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El problema no es la desigualdad, es la pobreza

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Desconfíe siempre del que le diga que el problema es la desigualdad. El problema es la pobreza, no la desigualdad. Y la pobreza se elimina generando riquezas, no repartiendo miserias. Esto es una verdad irrefutable, la pobreza nunca ha sido resuelta con misiones sociales y dádivas estatales; el crecimiento económico tampoco ha sido protagonizado jamás por un país con una mayoría de empresas públicas, y en definitiva, el bienestar y la independencia del ser humano, jamás ha sido conseguido a través del socialismo. Todos los estudios de teoría económica han llegado siempre a la misma conclusión: la única forma de combatir la pobreza es generando crecimiento económico.

Debido a que los datos con respecto a la aniquilación de la pobreza por parte del capitalismo, comparados al socialismo, son irrefutables, entonces la izquierda ideó un nuevo discurso: “el problema no es tanto la pobreza, es la desigualdad”.

Para comenzar, la igualdad debería ser considerada el primer crimen contra la humanidad, debería ser un derecho constitucional, un derecho humano avalado por tratados internacionales, la individualidad del ser humano, su independencia y libertad para obrar, trabajar y alcanzar sus metas, según sus propios intereses y desempeño. En definitiva, esa libertad al culto, la idiosincrasia, la lengua, las costumbres, e intereses que la izquierda tanto saca a relucir cuando les conviene, pero que contradictoriamente anulan cuando toman el poder y eliminan las empresas privadas, las iniciativas individuales y se involucran en la educación, la salud, y el resto de actividades del ser humano.

En Camboya, en el estado comunista presidido por Pol—Pot, a todas las niñas, niños y adultos les cortaban el cabello de la misma manera, y todos además eran vestidos iguales por los Jemeres Rojos, el propósito de esto era convertir al individuo en masa, suprimir el pensamiento crítico, anular por completo la capacidad de autodeterminación, y por supuesto, invocar un Estado de corte “igualitario”; donde solo los jerarcas del régimen contaban con los beneficios de poder comerse un plato decente de comida o dormir en una cama bajo techo.

Un estudio de Just Facts, un instituto sin fines de lucro dedicado a investigar y publicar hechos verificables sobre los temas críticos de política pública de nuestro tiempo, determinó que el 20 % de los americanos más pobres, son más ricos que la mayoría de personas en gran parte de Europa, esto quiere decir que, si los pobres de Estados Unidos fueran una nación, sería una de las más ricas del mundo.

De hecho, en el año 2010 la Oficina de Análisis Económico de los Estados Unidos publicó un estudio que en combinación con los datos del Banco Mundial para el mismo año, muestran que el 20 % más pobre de los hogares del país norteamericano tiene un consumo promedio por persona más alto que los promedios de todas las personas en la mayoría de las naciones de la OCDE y Europa:

Siendo que la data y la estadística es contundente al momento de ofrecer puntos de vista, pues ya no se trata de opiniones, sino de realidades, el discurso del resentimiento en que se ampara el socialismo, levantó la bandera de las desigualdades; y es cierto, las brechas sociales entre Estados capitalistas y socialistas no son muy amplias, de hecho, en pleno 2019 estalló en Chile una grave crisis producto de las “desigualdades”; fanáticos de izquierda acusaban al país más próspero de la región de tener un modelo fracasado y pedían cambiar la Constitución para impulsar una Constitución socialista; lo cierto es que los datos de desigualdad en Chile son equivalentes a los de Bolivia, según el índice de Gini: en Chile la misma se úbica en 46.6, y en Bolivia en 44, por citar un ejemplo, con la pequeña diferencia de que la economía chilena tiene un PIB per capita 3.3 veces superior al de los bolivianos, y ni comparar la data económica con países como Cuba y Venezuela, con un socialismo más profundizado y más estatizado que el boliviano

En Chile bajo la falsa bandera de la desigualdad y motivado al aumento del pasaje del metro, estalló un conflicto social que dejó muertos y pidió la dimisión del presidente de centro derecha, Sebastián Piñera, quien aumentó en 30 pesos (0.04 centavos de dólar) el pasaje del metro; menos de la mitad, de lo que había sido aumentado por su antecesora, la socialista Michelle Bachelet, quién lo había subido 80 pesos.

