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Daniel Ortega, el tirano que revive lo peor del régimen somocista

Daniel Ortega, the tyrant who revives the worst of the Somoza regime

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Hace medio siglo, un joven Daniel Ortega se comprometió contra la dictadura. Como uno de los fundadores del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, trabajó por el derrocamiento del régimen de Anastasio Somoza. Cuando los sandinistas se hicieron con el poder, Ortega amedrentó al país como Presidente de 1979 a 1990.

A principios de este mes, y de nuevo como presidente de Nicaragua, Ortega demostró ser todo el tirano que fue Somoza. Antes de las elecciones de noviembre, en las que Ortega aspira a un cuarto mandato, detuvo a más de una docena de destacados miembros de los partidos de la oposición, entre ellos cuatro que probablemente le habrían disputado la presidencia. “La ola de arrestos”, escriben los reporteros del Wall Street Journal José de Córdoba e Ismael López el 15 de junio, es “vista por algunos analistas como una de las peores represiones contra la sociedad civil en América Latina en décadas”.

Los únicos que podrían sorprenderse de estos recientes acontecimientos son los descerebrados. Toda la vida adulta de Ortega es una historia de ansias de poder y la lucha por obtenerlo, de abuso cuando lo consiguió, de destitución cuando se confió demasiado, de una nueva lucha por recuperarlo y de esfuerzo por mantenerlo de por vida. Con su esposa como vicepresidenta desde 2016, Daniel Ortega ha creado una cleptocracia familiar que el propio Somoza envidiaría. A los nicaragüenses les debe parecer que este oligarca corrupto y brutal ha existido desde siempre y pretende que siga siendo así.

Ortega es un matón profesional intoxicado por el poder. No posee ninguna habilidad o talento conocidos más allá de los de un estúpido matón. Su carrera está empapada de la sangre y las lágrimas de los oprimidos que una vez dijo defender, aunque como marxista-leninista en sus inicios, eso de “hombre del pueblo” sólo estaba destinado a los crédulos. Es precisamente el tipo de persona que el filósofo Eric Hoffer escribió en su libro de 1963, The Ordeal of Change:

Cuando se observa a los hombres del poder en acción hay que tener siempre presente que, lo sepan o no, su principal propósito es la eliminación o neutralización del individuo independiente -el votante, el consumidor, el trabajador, el propietario, el pensador- y que todos los artilugios que emplean tienen como objetivo convertir a los hombres en un instrumento animado manipulable, que es la definición de esclavo de Aristóteles”.

Durante el primer mandato de Ortega como presidente (1979-1990), visité Nicaragua cinco veces y observé en persona las cadenas que él y sus compañeros sandinistas estaban forjando para el pueblo nicaragüense. Al principio, él y sus compañeros prometieron traer el pluralismo, la libertad y los valores democráticos a la nación. Pero la máscara empezó a caer desde el principio del gobierno de Ortega. Un documento interno del FSLN filtrado dejó claro que esas promesas eran un “expediente temporal” diseñado para ganar tiempo y la apatía de Occidente mientras se ponía en marcha un estado totalitario aliado con Cuba y la Unión Soviética. El régimen amordazó a la prensa, confiscó la propiedad privada, acosó a la Iglesia Católica y encarceló a los disidentes.

Ortega
Un niño camina delante de un mural con la imagen del dictador Daniel Ortega. (Foto: EFE)

Entrevisté a decenas de ciudadanos, tanto en la capital, Managua, como en las provincias cercanas y en los campos de refugiados de la vecina Honduras. Una y otra vez, escuché historias sobre el engaño y la represión de Ortega, así como el resentimiento por la inmerecida riqueza personal que acumuló gracias al poder que ejercía.

A finales de la década de 1980, Ortega se sentía lo suficientemente cómodo en el poder como para organizar unas elecciones. A pesar de todo el fraude y la supresión que desplegó su bando, él y sus sandinistas perdieron ante Violeta Chamorro. Durante los siguientes 16 años, Ortega tramó entre bastidores para recuperar el poder. En 2006, con el 38% de los votos en unas elecciones de dudosa integridad, volvió a ser presidente. Durante los últimos 15 años, ha trabajado sin descanso para corromper todas las ramas del gobierno nicaragüense para garantizar su permanencia en el poder.

Después de bloquear a los observadores electorales nacionales e internacionales en 2011, Ortega “ganó” la reelección para un segundo mandato. En 2016, puso a su propia esposa como vicepresidenta, organizó la inhabilitación del candidato presidencial del principal partido de la oposición y logró otra reelección amañada.

Ahora, a los 75 años, sin ningún empleo productivo en el sector privado en su currículum, este animal político de toda la vida está encarcelando a la gente para asegurar su control del poder. Vive a todo lujo mientras pisotea tanto las libertades como los medios de vida de los pobres ciudadanos de su asediado país.

Si los nicaragüenses tenían buenas razones para expulsar a Somoza en 1979 -y en mi creencia, las tenían- entonces tienen aún más y mejores razones para expulsar al criminal que los oprime hoy.

Para más información, véase:

Eric Hoffer on Power, por Lawrence W. Reed

Nicaragua Spirales Deeper into Repression, por Adriana Brasileiro

Lawrence writes a weekly op-ed for El American. He is President Emeritus of the Foundation for Economic Education (FEE) in Atlanta, Georgia; and is the author of “Real heroes: inspiring true stories of courage, character, and conviction“ and the best-seller “Was Jesus a Socialist?“ //
Lawrence escribe un artículo de opinión semanal para El American. Es presidente emérito de la Foundation for Economic Education (FEE) en Atlanta, Georgia; y es el autor de “Héroes reales: inspirando historias reales de coraje, carácter y convicción” y el best-seller “¿Fue Jesús un socialista?”

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