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Es hora de dejar de comparar la cristiandad europea con los talibanes

Cristiandad Europea - Afganistán - Taliban - El American

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La penosa retirada de las tropas americanas de Afganistán ha mantenido a miles de personas con los pelos de punta y con razón. Sin embargo, muchos progresistas no han perdido la oportunidad para demostrar su falta de contacto con la realidad y su irracional odio por el cristianismo y han saltado a comparar a los talibanes con la Inquisición y la situación de las mujeres en la cristiandad europea, o el período comprendido entre la Edad Media y el Renacimiento.

Un ejemplo de esto es la divulgadora libertaria Gloria Álvarez, quien tuiteó: “A los conservadores se les olvida que cuando su religión tenía la misma edad que la que hoy tiene el Islam, estaban haciendo las mismas cositas que El Talibán está haciendo hoy. Parece que el extremismo se dispara entre el cumple 1,400 a 1,500”. Curiosamente, Álvarez es la poster child latina de PragerU, así que parece olvidársele sus dilemas con el fanatismo judeocristiano cuando es hora de hacer un video que pueda tener millones de vistas en YouTube.

El segundo ejemplo es el biólogo Richard Dawkins, quien dijo que “el libro sagrado abrahámico, en todas sus versiones, es un documento vil si se toma en serio y literalmente. Afortunadamente, la mayoría de la ‘gente del libro’ no lo toma en serio. Aquellos que lo hacen, cometen actos viles de crueldad, misoginia e intolerancia prescritos por él. Afganistán es el principal ejemplo”. 

Esta visión sobre la cristiandad europea (la mal llamada “Edad Media”) como un equivalente histórico a las versiones mas cruentas del Islam es profundamente errada, especialmente en cuanto al estatus de la mujer en el cristianismo entre los siglos X y XVI y la situación en la que hoy viven en Afganistán. Me centraré acá en la Inquisición y en la visión de la mujer en la cristiandad europea.

¿Qué es y qué no es la Inquisición?

Primero, antes de explicar algunos de los mitos sobre la Inquisición, es necesario contextualizar. La Inquisición existió en un período histórico en que hablar de un derecho a la defensa o de la presunción de inocencia era risible. El Talibán existe en un mundo en donde, al menos en el papel, estos son derechos reconocidos en todo el mundo y la tortura es condenada. La Inquisición no tenía adónde mirar para mejores ejemplos (y, de hecho, implantó muchas garantías procesales inexistentes hasta el momento), mientras que los talibanes los tienen a la vuelta de la esquina.

Allí es donde, entre tantas cosas, se equivoca Álvarez: El Talibán es incomparable con la Iglesia en el siglo XIV y XV por mera contextualización histórica porque en la actualidad ya existen modelos de Justicia más humanos que la brutalidad impuesta por los talibanes. 

Esto no quiere decir que un modelo de Justicia como el de la Inquisición es aceptable en el mundo contemporáneo, pero sí que dicha comparación es un caso severo de ceguera histórica. Para la época de la Inquisición, esta fue un avance en el debido proceso y en los derechos del reo. Los talibanes son un retroceso en derechos humanos y al debido proceso desde donde se le mire, incluso dentro del propio Islam.

Segundo, Inquisición es un término muy amplio. Existieron inquisiciones locales y la Inquisición pontificia. Cada una tenía fines distintos. La española nace para estudiar los casos de los conversos judíos al catolicismo que practicaban el judaísmo en secreto, la polaca y la presente en algunos principados alemanes estaba más volcada a investigar la brujería y el paganismo y en una de sus etapas, la Inquisición francesa se dedicó a luchar contra la herejía cátara. 

Así, existen distintas inquisiciones con sus particularidades y procesos y que cambiaron mucho en sus más de 600 años de historia desde su primer establecimiento en el sur de Francia.

