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Cuba: el principio del fin de un totalitarismo criminal

Totalitarismo criminal, El American

Los totalitarismos pueden caer bajo su propio peso o ante un enemigo externo superior que los derrota por la fuerza de las armas, pero siempre están condenados a caer a largo plazo —al menos mientras exista un mundo libre con el que deben compararse y competir— porque la única forma de organización económica que garantiza la estabilidad política del poder totalitario es la socialista, y el socialismo es económicamente inviable a largo plazo.

El totalitarismo puede intentar conservar o recuperar en su economía elementos de gestión propios del capitalismo e incluso dejar cierto espacio al mercado y la propiedad privada para escapar en algo a la pobreza, desperdicio y depredación ambiental inevitables en economías socialistas, pero no puede su “apertura” llegar al punto en que la autonomía del capital y el trabajo en el mercado libre ponga en duda el poder total sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida de todos y cada uno de sus súbditos.

Pero, un totalitarismo, no puede permitirse una “apertura” tan eficiente como para poner en riesgo la naturaleza misma del sistema y su poder, pero tampoco puede sostenerse en competencia con el mundo libre mediante una miserable, destructiva e ineficiente organización económica socialista.

Colapsan los totalitarismos bajo su propio peso en dos etapas. Primero cae la máscara del supuesto apoyo masivo que presumen —y que en sus inicios establecieron mediante el terror y la propaganda— y se revela que tras décadas de terror, agitprop y miseria la gente común y corriente desarrolló “anticuerpos” intelectuales y emocionales contra el el agitprop totalitario. Algo que estaba a la vista en Cuba para cualquiera que no quisiera ver a otra parte.

Cuba es un anacronismo, remanente del colapsado imperio soviético, un satélite soviético arrancado por accidente de Occidente a unos pocos kilómetros de la primera potencia occidental. Una colonia en la que el poder soviético estaba forzado a invertir todos los recursos necesarios para aparentar un “éxito” económico socialista de la revolución cubana.

Caída ya la URSS y desaparecido el infinito subsidio estuvo al borde del colapso, hasta que el castrismo encontró la manera de usar los restos regionales del antiguo Comintern (Internacional Comunista) para adelantar un nuevo proyecto continental de izquierda revolucionaria del que medrar, alquilando a sus nacionales como esclavos.

Las claves del éxito castrista fueron un esfuerzo de zapa intelectual y política de décadas, y un par de eventos afortunados para la tiranía y trágicos para Venezuela. Así pudo el castrismo asumir pacientemente un control neocolonial sobre una nación mucho más rica que Cuba —la más rica de Sudamérica en ingreso per cápita a la llegada del apátrida chavismo— para exprimirla hasta reducirla a una economía con un ingreso per cápita inferior al de Haití en medio de una de las más prolongadas hiperinflaciones del planeta.

El castrismo depredó Venezuela. Pero sus agentes depredadores fueron intelectuales, políticos e incluso empresarios venezolanos. Y su logro fue el hecho de destruir una de las mayores industrias petroleras de Occidente en apenas 20 años. Hoy la decreciente producción petrolera venezolana no cubriría el consumo interno de la Venezuela en que llegó al poder Chávez. 

Cuba, El American
“Cuba es un anacronismo, remanente del colapsado imperio soviético, un satélite soviético arrancado por accidente de Occidente a unos pocos kilómetros de la primera potencia occidental”.

El marxismo revolucionario es la mayor máquina de destrucción, miseria y muerte de la historia moderna. 100 millones de muertos inocentes en el siglo XX son una estimación conservadora de sus crímenes. La destrucción material y moral de naciones enteras que ha logrado supera por mucho a los más crueles imperialismos que el mundo ha conocido.

No hay imperio, por cruel y brutal que fuera, que no dejara tras de sí algo de valor. Con la única excepción del imperio soviético. El marxismo en el poder totalitario no dejó sino devastación y muerte. Sus “logros” se limitan a robos descarados de ciencia y tecnología desarrollada en el mundo libre. Nada aportó. Pero probó que en la búsqueda insensata de atavismos ancestrales se termina por adorar la muerte. Sin embargo, la ilimitada complicidad de la intelectualidad izquierdista de Occidente con aquello no ha conocido límites.

Idolatraron y defendieron a Stalin, Mao, Pol Pot y demás genocidas rojos, hasta donde pudieron. Y por supuesto hicieron y siguen haciendo lo mismo con Castro. De una parte, porque creen en la religión de la muerte que es el marxismo ansiando la miseria y la destrucción que es su único resultado. Y saben mentir para presentar al mal absoluto como el máximo altruismo. De la otra, porque Cuba ha sido el paraíso tropical de de todas las perversiones y corruptelas de intelectuales, políticos y tontos útiles del marxismo revolucionario.

Difícilmente un pederasta con Premio Nobel de literatura al que el castrismo le facilitaba en La Habana menores para estuprar, podía dejar de apoyar al castrismo y repetir sus mentiras, por limitarnos a un ejemplo entre demasiados.

Esos apoyos no cesarán. Pero, lo que hemos visto es el principio del fin, aunque todavía no sea posible saber cuándo ni cómo caerá el totalitarismo en Cuba, es un totalitarismo condenado. Pues, la caída de los totalitarismo pasa, como antes decía, por dos etapas. La primera es el fin de la mentira que ya ha quedado en evidencia, pese a que a ella seguirá aferrada toda la izquierda global. Pero tres generaciones de cubanos que crecieron jurando de niños “seremos como el Che” y sometidos de por vida al más intenso adoctrinamiento, resultaron finalmente “inmunes” al agitprop y gritan abajo el comunismo.

Lo que vemos es que su desesperación acumulada contra los abusos, explotación y arrogancia del poder totalitario ante la miseria de unos súbditos a los que ese poder trata como esclavos, finalmente estalló a escala inusitada de forma espontánea. Por eso fue el principio del fin. Y el fin llegará cuando los esbirros se cansen de sostener los groseros privilegios del poder a cambio de migajas. O cuando una fuerza externa intervenga para liberar Cuba. Que el castrocomunismo caerá ya no está en duda. Cómo y cuándo es lo que todavía está por verse.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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