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Nuestra civilización industrial podría colapsar por una crisis ecológica de origen natural

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Desde mediados del siglo pasado se sobreestima la capacidad de la civilización para afectar sistemas planetarios en los que su influencia es dudosa e impredecible. Los ecologistas predicen una y otra vez catástrofes planetarias inminentes, exigiendo como solución preventiva un socialismo global. Catástrofes que nunca llegaron.

Hoy sería un presuntamente antropogénico cambio climático del que nos hablan como novedad, cuando lo cierto es que el clima ha cambiado dramáticamente desde mucho antes que existiera civilización industrial. Ocurrieron grandes extinciones de especies  mucho antes que la nuestra pisara la tierra. Y desde que la pisamos las grandes catástrofes naturales no han cesado. Pero mientras se exagera el potencial impacto de la civilización sobre el ecosistema global, se olvida que el planeta sí que podría afectar severamente a su ecosistema actual en formas capaces de destruir la civilización industrial humana.

El colapso natural de una gran civilización

A 110 kilómetros al norte de Creta está la isla de Santorini, antiguamente conocida como τέρας. Fue un centro comercial muy importante de la civilización Minoica. Y su historia geológica explica el colapso repentino de aquella civilización. El arqueólogo Spyridon Marinatos estudió Santorini desde 1967 y descubrió ahí cómo colapsó realmente aquélla civilización, la más avanzada de la edad del bronce.

La civilización minoica estableció, cuatro mil años atrás, un sistema de intenso comercio internacional —y poder naval— el Mediterráneo, que fue la clave del temprano intercambio a gran escala de mercancías entre las civilizaciones de la era del bronce. En redes comerciales que se amificaban hasta los pueblos bárbaros. Y da cuenta de lo avanzados que fueron los minoicos, el que  disponían sistemas de tuberías para llevar agua a los hogares. Incluso agua caliente. Así como de drenajes altamente desarrollados. También de edificios de hasta 4 pisos de altura. Salubridad urbana que no se vieron nuevamente hasta un par de milenios después, en Roma.

Pero a finales del siglo XVII adC una explosión volcánica con fuerza equivalente a 150 bombas de hidrógeno explotando en el mismo lugar y al mismo instante, hizo que el volcán bajo Santorini volara por los aires transformado en roca vaporizada.

La montaña de 1600 metros de se transformó en un cráter de 125 kilómetros cúbicos y kilómetro y medio de profundidad que una gran catarata del mediterráneo llenó entre nubes de vapor y gases volcánicos. La columna de humo alcanzó la estratosfera y el volatilizado volcán formó una enorme nube incandescente que cubrió el cielo desprendiendo intenso calor y cubriendo en menos de una más de hora 300 kilómetros de distancia. Llovió el fuego sobre las islas de Melos, Naxos y Creta.

Una gruesa capa de ceniza volcánica arruinó las cosechas y los pastos del ganado. La nube de ceniza y la cortina de vapor llegaron a Turquía y Egipto transformando el día en noche por semanas. Toda la cuenca civilizada del mediterráneo quedó al borde del colapso. Y la sombra se extendió hacia el este sobre Siria e Irán suavizándose  mientras recorría Asia y llegando como polvo a todo el planeta. El tsumani, con olas de entre 60 y 100 metros arrasó las islas minoicas. Marinatos encontró en la costa septentrional de Creta bloques de hasta media tonelada arrojados a más de 100 metros de distancia por la fuerza del agua.

El tsunami arrasó Cnosos y destruyó la flota en el puerto de Heraclion, mientras los barcos en alta mar eran destruidos por la nube de ceniza incandescente. En el golfo de Kerme en la actual Turquía —a más de 200 kilómetros de Santorini— las aguas se elevaron hasta 250 metros de altura y penetraron más de 50 kilómetros tierra adentro.

La desaparición de aquella civilización colapsó la economía del mediterráneo de la edad del bronce porque desapareció su tecnología y se detuvo todo el comercio internacional naval de un golpe. Las redes internacionales de intercambio comercial fueron reconstruidas lentamente por otros pueblos, pero sin la tecnología naval, el capital y los conocimientos comerciales acumulados por los Minoicos.

En la civilización egipcia da cuenta del desastre el papiro de Ipuwer: “Hoy nadie navega hasta Biblos. ¿Qué haremos respecto a la madera de cedro para nuestras momias? Los sacerdotes son enterrados con sus productos; los nobles son embalsamados con sus óleos correspondientes, hasta tan lejos como Keftiu. (La Creta minoica) pero ya no llegan”. Tras la tumba de Amenhotep II en que los jeroglíficos aluden por última vez a Keftiu, nunca se le menciona nuevamente. Tomó dos milenios completos recuperar la escala del comercio naval del periodo minoico.

Desde que emergen las primeras civilizaciones, aquella fue la primera catástrofe natural de esa escala. Otra similar ocurrirá en algún momento futuro, cercano o lejano. Nuestra especie tiene cientos de miles de años sobre la tierra, pero de la acción aunque no de la voluntad humana, finalmente emergió el orden espontaneo de la civilización apenas en los últimos diez mil años, poco más o menos. Y antes de eso una catástrofe equivalente probablemente forzó la extinción del hombre de Neanderthal.

Pero hoy observamos el impacto económico, político y cultural de una pandemia mucho menos mortal que otras que han afectado a la civilización en el pasado. Y quien no mire a otro lado tiene ante sus ojos el indiscutible fracaso, económico y sanitario de las pésimas políticas de las burocracias internacionales y la mayoría de los Estados nacionales ante ésta pandemia, acompañados de crecientes esfuerzos de desinformación y censura para negarlo.

Así que es muy razonable preguntarnos si esta frágil y compleja civilización industrial y tecnológica global de nuestros días, con las pésimas ideas que hoy prevalecen en ella, sobreviviría a un evento natural de una importancia equivalente a la que destruyó a los minoicos. Porque si la capacidad de respuesta política y cultural la medimos por la de la actual pandemia, la paradójica respuesta es que por motivos casi exclusivamente políticos e ideológicos, algo como aquello colapsaría globalmente nuestra civilización sin remedio.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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