Sin embargo, en líneas generales, la realidad de la Inquisición es muy distinta a la que gente como Álvarez y Dawkins creen. La “leyenda negra” habla de cientos de miles de muertos en los tribunales de la Inquisición, fantásticas maquinarias de tortura, cazas de brujas, entre otros elementos muy alejados de la realidad.

Uno de los hispanistas más respetados del mundo, Henry Kamen, calculó que en el período de mayor actividad de la Inquisición española, entre 1482 y 1530, no murieron en manos de la Inquisición española más de 2,000 personas. Después de 1530, las ejecuciones en la hoguera fueron escasas y esporádicas. En total, otros autores dicen que en 350 años de existencia, probablemente no hubo más de 5,000 muertos en sus manos. Al comparar las condenas a muerte de la Inquisición con las de los tribunales comunes, la cifra palidece. Por cada 100 condenas a muerte de los tribunales civiles, habría una sola de la Inquisición.

A su vez, en comparación a las autoridades civiles, la tortura aplicada por la Inquisición era “humana”. Según la historiadora Consuelo Sanz, la Inquisición prohibía la tortura que ocasionara el derramamiento de sangre, causara daños internos, ocasionar la muerte, inutilizara algún miembro del cuerpo, que durase más de 15 minutos y se exigía la presencia de un médico. Por otra parte, las confesiones obtenidas por tortura no eran válidas por sí mismas pues debían ser ratificadas por el reo 24 horas después de aplicada la tortura. Todo esto, para la época, era un avance procesal.

De hecho, la misma autora relata casos de personas acusadas de sodomía que blasfemaban contra la Iglesia o los santos para ser procesados por la Inquisición en vez de los tribunales civiles. Es decir, la Inquisición no era considerado para la época un tribunal cruel más entre tantos otros tribunales civiles y religiosos, sino uno que ofrecía más garantía de Justicia que los civiles.

Sin embargo, es innegable que en la Inquisición hubo abusos, como es el caso de Juan de Chinchilla, relatado por Henry Kamen en su obra La Inquisición Española, quien confesó haber realizado prácticas judaicas en un punto de su vida. Decenas de personas testificaron que Chinchilla era un buen cristiano, pero fue condenado a morir en la hoguera. 

Ante casos como este, el papa Sixto IV publicó una bula papal en la que agregaba más garantías procesales para el reo evitando abusos. Según Kamen, la bula contaba con las siguientes garantías: “Se facilitaría al acusado el nombre y el testimonio de los acusadores y se le permitiría tener abogados; las cárceles episcopales serían las únicas utilizadas; y se permitiría apelar a Roma. La bula era absolutamente extraordinaria porque (…) se declaraba por primera vez que la herejía tenía derecho, como cualquier otro delito, a un juicio justo”.

Por tanto, la conclusión de Kamen y respetada por casi todos los historiadores de la Inquisición es demoledora contra las ideas de Álvarez, Dawkins y gente similar:

“Para que la Inquisición fuera tan poderosa como algunos han dado a entender, los cincuenta inquisidores aproximadamente que había en España habrían tenido que contar con una burocracia enorme, un sistema fiable de informadores, unos ingresos regulares y la colaboración de las autoridades seculares y religiosas (…) no hay motivos para creer que la Inquisición fue una tiranía siniestra impuesta a la población sin su consentimiento. Nunca gozó de poder suficiente para convertirse en una tiranía (…) en algunas regiones sus efectos fueron letales; en otras la gente nunca llegó a ver el Santo Oficio en ningún momento de su vida”.

La mujer en la cristiandad europea tenía más derechos que la mujer afgana

Esto me lleva a mi segundo punto: es sencillamente absurdo comparar la situación de la mujer en la cristiandad europea con la del Talibán. Hay que comenzar por una cosa muy sencilla: ¿cuántas mujeres fueron condenadas a muerte por un tribunal civil o religioso durante la cristiandad europea por andar por la calle con el rostro descubierto? Exacto, ninguna. 

