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La democracia asediada y la rana hervida

La democracia asediada y la rana hervida, EFE

No parece ser un buen momento para la democracia. Estados Unidos tuvo su 6 de enero y ahora Brasil el 7 de enero. Dos años de diferencia, pero muchos elementos en común.

No son únicos. También Perú, con intento de golpe del expresidente Castillo, y muchas víctimas después. Antes, la llegada al poder de los presidentes Petro en Colombia y Boric en Chile fue precedida por mucha violencia callejera.

No solo en América. En Europa, según análisis del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), diversos países de la Unión Europea han registrado retrocesos en el último lustro, nada menos que casi la mitad, 46 % de las democracias llamadas de “alto rendimiento” en ese bloque.

Sin ir más lejos, Rusia violó la ley internacional al invadir Ucrania y ninguna de las dos es parte de la Unión, pero si en algo se parecían antes de la guerra era que ambas figuraban en bajos lugares en los índices internacionales de respeto a la democracia como también en los de corrupción.

Solo por espacio no mencionamos a Asia y África, pero sirve para formarse una idea que el momento no es bueno para la democracia, a pesar de que existe evidencia de ser un sistema de gobierno mejor que cualesquiera de sus alternativas, hoy al igual que en el pasado. Pero el momento no es tampoco bueno para los derechos humanos, su socio en el buen gobierno.

Las preguntas son dos: ¿el qué hacer y el cómo reaccionar?

El ideal democrático se ha visto afectado por alternativas que le agregan un apellido, pero que en realidad son su enemigo total, como aquellos gobiernos dictatoriales controlados por el crimen organizado en América Latina. También son rivales directos el populismo, la demagogia, la inexistencia o irrelevancia de controles internacionales, el rol distorsionador del dinero, la crisis ética de partidos políticos; aquellas distorsiones que la dan por superada, con gobiernos que le niegan legitimidad a sus rivales, como ocurre en versiones que han surgido en este siglo XXl, también en el mundo desarrollado, etc.

Pero la Democracia tiene mucho a su favor, no solo la resistencia y superación de muchos de sus males, ya que también es un sistema de reglas establecidas, no solo en constituciones nacionales, sino también en el derecho internacional, por lo que existen definiciones, conceptos, principios y normas que no están siendo adecuadamente aceptadas o defendidas.

La Democracia con mayúsculas no es solo un método para llegar al poder, sino, sobre todo, un sistema para ejercerlo, es decir, una forma de vida para la relación en sociedad y para la resolución pacífica del conflicto.

Es frágil, por lo que necesita de una defensa activa que la garantice como un derecho, tal como lo reconoce la propia Carta Democrática Interamericana, al señalar que “los pueblos de América tienen derecho a la democracia”, por lo que existe obligación de “promoverla y defenderla” definición que hoy incluye —y en forma creciente— a Estados Unidos. Que no cumplan estas normas que son también de derecho internacional, es un problema grave, pero que no debe servir de excusa, tal como no sirve hablar de suprimir el derecho penal por la persistencia del fenómeno del delito.

La democracia necesita de diálogo, pero precisamente, y para posibilitarlo, necesita previamente el rechazo a toda forma de violencia, que incluye, por cierto, la aplicación severa de la ley a quienes violen esas reglas.

Además del rechazo total a la violencia, ya que frente a ella no puede haber dos actitudes, la democracia tiene un principio de oro, que es que si las elecciones han sido legitimas, el resultado siempre se respeta, sea Brasil o Estados Unidos como también la violencia en las calles no es aceptable como método político, sea Chile o Colombia, pero también USA y la violencia callejera en Portland y muchas otras ciudades que precedió a las elecciones del 2020. En común, todas fueron acompañadas de ataques que buscaban deslegitimar y maniatar a las fuerzas policiales.

En otras palabras, las asonadas violentas siempre deben ser castigadas con todo el peso de la ley, siempre con base en el Estado de derecho, otro de sus grandes logros. Por ello, es fundamental que la calificación jurídica sea acertada, ya que no toda aplicación de la ley contra quienes no la respetan, es respuesta a una insurrección o golpe de Estado, situación extrema que requiere un nivel de organización que supera con mucho a la simple violencia callejera.

Perjudica a la democracia cuando los demócratas se sienten arrinconados y no la defienden en la forma como se necesita, al igual que cuando escasea la solidaridad internacional. Aún más daño genera la hipocresía y el doble estándar, ya que el ataque a la democracia requiere una condena cada vez que ocurre, y no se puede condicionar, como es habitual, a aplaudir cuando la hacen los que piensan parecido y criticar cuando se hacen los adversarios.

