrió con Chávez y ocurre con Maduro.

Primero, no logró controlar del todo a las fuerzas armadas y policiales. En Venezuela estas fuerzas unieron su destino —y los negocios oscuros y criminales— a la del dictatorial régimen político y civil. Segundo, no armó una «oposición» que le sea funcional a su sobrevivencia; que aparente oponérsele y acuda a los llamados de «diálogo» y «negociaciones» torpes y cándidas como las que han solido oxigenar al chavismo en veinte años de dominio en Venezuela. Y tercero, no consolidó con efectividad a las fuerzas de choque violentas como los «colectivos» armados de civiles que administra el chavismo. Activistas prestos a «defender la revolución» intimidando y asesinando a los opositores reales. Morales también los tenía, pero en mucha menor proporción.

Así pues, los factores internos ayudaron a expectorar al expresidente boliviano luego de una reacción ciudadana de todos los sectores sociales que rechazaban su confirmado fraude electoral. Mientras en contraste los factores externos sí estaban con él: ahí se vio cómo ese gran sector de la izquierda prochavista latinoamericana y mundial victimizaron —en España los podemitas se desataron por Morales— y defendieron con ardor y con la misma retórica al dictador.

Ha sido esa dimensión, la de la dinámica externa, la que pugnó por imponer la sincronizada narrativa de que Morales fue víctima de «un golpe», cuando es claro que el golpe de poder lo perpetró él y sus operadores alterando las urnas para no soltar el control político. Sin ningún escrúpulo, sin importar el costo.

¿Cómo impactó la situación boliviana fuera de sus fronteras? El liberal peruano Enrique Ghersi señaló en su momento: «Evo Morales era la clave de todo el entramado chavista en Sudamérica, y era crucial, porque la posición de Bolivia en el centro del continente era básica para controlar el tablero de ajedrez… (mientras) para la izquierda peruana, la caída de Evo Morales es muy grande, porque Evo financiaba, patrocinaba y ayudaba a los movimientos políticos de la izquierda radical en el sur» del Perú (Expreso. 11/11/2019).

Aunque, en realidad, no se trata de un solo tablero de ajedrez como señala Ghersi, sino de tableros múltiples: uno en cada país donde se está jugando. Así, mientras el castrochavismo perdió temporalmente a Bolivia, recuperó su enorme influjo en Argentina vía la dupla Fernández-Kirchner.

¿Qué pasará dentro de poco con Colombia, Chile y el Perú?

El lector no debe tener ninguna duda de que el castrismo chavista pugna incesantemente por redibujar y ampliar su área de control. Un escenario también propicio para una China y una Rusia en pleno plan de expansión e influencia en la región.

Political analyst and columnist focused on issues of risk and political conflict, radicalization and violent political extremism // Analista político y columnista enfocado en temas de riesgo y conflictos políticos, radicalización y extremismo político violento

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