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Dios, América y un Día de Acción de Gracias

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Los Estados Unidos no son una teocracia. No obstante, la presencia de Dios y el entendimiento de que existe un orden transcendental superior que está conectado con la existencia temporal en la tierra, ha sido parte del tejido nacional americano. Los acontecimientos más relevantes en su historia han estado conectados con una fundamentación relacional con la Divina Providencia. Cuando cada cuarto jueves del mes de noviembre se celebra en Estados Unidos el “Día de Acción de Gracias”, probablemente la celebración nacional más autóctona del país.

Podemos citar 3 instantes primordiales en la historia americana que moldearon a esta gran nación. Estas fueron: la llegada de los colonizadores, quiénes eran y a qué vinieron (1607, 1620); la Guerra de Independencia (1775-1783) y la nación nueva; y la Guerra Civil (1861-1865). Estos acontecimientos dictaminaron el armazón moral y filosófico de Estados Unidos. En cada momento, Dios, el cristianismo y el orden moral que de ahí partió mantuvo una presencia constante.

Los colonizadores

El Acto de la Uniformidad (1559) reglamentó en Inglaterra el ejercicio del culto religioso. La Iglesia de Inglaterra (Iglesia anglicana), con dicho acto, exigía la primacía en el ejercicio de la fe. En otras palabras, la libertad religiosa claudicó y se formalizó la persecución a diferentes denominaciones del cristianismo. Esto llevó a que los miembros de la Iglesia Separatista (puritanos) salieron como exiliados religiosos hacía Holanda en 1607. Los puritanos, parte de la teología calvinista, después de tener choques culturales en Holanda por el ámbito liberal del país, decidieron lanzarse al “Nuevo Mundo” en 1620. De manera particular, fueron hacia Nueva Inglaterra (hoy en Massachusetts) y llegaron el 11 de noviembre (1620). En el curso del viaje, redactaron el “Pacto del Mayflower” (nombre del barco). Este convenio, pese a no constituirse como una declaración de independencia, formuló las normas para un modelo de autogobierno civil.  

Los puritanos eran refugiados religiosos. La persecución del culto de religión los llevó a abandonar su país natal. No vinieron buscando oro, ni oportunidades económicas. Querían ejercitar la fe sin intromisión estatal. Este es un punto de apreciación fundamental para entender la idiosincrasia mayoritaria de los colonizadores anglosajones que irían brotando a través de la nación por nacer. En el otoño siguiente los peregrinos celebraron el primer Día de Acción de Gracias, una celebración que duró tres días.  

Lo cierto es que 13 años antes, en Virginia se había establecido el primer asentamiento de Inglaterra. En este caso, en Jamestown, los colonizadores eran feligreses anglicanos. A pesar de las diferencias generadas por la política oficial en la madre patria, los puritanos y los anglicanos se respetaron y no se ejercitó en el nuevo territorio, la monopolización de una secta sobre la otra. Lo que sí se manifestó fue un sentido unísono en cuanto a la idea de soberanía popular, dentro de un esquema de autogobierno pidiendo siempre el favor del Todopoderoso y manteniendo la tolerancia religiosa. La Primera Carta de Virginia (1606), documento que precedió el Pacto del Mayflower (1620) seguía la más línea de priorizar la intelección de la primacía del orden transcendental, incluso sobre el de la monarquía.

Las subsiguientes colonias que se fueron poblando veían a colonos de diferentes sectas cristianas. Las “Órdenes Fundamentales de Connecticut” (1639) y los “Artículos de la Confederación de Nueva Inglaterra”(1643), fueron otros ejemplos de cómo quedó establecido, como primer derecho, la libertad de culto concebido como un derecho natural. Tomando en cuenta la diversidad entre las denominaciones que abrazaban los colonos a través del nuevo territorio, existía una insistencia de separar el Estado de la iglesia y que esto sería saludable. La idea de separar el Estado de la religión, hay que estar claro, era para proteger a la religión de la manipulación política. No era por un frenesí de secularismo.

