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Desde el timón del Titanic

A Gloria Álvarez, infatigable

La guatemalteca Gloria Álvarez ha comentado que migrar en América Latina es como cambiarse de camarote en el Titanic. Eso significa que siempre navegaremos en dirección al iceberg contra el cual nos estrellaremos. El iceberg puede evitarse, no viene hacia nosotros, pero nuestra errática navegación nos lleva a su encuentro a pesar de saber que está allí y que no se ignoran las consecuencias del choque. Está demostrado, al menos en los últimos años, que estos pueblos no terminan de aprender y votan por la peor opción. El iceberg es el populismo-socialismo-estatismo. El domingo pasado a la hermana República de Colombia le tocó el turno para despedazarse contra un iceberg bastante protuberante y más visible de lo usual llamado Gustavo Petro. Porque todos conocen el prontuario y la hoja de vida del presidente electo que va desde haberse puesto al margen de la ley, participando en la guerrilla sediciosa hasta ocupar la Alcaldía de Bogotá. Hay varias preguntas que conviene formular. La primera es ¿cuándo comenzamos a equivocarnos? La segunda, ¿por qué a pesar del inventario de la historia y la lección de países propios y ajenos, nos seguimos equivocando? La tercera plantea ¿cómo hacer para no equivocarnos más? Las tres refieren a un espectro que relaciona el pasado con el presente e inevitablemente con el futuro.

El punto de partida de nuestros errores comienza en el fatídico año de 1808 cuando Napoleón Bonaparte lanza sus ejércitos sobre España, aprovechándose de un pleito gallináceo entre el rey Carlos IV, y su hijo, el entonces y futuro imbécil Fernando VII, creando el cisma político de mayor impacto entre España y sus reinos de ultramar. Tanto la metrópoli como la América española adelantan un proceso de independencia del invasor conformando una serie de juntas supremas, y al final del se deciden por gobiernos independientes entre sí no sin antes pasar por cruentas guerras civiles que diezmaron a la población. De América salió un genoma político novedoso, republicano, que no solo le daba la espalda al pasado, sino que se proponía aborrecerlo. La Independencia fue un proceso legítimo, pero incurrió en la fatal arrogancia cuando impuso un modelo político para el que no había cultura que lo sustentara, y mucho peor cuando los pueblos se negaron a sí mismos cortando el lazo con su origen y solicitando teorías políticas al mejor postor. La consecuencia inmediata fue la guerra entre los caudillos del siglo XIX, el nacimiento de un Estado moderno a los trancazos en el siglo XX, que a duras penas formuló un proyecto político aspirado y no logrado. De la mezcla entre el antiguo centralismo light de la Corona junto a la promesa fallida de una República para todos con redistribución de la propiedad, nació el populismo latinoamericano condimentado con la salsa piche del marxismo y su igualitarismo a toda costa. Durante el siglo XIX se agregó el oscurantismo de la Iglesia y durante el XX y el XXI, el anticapitalismo de los curas, y la monserga de la responsabilidad social adoptada por empresarios para hacerse perdonar. El complejo de culpa empresarial deviene de no haber podido gestar un empresariado liberal, autónomo e independiente, que se encontró con el escollo del Estado interventor, al cual salió a implorarle indulgencias y migajas. Ese es nuestro pasado que explica cómo nos equivocamos.

Simpatizantes de Gustavo Petro celebran con banderas de la organización guerrillera conocida como M-19 tras los resultados de las elecciones presidenciales en Colombia. (EFE)

Sabemos lo anterior, hemos reparado en la destrucción de la economía por los proyectos populistas, atestiguamos la caída del Muro de Berlín, los genocidios totalitarios del estalinismo y el maoísmo, el irrespeto a los derechos humanos en Cuba, la confiscación de la propiedad y la subordinación al capricho de los estatistas. Conocemos el valor de la libertad y el hecho de que hay que salir a defenderla a diario. No queremos que el Estado Leviatán nos condicione a través del Estado docente o un proceso educativo enemigo del conocimiento basado en acrobacias etéreas para alumnos sin criterio con ejes transversales y competencias absurdas. Nos resistimos a que desaparezcan las materias humanísticas, práctica que el gremio de los mediocres ha comenzado ya en las universidades. ¿Por qué a pesar de la consciencia de todo lo anterior continuamos equivocándonos? Cuando el individualismo es atacado desaparecen las ganas de hacer historia, la empresa, la competencia, la superación. El miedo a la libertad se impone porque siendo la libertad creativa, los sumisos prefieren que decidan en su nombre. Se ha creado la impresión de que todos tenemos derechos a toda costa, pero nadie menciona sus deberes ni se fija en que hemos de ser los factores de nosotros mismos al margen de la munificencia estatal. Vivimos en un festival de ilusiones tan perverso que se concluye que el porvenir del ciudadano está en las manos del Estado. De modo que lo eleccionario se desvirtúa para confirmar ese destino. Los gobiernos de la llamada derecha a la que prefiero ver como conservadora han caído también en esa tentación premiadora a los diversos agregados sociales, sin percatarse de que se está resbalando hacia las arenas movedizas del populismo, con mención de su cuestionado desempeño. Y en el entretiempo, la izquierda radical, traidora y no democrática, como sucedió en Chile y en Colombia y está pasando en Ecuador, llevó a cabo sus protestas destructoras de lo público y privado alentadas por los ultras del Foro de São Paulo​, para demostrar el descontento, la inequidad social, y todos esos conceptos de manual fabricados lacrimosamente por los socialistas. Que la opción frente a Petro haya sido un gritón y un populista de derecha, favoreció a la izquierda para que nuestro hermano país se equivocara en su elección. Porque los pueblos caen en sus propios dislates.