Si los medios de comunicación tradicionales no ayudan y actúan con sesgo se convierten en parte del problema y no de la solución, sobre todo cuando ya no existe una visión unidireccional sobre la internet, y hoy se entiende, que al igual que todo cambio de época, tiene muchas virtudes, pero también defectos, sobre todo por el efecto casi instantáneo de las redes sociales, que incluye al abundante terraplanismo en diversas áreas, hijo de la unión entre arrogancia e ignorancia.

La violencia no solo puede ser física, ya que muchas veces es precedida por el lenguaje, por ejemplo, en la utilización del término “fascista” para descalificar a quienes no nos merecen simpatía, aunque en muchos casos no lo sean.

La democracia es derrotada no siempre a través de su asalto desde afuera, ya que crece su destrucción desde adentro, es decir, a través de quienes ganan una cuota de poder, y desde ahí terminan copando toda la institucionalidad, casi siempre a través de la modificación radical de las constituciones.

La idea que se llega al poder no para servir sino para utilizarlo ilegítimamente a través de la corrupción, es algo que mina la confianza básica en la democracia, ya que para florecer necesita dialogo y búsqueda del consenso, es decir, la comprensión que nunca se puede imponer una visión, sino que deben buscarse acuerdos básicos.

La democracia necesita del diálogo, pero en los tiempos que vivimos sobra superioridad moral, por parte de quienes ejercen cuotas de poder. Una gran tragedia que ha posibilitado la predominancia —y enfrentamiento— de los extremos ha sido, y en muchas partes, por decisión de los electores, la desaparición del centro político, muy visible a través de la polarización.

La hipocresía y el doble estándar al igual que la superioridad moral tienen una enorme cuota de responsabilidad en la situación actual, ya que han minado la confianza en lo que antes se daba por sentado, es decir, lo que es y lo que no forma parte de la democracia. Hoy, todo se discute, con razón y sin ella.

Los partidarios de la democracia necesitan unión y dejar de actuar en forma pasiva y reactiva, cuando tienen tanto para enorgullecerse, toda vez que ese cambio de actitud es vital para la defensa cultural de ese gran logro civilizatorio de la humanidad.

Creo que mucho ayudaría a este cambio de actitud una Declaración Universal de la Democracia, similar a la Declaración Universal de Derechos Humanos o al Preámbulo de la Constitución de Estados Unidos, es decir, documentos de enorme claridad, pero también de gran sencillez, que se alejan del lenguaje ampuloso para que puedan ser entendidos por todos, tanto, que son aprendidos en los sistemas educacionales, a veces, memorizados.

Así como lo que se inicia en 1787 con “Nosotros el pueblo” marca un antes y un después para las constituciones, también lo logra la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de la entonces naciente y pujante Naciones Unidas. Los derechos humanos se siguen violando, pero a partir de ese documento se ha logrado imponer la idea, que hay ciertos derechos, que no pueden ser desconocidos por nadie, bajo ningún pretexto.

Algo similar requiere para su resurgimiento ideológico la Democracia, dado el mal momento que vive, y una Declaración similar al éxito que se logró en 1948 es vital, toda vez que nunca hay que olvidar que como forma de gobierno la Democracia prácticamente desapareció un largo tiempo, desde la antigüedad clásica de Atenas hasta su reaparición junto con el proceso constitucional que le dio origen a Estados Unidos. Así de largo fue.

A no olvidarlo. Y creo que, dada su crisis actual, se necesitan nuevas iniciativas para dar la lucha en nombre del mejor sistema de gobierno que el mundo ha conocido. A no olvidarlo. Se necesita romper la pasividad y el acostumbramiento.

No nos damos cuenta, pero este adormecimiento recuerda el cuento de la rana hervida, aquella moraleja que, si la rana es hervida en agua caliente, reacciona y salta afuera de la olla, pero si se comienza a hervir el agua helada, se adormece, y así, casi sin darse cuenta, la democracia puede dejar de serlo.


Este artículo forma parte de un acuerdo entre El American y el Interamerican Institute for Democracy.

Ricardo Israel es un reconocido escritor, bogado, analista político y académico chileno. Fue candidato presidencial de su país en 2013. Actualmente hace parte del directorio del Interamerican Institute for Democracy // Ricardo Israel is a renowned Chilean writer, lawyer, political analyst and academic. He was a presidential candidate in his country in 2013. He is currently a member of the board of directors of the Interamerican Institute for Democracy

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