¿En algún reino cristiano se prohibió la música o el arte? Al contrario, la realeza y la Iglesia fueron grandes mecenas que impulsaron el arte renacentista y crearon algunas de las obras artísticas que, hasta hoy, siguen invitándonos a la contemplación. La filosofía perenne creó al arte perenne. Del Talibán no puede decirse lo mismo. 

Nada de esto significa que la situación de la mujer en la cristiandad europea y sus derechos sea comparable con la actualidad. Sin embargo, pasarle un brochazo al pasado y decir que todo es igual y que cualquier situación de opresión pertenece a dicho pasado como si todas fueran la misma cosa es históricamente miope.

Habría que preguntarle a Álvarez et al, si en la sociedad que ella tiene en mente, sería posible que surja una Bettisia Gozzadini, la primera mujer graduada de la Universidad de Bolonia en 1237 y posterior profesora de derecho ¿Podría en una sociedad tan retrógrada surgir una Novella de Andrea o una Luisa de Medrano, profesoras de derecho y filosofía respectivamente en los siglos XIV y XVI? 

¿Cómo una sociedad tan fundamentalista podría dar pie a una Beatriz de Galindo, profesora de latín y gramática en la época de Isabel La Católica o una Margaret Roper, hija de Santo Tomás Moro, considerada una de las mejores traductoras del latín de su época?

¿Podría en un mundo así surgir una de las mejores poetisas del Siglo de Oro español, como fue sor Juana Inés de la Cruz? Me parece que en una sociedad como la que pintan Dawkins y Álvarez, las autoridades estarían más cerca de cortarle las manos que de besárselas.

¿Podría surgir en un mundo tan retrógrado la Doncella de Orleans, la niña campesina también conocida como Juana de Arco, liderar ejércitos enteros para acabar con la ocupación inglesa de Francia? ¿Podría en una sociedad así una joven analfabeta como Catalina Benincasa plantársele al papa y ordenarle que vuelva a Roma? Pareciera que, en un mundo como el que pintan, terminaría quemada en la hoguera y no reconocida como Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia.

¿Podría, en una sociedad así, decirse que el segundo autor en castellano más importante de la época fuera una mujer? Creo que no, pero cualquier conocedor de la literatura castellana sabe que Santa Teresa de Jesús es una de las cumbres de nuestra lengua ¿Podría, en un mundo así, aplaudirse a la polifacética mente de Santa Hildegarda de Bingen, una de las autoras más brillantes del siglo XII? ¿Se imaginan ustedes a mulás afganos recibiendo consejos espirituales de una mujer? Eso fue lo que hicieron cientos de sacerdotes con Hildegarda y Teresa.

De hecho, podría decirse que la mujer medieval era más libre que en los siglos XVII y XIX puesto que el derecho feudal consuetudinario solía ser más e igualitario con respecto a la mujer que el derecho surgido en los Estados nacionales modernos, influido por el derecho romano, en el que la mujer era una extensión de la propiedad del pater familias. Y habría que culpar más a los modernos que a la Iglesia por este cambio. 

Y esto no lo invento yo. Lo afirma la historiadora Régine Pernoud, autora de La Mujer en el Tiempo de las Catedrales. En dicho libro, también explica el caso de las abadesas medievales, líderes espirituales de grandes monasterios que acumulaban gran poder temporal, al nivel de las autoridades civiles y de los obispos. Un caso así es el de la abadesa de Fraumünster, en Suiza, quien nombraba alcaldes y jueces en su territorio y pertenecía a la Dieta Imperial del Sacro Imperio Romano.

Las abadesas fueron mujeres de gran poder y no un mero suceso anecdótico. Sus mandatos se extendieron por siglos y su poder disminuyó justamente con la modernidad. En Inglaterra fueron tratadas con dignidad de princesas, deliberaban en las asambleas nacionales e incluso participaron en sínodos eclesiásticos. 