La Guerra de Independencia americana

Los descendientes de los colonizadores originales, pese de haber venido desde diferentes trasfondos denominacionales cristianos, brotaban todos del mismo árbol del cristianismo con un aferramiento profundo a la idea de que la libertad no era una dádiva convencional, sino un obsequio divino y que el arquetipo político ideal era de un gobierno limitado con una ciudadanía piadosa. Los primeros brotes de separatismo eran movimientos que clamaban derechos negados por las autoridades en Inglaterra y que dichos atropellos infligían en sus derechos como hombres libres. En otras palabras, se estaba violando la Ley Natural.   

La Declaración de Independencia (“Declaración”) (1776), firmemente anclada en la noción de los derechos preeminentes otorgados, no por gobiernos, sino por Dios, articuló elocuentemente el derecho de rebelión. Dicha Declaración, curiosamente, fue redactada más de un año posterior al inicio de la contienda bélica. Gran Bretaña inmediatamente lanzó una ofensiva brutal tratando de sofocar lo que entendía era una mera sublevación. Todavía no se había secado la tinta de la Declaración cuando los británicos tomaron control de Nueva York. Un año después, Filadelfia, la capital de la nación incipiente, también lo estaba. El general Washington y el Ejército Continental (el nombre de las FF. AA. independentistas) habían sufrido derrotas terribles.

Los pronunciamientos y las cartas de Washington atestiguan la de un hombre aferrado a la fe, mientras contemplaba el derrumbe de su ejército. Todo cambió en Saratoga, un lugar 189 millas al norte de la ciudad de Nueva York. Comenzando el 19 de septiembre y concluyendo casi un mes después, en la “Batalla de Saratoga” las fuerzas americanas lograron una victoria impresionante capturando más de 5,800 soldados británicos. Esta victoria del general Horatio Gates, alteró favorablemente el curso de la guerra a favor del Ejército Continental. Francia, a raíz de esta conquista por los independentistas, decidió entrar en el conflicto del lado de Estados Unidos.

A raíz de este triunfo, el Congreso Continental, -una especie de gobierno en armas-, proclamó el 18 de diciembre de 1777, como resultado de este gran acontecimiento que reformuló el giro de la guerra por esa batalla insigne, un día para dar acción de gracias por lo ocurrido. Dicha institución representativa de la nación americana, sostuvo esta proclamación anual de manera continua hasta 1784. Al consumarse favorablemente la Guerra de la Independencia, el ya presidente Washington, oficialmente proclamó el 3 de octubre de 1789 un día de oración nacional y de dar gracias al Ser Supremo en forma colectiva como nación.    

El presidente Washington proclamó, en 1795, una segunda celebración de un Día de Acción de Gracias. En esta ocasión, lo hizo en gratitud por la resolución de lo que fue el primer reto al gobierno federal, una insurrección local llamada la “Rebelión del Whisky”.  Presidentes sucesivos como John Adams y James Madison (ambos miembros del Partido Federalista) siguieron la tradición de hacer fiestas nacionales ese día. Algunos presidentes anti federalistas, hay que destacar, se opusieron. Sin embargo, ya para mediados del siglo XIX más de 16 estados, ejerciendo su propia autoridad territorial, celebraban esta fecha en el mes de noviembre.

La Guerra Civil
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Lincoln, nuevamente, desde el primer año de la Guerra Civil puso en práctica la costumbre de establecer un día nacional para rendirle agradecimiento a Dios. (Flickr)

La Guerra Civil americana (o la Guerra entre los Estados) fue el acontecimiento más dramático de los Estados Unidos. Problemas irresueltos desde la fundación del país, como fue la cuestión de la esclavitud, era una mancha moral, nacional y una inconsistencia con la premisa de los derechos naturales y el enaltecimiento de la libertad como enfoque principal contenido en la propia Declaración.