Tercera pregunta. ¿Cómo curarnos de la equivocación definitivamente? ¿Cómo aprender de veras? El problema de polarizar la política conduce a terminar habitando en los extremos. Y tampoco se trata de proponer un centro gelatinoso a la carta y para el gusto de todos. Lo único que salva es la libertad: libertad de pensamiento, de palabra, de creencias, de ideas, libertad sexual, religiosa, libertad económica y muy particularmente, libertad de mercado y de la propiedad. La apuesta que no hemos hecho con devoción es la de la libertad, la del liberalismo (prefiero decir liberal y no libertario), cuyas bondades hay que patrocinar por más obvio que parezca. ¿Cómo se hace esto? Con la promoción irrenunciable de la libertad, con una educación basada en la libertad, con una formación enraizada en el debate de las ideas, de la lectura sin tregua, del fomento de la cultura y la fuerza creativa del arte, de la valoración de la discusión, de la comprensión y respeto del mercado. Con una educación sin verdades de fe porque el fin último de la educación es educar para la libertad y el conocimiento, porque el conocimiento nos hace libres. Y también habrá que imitar los métodos de evangelización de la izquierda, naturalmente sin dogmatizar ni dar nada por sentado y menos apostando a la existencia de enemigos sino en relación con la disciplina, paciencia, y rigurosidad de las que se ha valido. El día que fundemos sistemas liberales sobre la base de la ética del trabajo, la competencia y la superación, el derecho a la propiedad, la igualdad ante la ley, el mercado y sin Estados retrecheros ni mandones, desaparecerá la pobreza en América Latina.

Gustavo Petro, declarado comunista, presidente de Colombia. (EFE)

A partir de la caída del Muro de Berlín se nos hizo masticar con insistencia lo de la muerte de las ideologías. El tiempo ha demostrado la inexactitud de esa frase apurada por más de un filósofo de ocasión. Ninguna época puede interpretarse apresuradamente si sus consecuencias están por advertirse. Los izquierdistas radicales no cometieron esa digestión finisecular. Frente a las ínfulas del vociferado fin de la historia y el triunfo del libre mercado, los radicales volvieron a darnos una lección con la paciencia que nunca han abandonado. No en balde en la Venezuela de 1992 a tres años de esas engañosas nuevas, se dieron los intentos de golpe de Estado, chambones y piratas, cuyas secuelas seguimos pagando con creces. Claro, en Latinoamérica de espaldas a todo futuro, cualquier cosa podía pasar, pero también estábamos transcurriendo por una era que desmontaba el peso del Estado e instrumentaba políticas liberales, intento que fue destruido por los estatistas socialdemócratas y socialcristianos aliados con los náufragos de la política, falsos notables y los vivianes de la izquierda que ya se reservarían el espectáculo del futuro para ellos. Quienes asaltan el Estado y lo convierten en su caja chica tienen métodos parecidos al del izquierdismo radical. No en balde, Laureano Vallenilla Lanz fue de los pocos honestos en comparar el capitalismo de Estado del Perezjimenismo con la Rusia soviética. ¿Qué son los planes de la Nación sino una reconversión azucarada del Gosplan?

Algunos optimistas invencibles mantienen que Petro será más parecido a Lula que a Chávez. No sé si el oráculo incluye a Odebrecht y el Lava Jato. El presidente Álvaro Uribe (el mejor presidente de Colombia de los últimos tiempos, así como el peor expresidente) ha alertado sobre la inteligencia de Petro. Sostiene con convicción que fue el maestro de nuestro Hugo. Escuchar cómo declaraba eso hace un año y verificar hoy la realidad de su elección es aterrador. Nuestro mapa hemisférico se ha enrojecido y da la impresión de que continuará de ese modo mientras no salgamos a defender una libertad que incluya deberes y derechos. Sucede que cuando la izquierda radical llega al poder no lo abandona, se enquista en él como un parásito succionador, pulveriza la prosperidad y nos convierte a todos en menesterosos. Los únicos ganadores con la elección de Petro son las compañías inmobiliarias de Miami y de Madrid. Nuestra desportillada Venezuela al menos volverá a la apertura y a la relación comercial con Colombia. Ya hasta fabricamos y celebramos las montañas de hielo que nos vuelven náufragos y víctimas de una historia que no nos interesa comprender. Hundir navíos y naciones se ha convertido en nuestro oficio favorito.

Karl Krispin es escritor venezolano y columnista en El American. Ha escrito para Zenda y El Nacional. // Karl Krispin is a Venezuelan writer and columnist at El American. He has written for Zenda and El Nacional.

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