Mientras que con la presidenta socialista no se expresó el descontento en las calles, con Piñera se vivió una jornada violenta que obligó al presidente a decretar un toque de queda que dejó muertos, numerosos saqueos y la destrucción de más de 70 estaciones del metro de Santiago de Chile, arruinando el mejor sistema de transporte masivo del continente.

A pesar de que el presidente Piñera retiró la medida de aumento del pasaje, los social—comunistas siguieron en las calles, con protestas vandálicas, incendios, saqueos y grupos que se “manifestaron” vestidos de cuero e introduciéndose objetos por el ano, teniendo sexo sadomasoquista en plena vía pública con niños alrededor; además, con líderes sociales enviados desde Venezuela y Cuba para fomentar el caos en el país más desarrollado de Sudamérica.

Un dato muy importante para comprender como la narrativa es capaz de imponerse sobre la verdad, indica que desde julio del 2006 a marzo del 2018, el salario en Chile había crecido 2.13 %, mientras que la tarifa del metro lo había hecho solo 1.86 %.

Los mitos sobre la desigualdad

Se debe ser muy insistente en que la única forma de combatir la pobreza es creando riqueza, y la única manera de luchar contra la desigualdad es promoviendo la educación, el trabajo y las libertades, un mayor gasto público o subsidios, no disminuirá nunca las brechas sociales; y sin embargo, siempre es importante dar por sentado y aclarar que, las desigualdades son inherentes al ser humano, y no solo las desigualdades económicas, sino las de pensamiento, cultura, sexualidad, entre otras; por tanto, es completamente imposible que exista algún Estado sin desigualdades. Para lo que se tiene que trabajar es para que cada vez las sociedades sean más ricas y la tabla de ingresos se equipare hacia arriba, como sucede en los estados capitalistas, y no hacia abajo, como sucede en los socialistas, como Venezuela, una nación en la que aproximadamente el 80 % de la población ganaba menos de 10 dólares al mes en el 2019; a diferencia de los chilenos, cuyo sueldo mínimo es de 447 dólares, el más elevado de Sudamérica; destacando además que, muchos rubros económicos en el país, pagan montos por encima de esa cifra, por lo que el salario promedio más bajo de Chile termina ubicándose entre 550 y 650 dólares.  

Otro dato demoledor para tumbar el mito del fracaso del modelo chileno, de mercados abiertos, son otorgados por la base de encuestas CASEN (MDS) y PNUD, que señalan que en 1996 el 42.1 % de la sociedad chilena era pobre, mientras que para el 2019 ese valor había descendido a menos del 8 %.

La desigualdad no puede ser nunca considerada un índice para medir aciertos o fracasos, la desigualdad existe y existirá siempre, sencillamente porque todos los seres humanos piensan de manera distinta. Si hermanos nacidos de mismo padre y madre, que crecieron con las mismas oportunidades, criados con los mismos valores y principios, al alcanzar una etapa de maduración, poseen diferentes profesiones, distintos ingresos, y diferentes formas de llevar adelante sus vidas, ¿cómo se puede pretender igualar a millones de individuos, a toda una sociedad, a todo un país?


Este artículo forma parte del libro de Emmanuel Rincón “La reinvención ideológica de América Latina“.

Emmanuel Rincón is a lawyer, writer, novelist and essayist. He has won several international literary awards. He is Editor-at-large at El American // Emmanuel Rincón es abogado, escritor, novelista y ensayista. Ganador de diversos premios literarios internacionales. Es editor-at-large en El American

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