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Cuomo y el Golem del #MeToo

#MeToo

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Frank Furedi contaba en una entrevista que al llegar a Gran Bretaña como inmigrante húngaro, encontró una sociedad donde existía un consenso moral. Consenso es una palabra peligrosa, si las hay, pero en este caso Furedi la usa para referirse a un mínimo de entendimiento común sobre aquello que es bueno y lo que no.

Crecientemente, continuaba el sociólogo, vemos cómo las personas se alejan de los juicios morales. Prolifera, en cambio, un discurso de medicalización (uso de palabras con el sufijo fobia, por ejemplo) y criminalización. Su diagnóstico, aunque centrado en el contexto británico, aplica para el conjunto del mundo occidental.

Es justamente ese discurso el que abrazan los movimientos como BLM o #MeToo. Este último se ha extendido del ámbito del espectáculo y la farándula al resto de la sociedad. Señala, hace listas e incurre en toda clase de prácticas que lesionan la presunción de inocencia.

Podría decirse que #MeToo es un buen resumen de lo que es el progresismo: algo que teóricamente suena bien y parece tener buenas intenciones, pero que una vez aplicado termina acarreando un montón de consecuencias indeseables que nos hace pensar que la solución es peor que el problema. Porque, en efecto, en Hollywood había un problema. Costaba justificar que personajes deleznables como Weinstein y compañía pudieran seguir actuando en la forma en que lo hacían.

#MeToo, pues, partía de una base sólida y real. Sin embargo, este rápidamente fue cooptado por el feminismo radical de siempre. El que busca trasladar la lucha de clases marxista a una lucha entre los sexos, el que patologiza la masculinidad. En el mundo de #MeToo, que es el mismo de la interseccionalidad, todas las identidades pueden ser reafirmadas menos la masculina.

Si bien la mayoría de las líderes históricas del movimiento, así como de sus derivados (Time’s Up, por ejemplo), han permanecido conspicuamente calladas sobre el reciente escándalo sexual del gobernador de New York, Andrew Cuomo, el clima que han generado es lo que lo mantiene entre la espada y la pared.

Acusaciones se han vertido en su contra desde el pasado diciembre que varían en «seriedad». Piropos, miradas indiscretas e incluso alguna mano fuera de lugar. Pero hasta ahora, la suya ha sido una controversia de mucho humo y poco fuego. No obstante, los senadores demócratas de su estado, Chuck Schumer y Kirsten Gillibrand, así como el alcalde de New York, Bill de Blasio, han pedido su renuncia.

Pareciera que nos estamos abocando al escenario que describe la escritora Camille Paglia en Free Women, Free Men, donde el consentimiento sexual acaba convirtiéndose casi en un acuerdo contractual y la forma de los hombres para abordar a las mujeres queda marcada por la desconfianza y la sospecha, desapareciendo toda espontaneidad.

Cuando se trata de Andrew Cuomo sobran las razones para indignarse. Pero realmente dice mucho de la «jerarquía de indignación» americana que todo este episodio reciba mayor cobertura que su pésimo manejo de la pandemia del coronavirus y su falseamiento de las cifras de muertos que esta ha ocasionado en las residencias de ancianos.

Gobernador de New York, Andrew Cuomo, sobre quien pesan varias acusaciones de corrupción y acoso. (EFE)
Gobernador de New York, Andrew Cuomo, sobre quien pesan varias acusaciones de corrupción y acoso. (EFE)

Solo unos meses atrás Cuomo era un líder en ascenso del Partido Demócrata, encumbrado por unos medios que buscaban confrontar su gestión del virus tanto con la de la administración anterior como con la de su homólogo floridiano, Ron DeSantis. Incluso el inefable doctor Fauci, líder de una comunidad científica elevada a clase clerical por las circunstancias covidianas, le daba un espaldarazo a sus medidas. Su camino parecía allanado para 1600 Pennsylvania Avenue.

Ahora, aunque logre llegar al final de su término en 2022, puede olvidarse de esas aspiraciones políticas futuras. La base de su partido, que ha hecho del eslogan «Believe all women» una de sus banderas, no se las permitiría. Cuesta no sentir un cierto Schadenfreude cuando el progresista no logra vivir a la altura de los estándares que ha contribuido a fijar, cuesta no señalar su hipocresía. Pero hay que saber mirar un poco más allá. Un campo conservador que es incapaz de fijar sus propios estándares y que, en cambio, se limita a reforzar la ortodoxia contraria, cava su propio hoyo. No todo se vale. Dejemos que el Golem se vuelva contra sus creadores, pero tampoco lo alentemos.

Silvio Salas, Venezuelan, is a writer and Social Communicator, with an interest in geopolitics, culture war and civil liberties // Silvio Salas, venezolano, es un comunicador social interesado en temas de geopolítica, libertades civiles y la guerra cultural.

Sigue a Silvio Salas en Twitter: @SilvioSalasR

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