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A Dios le dio COVID

A Dios le dio COVID

Diríjase a ese lugar de la casa donde esconda celoso sus medicinas. Arrebate el prospecto del envase y tendrá en sus manos la explicación más decisiva de esta crisis civilizatoria. Un papel de exquisita finura plegado y nuevamente replegado adornado con letra microscópica donde se especifican todas y cada una de las contraindicaciones del remedio. De ella resalta una ley inexorable: cuanto más grande se hace la promesa curativa del medicamento más interminable resulta el prospecto.

La oferta de curación se hace recoger de cada vez más excepciones igual que la letra pequeña del contrato acaba albergando más prerrogativas que el contrato mismo. A cada “te lo prometo” que sus oídos hagan por escuchar, su razón debería pasar revista allá donde esa promesa queda en suspenso y con horror atenderá a la cruenta verdad: en todas.

Sabido esto, la decepción se apoderará de usted y un entristecimiento corrosivo lo encerará alertado por el miedo a morir repentino. Hasta entonces, lograba suspender ese horror entre el trajinar de sus ocupaciones plegadas por una falsa plenitud de progreso que hacía virtud en las mejoras de la ciencia. Pero como la ilusión, por su naturaleza, ha sido creada para decepcionar ve con nuevos ojos destruida la esperanza en el progreso. Y en lugar de negar a Dios va, confundido, a buscarlo desesperadamente.

A Dios le dio COVID
Un anhelo de grandeza y de salvación duradera que solo hallará consuelo cuando entendamos que en Dios y solo en Él descansan tales atributos. (Flickr)

Pone sus enteras esperanzas en la vacuna, pero súbitamente se ofusca al ver su eficacia rendida ante el brote de nuevas cepas. Con igual esmero habría puesto sobre los médicos una labor redentora, pero al rato de aplaudir en los balcones, aquellos mismos asqueados se reconocían incapaces de acoger su ansia de inmortalidad.

Así seguimos alargando confinamientos, haciendo una costumbre del tapabocas y el sinnúmero de restricciones que alcanzamos a imaginar. Como ovejas sin pastor deambulamos desorientados buscando en la vulgaridad de nuestras vidas ser algo más que un trozo de carne sometido a las leyes corrosivas de la naturaleza. Un anhelo de grandeza y de salvación duradera que solo hallará consuelo cuando entendamos que en Dios y solo en Él descansan tales atributos.

Todo un reto para una humanidad que se ha ido cimentando contra Dios y que ahora exige como el velero que afronta la tormenta, adentrarse en la mayor de las paradojas: ser libres en nuestra entrega incondicional. Demasiados libros aturden a la ciencia, querido lector, si no van acompañados por la elevación de la conciencia.

Hacen que pongas a Dios en tu cabeza (ideologías) cuando solo se hace efectivo si anida en el corazón. Repose en la esperanza todo aquello que supere el horizonte de la experiencia mundana o vea a la ciencia reconvertida en un ridículo santo patrón de síes y peros. Haga por creer en Dios, aunque solo sea para que su razón, lejos de abandonarse a ritos existenciales y recetas mágicas de experiencias consoladoras (coaching), multiplique la resolución de sus conflictos y el buen hacer de los males que le achacan.

Antonini de Jiménez

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