Estos problemas, hay que insistir, no escaparon la mente de Washington, Adams, Hamilton, Jefferson y otros próceres. La fragilidad de preservar la cohesión nacional en una república recién estrenada y que estaba compuesta por trece colonias autónomas, resultó un reto difícil para solucionar en ese momento. Le tocaría a Abraham Lincoln esa intrincada tarea.

Para Lincoln, la fe en Dios y el apego a una cimentación bíblica, lo llevó a elevar el tema de la esclavitud y su desconexión con los principios fundacionales del país, a una cruzada intransigente de no claudicar y de pagar cualquier precio con tal de abolirla, de alinear a la nación con los ideales patrios y de preservar la unión. La sucesión de los estados del Sur, la proclamación de la Confederación (gobierno de los estados del Sur) y el ataque a una fortaleza federal formalizó la contienda sangrienta. Lincoln, desde el principio de la guerra, celebró un día nacional para darle gracias a Dios y nunca lo dejó de hacer.

En la fase inicial de la guerra, los sureños demostraron saber pelear mejor. Los ejércitos del Norte, comandados por generales ineptos como el general George B. McClellan, le dificultaron seriamente la tarea presidencial a Lincoln. Después de que el “Gran Emancipador” limpió casa y reconstituyó el mando militar colocando a estrellas como George G. Meade, William Tecumseh Sherman y Ulysses S. Grant en puestos militares claves, el curso de la guerra cambió a favor del Norte. Hubo un enfrentamiento sanguinario en Pensilvania, que alteraron el curso de la guerra decisivamente para los federales como la “Batalla de Gettysburg” (1863).  

Lincoln, nuevamente, desde el primer año de la Guerra Civil puso en práctica la costumbre de establecer un día nacional para rendirle agradecimiento a Dios. En 1863, 4 meses después de la victoria decisiva en Gettysburg, Lincoln convirtió el Día de Acción de Gracias en una fecha nacional para celebrarse en el último jueves del mes de noviembre. Posteriormente, esta celebración quedó marcada en el calendario marcado para siempre, enmendándose en 1941, para ajustarla al cuarto jueves de noviembre.

El Día de Acción de Gracias encapsula una celebración ligada, directamente, a la fundación de la nación, a las guerras para alcanzar la libertad, la independencia, rescatar sus valores inherentes y salvar la república. De igual forma, es una ocasión que se estableció para que todo un pueblo tome conciencia de la importancia del papel de Dios en nuestras vidas y de expresar esa gratitud colectivamente, como nación bendecida.

No es una ocasión para encontrar ofertas al día siguiente en las tiendas, o tomar en cuenta otras consideraciones seculares que desvirtúan la esencia de la celebración. Es una fecha nacional sacrosanta que reúne patriotismo y devoción divina y define, mejor que ningún otra, los valores inherentes de los Estados Unidos.

Haciendo referencia a la virtud que es la gratitud, Marco Tulio Cicerón dijo, “… esta virtud no sólo es la más grande de las virtudes, sino también la madre de todas las demás.”. El Día de Acción de Gracias se inició y se estableció en Estados Unidos. para darle gracias a Dios Todopoderoso, sin excusas, sin timidez, y de forma pública como una sociedad virtuosa y libre.

Es ahí donde encontraremos siempre la verdadera excepcionalidad de esta nación. Cualquier desviación de o reto a esta base fundacional, es una agresión hacia la república. En estos días de tanta oscuridad, demos gracias a Dios y roguemos para que nos de la fuerza para enfrentar los desafíos de este momento, igual que hicieron Washington y Lincoln en sus tiempos ¡Qué así sea!

Julio M Shiling, political scientist, writer, director of Patria de Martí and The Cuban American Voice, lecturer and media commentator. A native of Cuba, he currently lives in the United States. Twitter: @JulioMShiling // Julio es politólogo, escritor, director de Patria de Martí y The Cuban American Voice. Conferenciante y comentarista en los medios. Natural de Cuba, vive actualmente en EE UU.

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