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Davos 2021: Sin propiedad, no hay mercado

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Durante la semana pasada, concretamente, del 24 al 29 de enero, tuvo lugar en Davos (Suiza), la edición anual del Foro Económico Mundial (WEF, atendiendo a las siglas del término inglés World Economic Forum), en un formato mixto, parcialmente telemático, dado el actual contexto político y social, sanitario y no tan sanitario.

Como es habitual, se reunieron distintas personalidades de los ámbitos correspondientes a determinados Estados y élites político-económicas y financieras. Podemos encontrar entre estos a Xi Jinping, Ursula von der Leyen, Tedros Adhanom, Pedro Sánchez, Angela Merkel y Emmanuel Macron.

Es evidente que el tema principal tenía que ser el coronavirus codificado como SARS-CoV-2 o COVID-19, pero también hubo determinado énfasis en el llamado Gran Reseteo (según sus justificaciones propagandísticas, es necesario para “un mundo mejor”) y en los llamados “objetivos de desarrollo sostenible” de la “Agenda 2030” de la ONU.

Todo esto está vinculado a ciertas consignas ideológicas como puede ser el mitificado “cambio climático” que, como sabemos, no es un problema sometido a un libre estudio objetivo por parte de la ciencia, sino una antesala de pretextos cientifistas con una marcada ideología política como factor subyacente.

De todos modos, no es el motivo de este artículo analizar en profundidad y detalle la agenda, sino centrarnos en uno de los objetivos de esta especie de proyecto, aprovechando, ya de paso, para solventar confusiones malinterpretadas sobre la economía ante estos “contubernios”.

La propiedad privada, sutil pero frontalmente atacada

Nadie ha proclamado en esos atriles, así como tampoco por medio del sistema de videoconferencias en línea que hayan utilizado, un lema al más puro estilo chavista, ya fuera el “¡Exprópiese!” de Hugo Chávez o el “Expropiar es democracia” de Pablo Iglesias (el nieto de Manuel Iglesias, no el fundador el PSOE). Es cierto.

Sin embargo, si uno se toma la molestia de consultar determinados recursos articulísticos y audiovisuales que el mismo WEF ha divulgado por las redes sociales, puede leer determinados indicios de lo anterior, fáciles de comprender si estamos en unos mínimos de disposición de alerta y precaución.

En un vídeo corto sobre predicciones para el año 2030, se dice que, para entonces, “no poseeremos nada”, mientras  que, en un artículo cuya autoría puede atribuirse al profesor de la Universidad de Londres Guy Standing, especializado en investigaciones sobre desarrollo, se afirma lo siguiente:

«[…] la tierra, el aire, el agua, el paisaje, los recursos naturales, las amenidades sociales que la sociedad hereda, los datos que producimos y nuestras instituciones culturales pertenecen a todo el mundo y, naturalmente, a nadie. No son propiedad estatal ni privada. […] se sugirió que esto era clave para retirar la propiedad privada […]».

Lo anterior puede describirse como utópico, como que “nada es de nadie” (igual que otros sostuvieron que el “dinero público” no tenía pertenencias particulares cualesquiera). Del mismo modo, otros podrán preguntarse sobre las posteriores alegaciones de “colaboración público-privada”, pero lo aclararemos en el siguiente apartado.

Sin propiedad, no hay libertad (tampoco de mercado)

Un análisis algo más pausado y meditado sobre lo anterior nos permitirá evidenciar que están indagando en nuevas estrategias para anunciar y llevar a cabo una mayor invasión de la “soberanía social” (dentro de la cual está, por supuesto, el individuo, con una libertad negativa en su concepción austriaco-tomista), de la sociedad (escollo para el estatismo).

De hecho, tengamos en cuenta que hablamos del mismo propósito que ya de por sí se nos presenta con la excusa sanitaria-pandémica y medioambiental. Ante una casuística, cabe aprovechar para reforzar la intervención del Estado en la economía, estrangulando a la sociedad política y, por ende, económicamente.

Nuevos impuestos, nuevas partidas de gasto, mayor endeudamiento, contribuciones a una idea quimérica de la libertad de circulación, amenazas para la libertad de ahorro, invasiones a la privacidad, complicaciones para el flujo de capitales, imposición de nuevas “verdades oficiales” por medio de ingeniería social.

Para esto se necesitan colaboradores (más allá de suprimir todos los contrapesos que podrían asumirse si asimilamos y respaldamos el principio de subsidiariedad en su concepción cristiana), y no solo se trata de lo que les permite ejercer el monopolio absoluto y exclusivo de la violencia.

Dejando aparte la existencia de medios de comunicación con subvenciones directas o una titularidad estatal, conviene recordar que hay grandes corporaciones más preocupadas en el interés político y prebendario que en atender lo que necesita la sociedad dentro del mecanismo natural y espontáneo del mercado.

Esto es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con las Big Tech americanas, en una connivencia absoluta con el llamado Deep State y beneficiándose de alguna que otra subvención directa u exención fiscal. No han renunciado a ninguna promoción de la agenda “progre”; tampoco a hacer ensayos totalitarios censores.

Con lo cual, si leen el término “público-privado”, no se emocionen (por desgracia). Lo que se potenciará es el llamado “capitalismo de amiguetes”, lo cual no encaja ni con la concepción positiva del capitalismo en la Centesimmus Annus (San Juan Pablo II) ni con la definición que cualquier seguidor de la Escuela Austriaca pudiera dar.

Lo que se va a desarrollar es una especie de exportación del modelo económico chino, que no deja de ser socialismo por cuanto el Estado interviene bastante y las principales empresas están vinculadas al poder político (PCCh en ese caso). De hecho, el monopolio y el oligopolio no se consolidan por espontaneidad.

Dicho esto, el respeto hacia la libertad de mercado es absolutamente inexistente. Para que esta se desarrolle, ha de reconocerse el derecho natural del individuo a la propiedad (mediante la cual podrá tener margen de maniobra y de privacidad), dando por hecho que pueden y deben aflorar muchos propietarios, cosa que nadie desea aquí.

Ángel Manuel García Carmona

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