Un caso emblemático en España es el de la Abadesa de las Huelgas que, según el protocolo oficial, era “noble señora, la superiora proclamada, curadora legal en lo espiritual y temporal de la abadía real, y de todos los conventos, iglesias y ermitas de su filiación, de los pueblos y lugares bajo su jurisdicción”, quien ejercía su autoridad temporal sobre alrededor de cincuenta aldeas y lideraba cortes civiles y criminales y autorizaba a los sacerdotes bajo su territorio a predicar, oír confesiones y dar misa ¿Es siquiera imaginable una mujer dirigiendo una junta de condominio bajo los talibanes? Les dejo a ustedes la respuesta.

A su vez, en el medievo las propiedades de las mujeres tenían protecciones, mientras hoy en Afganistán y muchas otras partes del mundo islámico, ni siquiera pueden tener propiedad sin autorización del esposo o padre. En la Francia del siglo XIII, la mujer casada seguía siendo propietaria inalienable de sus bienes y tiene derecho a participar en lo que adquiriese en el matrimonio y a heredar la mitad de los bienes del esposo en caso de fallecimiento. No necesitaba autorización de su marido para representar sus intereses en su ausencia. 

¿Estaban en dicho tiempo las mujeres dedicadas exclusivamente a las tareas del hogar y encerradas en casa como solemos imaginar y como es el caso bajo el Talibán? Difícilmente. Primero, porque el hogar y la fábrica se confundían. En la casa también estaba el negocio, fuese el que fuese: herrería, panadería, carpintería, calderería, orfebrería, encuadernación o cualquier otro. Por lo tanto, la mujer ejercía un rol primordial en estos negocios y en muchas ocasiones ejercía como maestra de los aprendices que trabajaban bajo su esposo o era quien vendía en la calle lo que producían en el hogar/taller. 

Hay registros de mujeres que pagaban impuestos independientemente de su esposo (es decir, tenían negocio propio) y muchas viudas o mujeres cuyos maridos estaban en la guerra mantenían el negocio familiar. Pernaud menciona un estudio que calculó los oficios en Fráncfort entre el año 1320 y 1500 y encontró que habían 65 oficios en los que solo trabajaban mujeres, 85 en los que trabajaban solo hombres y 38 en los que la proporción era equivalente ¿Podría decirse lo mismo de Afganistán o buena parte del mundo musulmán? Lo dudo.

Y por eso, a la cristiandad europea le es incomparable la violenta represión de la mujer bajo el Talibán, puesto que diría con San Isidoro de Sevilla y Hugo de San Víctor (del siglo VII y VIII) que la mujer nec domina nec ancilla, sed socia: no es dueña ni esclava sino compañera.

Es fácil caer en el cuento barato para vender más libros o lograr conseguir likes, pero la verdad histórica está lejos de estas tontas narrativas. La mujer y la sociedad en Afganistán están mucho más reprimidas que en la cristiandad europea por el simple hecho de que el catolicismo no es gnóstico. 

En el gnosticismo, el mal está relacionado con lo material: el mundo y la carne son malos, lo bueno es lo puramente espiritual. Así, el hombre ha de purificarse y destruir todo lo que hay en el mundo que no le deje alcanzar esta elevación espiritual. Por lo tanto, hay que prohibir la televisión, las artes, el sexo más allá de la procreación, el alcohol, cualquier diversión y cualquier actividad más allá de la puramente necesaria para subsistir. Todos los extremismos son siempre gnósticos. El apartamiento del mundo es un ideal noble en la medida que sea voluntario.

Al catolicismo le es extraño este dualismo. Frente al gnosticismo puritano que solo sabe decir que no al mundo y los placeres y el paganismo que solo sabe decir que sí, el catolicismo dice “depende”. 

Edgar is political scientist and philosopher. He defends the Catholic intellectual tradition. Edgar writes about religion, ideology, culture, US politics, abortion, and the Supreme Court. Twitter: @edgarjbb_ // Edgar es politólogo y filósofo. Defiende la tradición intelectual católica. Edgar escribe sobre religión, ideología, cultura, política doméstica, aborto y la Corte Suprema. Twitter: @edgarjbb_

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