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Hace unos pocos meses estaba almorzando en el Versailles, en la Pequeña Habana, junto a una muy querida amiga. Venía de visitar a Carlos Alberto Montaner y llevaba conmigo su libro de memorias, que me lo había firmado. Recuerdo que durante ese almuerzo me conmovió mi entorno.

Ahí en Versailles, por seis largas décadas, cientos y miles se han reunido a conspirar contra el castrismo. A tratar de arreglar la isla, discutir qué pasaría sí tal cosa o aquella. Junto a mi mesa había una en la que estaban sentados cuatro hombres de unos ochenta años, claramente cubanos. Los de la mayoría de las mesas eran así, o familias cubanas, de abuelos con sus esposas y nietos. Algunos de ellos seguro llevan sesenta años en el exilio. Otros, un poco menos. Nosotros, los venezolanos, llevamos 20 años ya de régimen comunista y algunos llevan ya esos 20 años afuera de su país.

Me conmovió la idea de que quizá así nos veremos nosotros. En alguna panadería del Doral, de Brickell o de Madrid, dentro de unos diez, quince o veinte años. Ya muchos con décadas afuera, sin poder volver, conspirando. Tramando el regreso, esa vida que aún soñamos de nuevo en casa.

Por supuesto que esta idea pasa por asumir que las cosas no cambiarán. Que todo seguirá así, que si acaso empeorarán y que cada vez se ensanchará más el éxodo y se reducirán los que siguen en la patria. Ese día asumí eso porque alrededor de mí estaban las víctimas de nuestros mismos victimarios. Y, por supuesto: si los cubanos llevan sesenta años sin lograr su libertad, por qué nosotros sí, si además también lo hemos hecho todo.

Luego de tantas décadas, uno podría asegurar que los cubanos se rindieron, que más bien se acostumbraron a vivir sin libertad, a pasear, bailar y cantar entre la miseria. No queda de otra, claro, cuando las cosas son inalterables. Cuando una tiranía como la castrista, ejemplar para el resto de los dictadorcitos en potencia, logró el control total, al puro estilo norcoreano, y todo el mundo estuvo de acuerdo. Pero esta semana todo cambió.

Resulta que el paso del tiempo no beneficia necesariamente a las tiranías. Son varias generaciones desde que Fidel tomó Santiago y luego marchó sobre La Habana, en enero de 1959, y esta última, que vive en la isla pero que sabe que cruzando el implacable Caribe, atestado de tiburones, hay bancos en los que uno puede pedir un crédito y comprarse una casa y luego un carro e ir a un restaurante y prosperar y luego comprarse un ticket de avión y viajar por el mundo. Que a pocos kilómetros de casa, donde todo es racionamiento, filas, pobreza y mucha vigilancia, hay libertad. Y esta última generación, de jóvenes descalzos y sin camisa, se alzó.

La tiranía castrista logró esculpir un perfecto sistema totalitario, de control pleno, a partir del terror. Pero estos jóvenes que hoy marchan no tienen miedo. Lo perdieron. No recuerdan las ejecuciones públicas, los campos de concentración contra homosexuales y disidentes, las torturas o los secuestros. Lo único que colma la memoria de estos jóvenes es el deseo indómito de libertad. Marchan por La Habana alzando la bandera americana y gritando consignas libertarias.

Quizá me equivoqué. Quizá el apetito de libertad es innato a la condición humana. Quizá esos señores cubanos, que en sesenta años, y pese a tener ochenta, no han dejado de conspirar, hacen lo correcto. Quizá no se envejece o corroe quien, sentado en una silla de mimbre, bajo el sol del Caribe, con un coctel de ron a la mano, fantasea sobre el día en que su país, finalmente, será libre.

En las últimas palabras de ese libro que ese en Versailles cargaba conmigo, Carlos Alberto Montaner dice: «¿Algún lamento antes de partir? Sí, no haber visto una Cuba libre y encaminada hacia la prosperidad. Me habría gustado cerrar los ojos por última vez en la tierra en que nací. Para lograrlo ‘hice lo que pude’, leyenda que el filósofo Julián Marías sugirió que le pusieran en su tumba. Me gustaría reproducir ese epitafio en la mía: ‘Hice lo que pude’. Sin duda, no fue suficiente».

Quizá Montaner también se equivoque y, antes de morir, sí vea una Cuba libre. Es la esperanza que nace a partir de la cruzada que hoy llevan adelante los valientes que siguen marchando, pese a la represión, en la isla. Cuba será libre, de ello no hay duda. Cuba será tan libre como algún día también lo será Venezuela, y debemos, como Montaner, hacer lo que podamos.

Orlando Avendaño is the co-editor-in-chief of El American. He is a Venezuelan journalist and has studies in the History of Venezuela. He is the author of the book Days of submission // Orlando Avendaño es el co-editor en Jefe de El American. Es periodista venezolano y cuenta con estudios en Historia de Venezuela. Es autor del libro Días de sumisión.

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