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La criminal realidad del marxismo del siglo XX: totalitarismo, hambruna y Gulag

Gulag, El American

Siempre que un socialismo revolucionario llega al poder, demasiados creen que lo peor de lo que pasó en otros socialismos “no va a pasar aquí” y esa la optimista creencia ante el ascenso de la totalitaria ideología socialista woke es hoy el mayor riesgo para el futuro de las naciones más libres y prósperas de toda la historia humana. 

La verdad es que la amenaza es real y no está “a las puertas” sino adentro, y que como afirmó el presidente Reagan “la libertad no está a más de una generación de perderse”. El socialismo siempre puede llegar a ser peor, y la larga historia de los genocidios socialistas del siglo XX empezó en los inicios del poder soviético, con el extermino de pequeños propietarios agrícolas denominados despectivamente “kulaks”. Como todos los crímenes del régimen soviético, objetivo y método fueron establecidos y ejecutados primero por Lenin, quien ya en 1918 ordenaba: 

“Es preciso dar un escarmiento. 1- Colgar, y digo colgar de manera que la gente lo vea, al menos 100 kulaks, ricos, y chupasangres conocidos. 2- Publicar sus nombres. 3- Apoderarse de su grano. 4- Identificar a los rehenes como hemos indicado en nuestro telegrama de ayer. Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente vea, sepa comprenda y tiemble. Decidles que sedientos de sangre matamos y continuaremos matando a los kulaks. Telegrafiad que habéis recibido y ejecutado esas instrucciones. Vuestro, Lenin.”  (Orden de Lenin, telegrafiada el 10 de agosto de 1918)

Tras la muerte de Lenin, Stalin gana en la sangrienta lucha por situarse a la cabeza del poder soviético como indiscutible dictador, cuando ya no quedan demasiados kulaks en Rusia para exterminar, lo llevaría a nueva escala en Ucrania, donde en 1929 el Gobierno soviético declaró a los kulaks enemigos del pueblo para requisar todas las tierras y el ganado privados afectando cerca del 80 % de la población. 

En la campaña de colectivización del campo ucraniano cerca de 10 millones de personas fueron enviadas al Gulag siberiano en trenes de mercancías en donde alrededor de un tercio morían sin llegar a los campos. Pese al terror, muchos ucranianos se rebelaron retomando sus propiedades y ajusticiando a esbirros soviéticos locales. El Ejército Rojo ahogó en sangre cada rebelión y la policía política adelantó el tipo de terror previamente ordenado por Lenin. En 1932, con la mayoría de las explotaciones ucranianas colectivizadas a la fuerza, Stalin llevó a sus últimas consecuencias una de las primeras órdenes de Lenin contra las kulaks: “Apoderarse de su grano” con el aumento desmedido de las cuotas a ser entregadas por las granjas colectivas de Ucrania. Así, en medio de la extrema escasez de comida en Ucrania, la cosecha de trigo de 1933 se vendió casi completa en el mercado externo, trayendo ingentes divisas al poder soviético y el holodomor a Ucrania.

El Gobierno soviético ocasionó intencionalmente una hambruna, masiva y prolongada en que murieron millones. Ese exterminio por hambre logró hacia 1934 la muerte de unas 25 mil personas diarias en Ucrania, llegando a exterminarse entre cinco y ocho millones de Ucranianos por hambre. Y en la imperdonable complicidad activa con aquel crimen, el socialismo demócrata occidental inició entonces su sistemática negación, ocultamiento y subestimación de los crímenes soviéticos (crímenes de los cuales estuvieron ampliamente informados durante las siete décadas de existencia de la URSS) así como la colaboración activa de sus gobiernos con el poder soviético. Para los Estados Unidos empezó con la campaña del socialista moderado y presidente Franklin D. Roosevelt, quien reconoció formalmente al Gobierno de Stalin en 1933, asegurando la incorporación de la Unión Soviética en la Sociedad de Naciones un año después. La complicidad con los crímenes socialistas revolucionarios de ayer en la que insiste hoy el socialismo woke tiene una larga y triste historia, incluso en América.

Al extermino de los kulaks lo acompañó el desarrollo del mayor sistema de campos de trabajo forzoso de la historia. Los kulaks sobrevivientes al exterminio masivo estuvieron entre las primeras víctimas del Gulag, un término que se conoce fuera de la esfera soviética tras la publicación en 1973 del libro “Archipiélago Gulag” de Alexander Solzhenitsyn, pero la historia empezó en 1918 cuando los bolcheviques reformaron los antiguos campos de trabajo –katorgas– zaristas de Siberia. Entre los primeros prisioneros de lo que de principio a fin fue en sistema de trabajos forzados esclavista había delincuentes comunes, prisioneros de la guerra civil rusa, bolcheviques caídos en desgracia durante luchas internas, sospechosos de ser enemigos políticos, socialistas de facciones derrotadas, antiguos aristócratas, empresarios y terratenientes; y por supuesto kulaks sobrevivientes de los exterminios, acompañados de infinidad de inocentes condenados al azar para llenar cuotas. 

La segunda –y máxima– gran expansión acelerada del Gulag ocurrió durante el gran terror entre 1937 y 1938, cuando masivas detenciones arbitrarias de cientos de miles de individuos concluyeron en largas sentencias por el Artículo 58 del Código Criminal soviético que tipificaba una amplia gama de actividades comunes como delitos contrarrevolucionarios.  

El número total de prisioneros en campos de trabajo forzado de toda la URSS para la muerte de Stalin en 1953 se estima razonablemente en cerca de los 4,000,000, de los que 2,500,000 estaban en los campos y colonias de Siberia. Anne Applebaum galardonada con el Pulitzer por su libro “Gulag: a History”, explicó que el libro de Solzhenitsyn, Archipielago Gulag, en gran medida fue correcto aunque el autor no tuvo acceso a los archivos y basó todo su escrito en cartas y memorias de otros prisioneros, porque Applebaum comprendió muy bien la historia del sistema, y como más de una vez lo hiciera el propio Solzhenitsyn, destacó que la vasta mayoría de los prisioneros eran campesinos y trabajadores, no los intelectuales comunistas caídos en desgracia que luego escribían memorias hipócritas del Gulag en que, incluso tras sobrevivir, insistían en mostrarlo mucho menos brutal, masivo y aleatorio de lo que fue realmente.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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