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Colombia no aprendió de Venezuela

6 DE DICIEMBRE DE 1998. Los venezolanos, hastiados de su clase política, le votaron a un golpista que había empuñado las armas contra la democracia y que prometía un cambio radical. Ese día yo cumplía 4 años. Mi familia lloró. Pero muchos celebraron que, por fin, llegaba ese cambio.

Luego vino la Asamblea Nacional Constituyente. Chávez moldeó el Estado a su conveniencia. Empezaron las expropiaciones, el manejo politizado de las empresas del Estado, la persecución contra la prensa, la criminalización del disenso, los controles de la economía, las regulaciones y las infinitas dádivas del Estado. Chávez infiltró, sobornó y corrompió a los militares. El resultado se tardó en llegar porque Venezuela gozaba de una bonanza económica sin precedentes, que dio por varios años la sensación de prosperidad y abundancia. Pero la realidad, porque es terca, se impuso.

Han pasado casi veinticuatro años de aquel 6 de diciembre y las consecuencias de la frustración con la clase política han sido trágicas: más de seis millones de venezolanos han emigrado, más del 90% de los habitantes del otrora país más rico de la región son pobres, la hiperinflación más alta del mundo, los índices de criminalidad y violencia se dispararon, más de 8,000 empresas han cerrado y más de 1,000 fueron expropiadas.

Millones de sueños frustrados. Gente que perdió todo. Su patrimonio corroído por los controles de precios, las regulaciones, las expropiaciones o los saqueos. Miles de desempleados. La criminalidad desbordada y amparada por el Estado le quitó la vida a miles. Y a los que no mataron, o los secuestraron o los robaron. Cada familia tiene a alguien que huyó del país, sino es que todos lo hicieron.

Jamás se volvió a celebrar un cumpleaños con todos. Alguien siempre falta. O murió por falta de medicinas, o tuvo que huir del país, o lo mataron. A los que se atrevieron a disentir también los mataron —en las calles, a niños, cuando solo se protegían con escudos de cartón. A los que no los mataron, los secuestraron y los torturaron en algún calabozo que es también centro de tortura. Porque empezaron a proliferar los centros de tortura; hasta el punto en el que el chavismo convirtió el que iba a ser un centro comercial vanguardista en un aparato de las peores torturas posibles.

Los periodistas tuvieron que, o callarse o exiliarse. Y a los medios de comunicación que no se arrodillaron, los cerraron. Ahora no hay prensa libre en Venezuela. Solo se habla lo que el régimen aprueba. No hay refugio.

Durante los primeros años empezaron a emigrar los que tenían más recursos. Sacaban su capital y, por avión, se iban a países de primer mundo. Luego empezó a emigrar la clase media, también por avión, a todo el mundo, sin discriminación. Y, luego, empezaron a salir huyendo los más pobres. Ellos no lo hicieron por avión, sino a pie. Miles y miles cruzando la frontera a diario. Arrastrando la carne, dejando el pellejo, por las carreteras de Los Andes. Recorriendo kilómetros que tomaban semanas para llegar a alguna capital latinoamericana.

Fueron millones. Y la mayoría llegó a Colombia. Pero no importó.

19 DE JUNIO DE 2022. Los colombianos, hastiados de su clase política, le votaron a un ex guerrillero que había empuñado las armas contra la democracia y que promete un cambio radical. Ahora tengo 27 años. Mi familia también lloró. Pero muchos están celebrando que, por fin, llega ese cambio.

Gustavo Petro, antiguo miembro del grupo terrorista M-19 y apoyado por el grupo terrorista FARC, ha hablado de una Asamblea Nacional Constituyente, de expropiaciones, de regulaciones, de subir impuestos, de limitar las importaciones, de acabar con la industria petrolera, de reducir la autoridad de la policía y de limitar las capacidades del Ejército.

No es que sea inminente que Colombia será Venezuela; pero este domingo más de 11 millones de colombianos respaldaron la decisión de imponer en Colombia la misma receta que se impuso en Venezuela. Es la receta que armó Cuba hace décadas y que también se impuso en Nicaragua, que Argentina sigue al pie de la letra y que Bolivia ensaya con rigidez. Es la receta que también los peruanos avalaron y que ya empezó a aplicarse en Honduras. Es la maldita receta del socialismo, que los latinoamericanos, con terquedad, insisten en aplicar, pese al fracaso palpable del vecino.

Colombia no aprendió de Venezuela. Es lamentable, porque de nada sirvió lo que Hugo Chávez construyó (o, mejor dicho, destruyó). Nadie aprendió. No fue ningún antídoto, como se esperaba. Y más de 20 años después de aquel tristísimo 6 de diciembre de 1998, las mismas ideas que acabaron a un país siguen teniendo eco.

Colombia no lo merece. Los colombianos tampoco. No saben el error que cometieron.

Orlando Avendaño is the co-editor-in-chief of El American. He is a Venezuelan journalist and has studies in the History of Venezuela. He is the author of the book Days of submission // Orlando Avendaño es el co-editor en Jefe de El American. Es periodista venezolano y cuenta con estudios en Historia de Venezuela. Es autor del libro Días de sumisión.

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