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Colombia, cuando gobernar bien no es suficiente

Petro

Colombia decidió e irá a la segunda vuelta presidencial para escoger entre dos opciones que, entre la moderación y el extremo, reflejan lo mismo por parte de la sociedad colombiana: hastío. A lo largo de esta serie de artículos hemos visto algunos ejemplos de cómo los proyectos, en particular los de la izquierda criminal, se aprovechan del desgaste que ellos promueven para erosionar la democracia y que la gente pierda la fe en ella. Ahora, en esta penúltima entrega, nos adentraremos en Colombia, que vive, en tiempo real, la posibilidad de perderse para siempre o de salvarse por un rato más. Y eso, de por sí, ya es un problema.

Nadie duda de los buenos indicadores de los que hoy goza Colombia: una democracia sólida y de las más estables y duraderas de la región, una economía pujante, indicadores de desarrollo y posicionamiento global positivo y un país que, a pesar de la herida abierta del conflicto histórico, se insertó en el mundo democrático de manera ejemplar. Desde luego, también con problemas, con enormes retos institucionales, de superación de la pobreza y de mayor desarrollo, pero nada que opaque un desempeño referencial en términos generales.

Sin embargo, nada de eso pareciera ser suficiente para una buena parte de los colombianos que no sienten que esos indicadores positivos hayan impactado su vida y, peor aún, que no sienten que viven en una democracia plena. Frente a eso, la posibilidad de estar peor no parece ser percibida y por eso han decidido apoyar a todo aquello que desafíe al sistema que los ha hecho vivir mejor, aventurándose por opciones entre lo impredecible y lo peligroso.

Si de algo se aprovecha la izquierda criminal es de ir socavando las bases de la democracia liberal para que la gente deje de creer en ella como la mejor manera de ser gobernados. Ese socavamiento viene acompañado de violencia, vandalismo, caos y, lo más importante, de una narrativa que hace suponer que nada sirve ni servirá hasta que sea esa izquierda la que llegue al poder a revolucionarlo todo. Es una idea de cambio que realmente significa acabar con lo establecido para instalar un sistema que los venezolanos conocen bien, basado en el socialismo y en la miseria como manera de perpetuarse en el poder, haciendo sociedad con el crimen y con los enemigos de la libertad. Frente a eso, las democracias liberales han demostrado ser incapaces de enfrentar el permanente ataque a sus bases, sea por no disponer de la misma fuerza, recursos y de tener los escrúpulos que la izquierda no tiene, o por ingenuidad y subestimación que terminan por explotar en la cara de quienes toman decisiones.

Lo cierto es que la gestión por sí sola no es suficiente si no se conecta con la gente y si su narrativa no tiene una épica que describa su importancia y, sobre todo, el por qué hay que cuidar lo que se ha logrado. Esa es una de las grandes fallas de la derecha, independientemente del espectro, porque simplemente ha optado por irse hacia lo que la izquierda propone, renunciando así a su propia identidad y valores, intentando agradar a todo el mundo, abandonando a quienes genuinamente creen en las ideas que representan y cayendo en el chantaje de la corrección política que termina por desdibujar, por miedo o por presión, lo que realmente se es. Esa ha sido precisamente la tragedia de la clase política tradicional que salió derrotada en la primera vuelta presidencial y lo que explica el ascenso de la figura de Rodolfo Hernández, quien supo capitalizar el descontento y el nicho de la no alineación con las figuras polarizantes de Colombia, Uribe y Petro, pero, sobre todo, quien decidió decir las cosas como las piensa, mostrarse como es y conectar con la gente en una campaña que ya es motivo de estudio para el futuro.

Rodolfo Hernández
Si de algo se aprovecha la izquierda criminal es de ir socavando las bases de la democracia liberal para que la gente deje de creer en ella como la mejor manera de ser gobernados. (EFE)

El hastío es el gran vencedor de la primera vuelta y es algo que Hernández ha sabido aprovechar muy bien. También fue una derrota para Petro y su apuesta de arrasar en primera vuelta, porque, aunque inevitablemente pasaría a la segunda, la gente también tiene muy claro lo que él representa, por lo que las probabilidades de que el outsider gane son altas. Eso, para Petro y para su ego sería mucho peor, pues también le darían un mensaje como parte de esa política convencional a la que pertenece y que tiene cansada a los colombianos.

A pesar de lo polémico de su figura y de la manera en cómo promete gobernar —que fue precisamente lo que lo llevó a pasar a segunda vuelta— Hernández es un candidato populista desde la moderación, más amigable a las ideas democráticas y de la libertad que su rival, seguramente más fácil de contener y de controlar por los pesos y contrapesos del poder y que puede enrumbar a Colombia hacia un desarrollo importante, siempre que no aísle al país y haga perder el posicionamiento que tiene la nación colombiana en el mundo.

Petro, en cambio, es un populista desde lo extremo, que no tiene pena en esconder sus orígenes criminales y la vinculación con un proyecto ideológico que lo haría socio de las peores tiranías de la región y posiblemente terminaría siendo parte de ellas. Pero, además, podría exponer a Colombia a ser parte de un corredor criminal fomentado desde el poder junto a Venezuela, significando una gran amenaza a toda la seguridad del hemisferio y dándole una fuerza sin precedentes al Foro de São Paulo, al Grupo de Puebla y a todos sus satélites. La elección parece ser bastante obvia. Como ya se ha dicho, las FARC, el ELN, y todos sus socios, tienen en él su candidato y saben que le facilitará el camino al poder si Petro gana.

Colombia es una gran joya de la corona, como lo fue Chile, pues ha sido el único país que no ha caído en las garras del Foro de São Paulo y la izquierda continental sabe que debe ir por ella. Desde el 2019 vienen preparando el terreno para deslegitimar todo y avanzar en su proyecto, con el que ya el propio Petro ha amenazado con cambiar la constitución e ir tomando control de los principales activos del país, de los ahorros de la gente y, peor aún, de expropiar bajo el disfraz de la “democratización”. También perseguirá a la prensa, encasillará a sus enemigos para perseguirlos y revivirá el legado de Chávez. Eso es Gustavo Petro.

Gustavo Petro
Nadie duda de los buenos indicadores de los que hoy goza Colombia: una democracia sólida y de las más estables y duraderas de la región, una economía pujante, indicadores de desarrollo y posicionamiento global positivo y un país que, a pesar de la herida abierta del conflicto histórico, se insertó en el mundo democrático de manera ejemplar. (EFE)

Adicionalmente, el próximo presidente de Colombia deberá lidiar con una realidad que no podrá negar: la creciente migración venezolana que no se detendrá mientras el régimen de Maduro siga en el poder y mientras ese régimen siga siendo un factor desestabilizador para la seguridad de toda América Latina. Uno de los candidatos propone sociedad con ese régimen, lo cual sería mortífero para Colombia. El otro, propone normalizar relaciones y entenderse, lo cual puede terminar blanqueando a un régimen investigado por cometer crímenes de lesa humanidad y estar vinculado a actividades del crimen organizado. Si algo necesita Colombia es un presidente que le haga tanto o más frente al régimen venezolano como lo ha hecho el gobierno de Iván Duque. Una Colombia insertada en el concierto de las democracias globales, cumpliendo su rol en defensa de la democracia y presionando para acabar con la tiranía venezolana, es clave para acelerar la derrota de una izquierda que viene cobrando fuerza en toda la región. No será ignorando su naturaleza o haciéndose parte de su dinámica criminal, que se podrá liberar Venezuela.

Aunque suene crudo, Colombia se debate, pues, entre la opción de un gobierno que podría garantizar un nuevo gobierno dentro de cuatro años, sin saber mucho que le deparará al país, y la opción que puede significar la última elección democrática de Colombia y la perpetuación de un sistema de oprobio y miseria. La primera opción es la más sensata, pero cualquiera de las dos supone el reto de renovar la clase política amante de la libertad y de la democracia, de potenciar nuevos liderazgos capaces de conectar con la gente con autenticidad y sin corrección política, consciente de los problemas reales de la sociedad y que rescate la imagen de una política hoy desdibujada por los propios errores de quienes no hicieron más.

Por suerte, Colombia cuenta con nuevas generaciones que a donde van enarbolan las banderas de la libertad y que en cada ámbito en el que están, sea en la política, la sociedad civil, la academia, la opinión pública, etc., se encargan de decir que no dejarán que su país se pierda. Allí hay una enorme oportunidad para dar esa sacudida magistral y enrumbar a Colombia hacia un proyecto de libertad de largo aliento. No se trata de ir pensando cada cuatro años cómo salvarse porque el contador se acabará. Se trata de hacer perdurables proyectos que derroten a los enemigos de la democracia, como lo es Gustavo Petro.

El reto es enorme. La sombra acecha y quiere tomar Colombia. El proyecto es claro y no se rendirá. Solo con libertad, Colombia se salvará.

Pedro Urruchurtu, is a political scientist. He is the Vice President of RELIAL and coordinator of International Affairs for the Vente Venezuela party // Pedro Urruchurtu es politólogo. Vicepresidente de RELIAL y coordinador de Asuntos Internacionales del partido Vente Venezuela

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