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El temor a la guerra generará un conflicto mayor y más cruento

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La historia sirve para muchas cosas, entre ellas está el conocimiento que se puede obtener al estudiar y aplicar sus lecciones. La guerra es uno de esos temas en los que los políticos suelen ignorar la historia y, en su lugar, optan por entregarse a la historiografía psicoanalítica. Los líderes democráticos del mundo, empezando por el presidente Joe Biden, están elaborando decisiones de seguridad nacional basadas en el estudio del patrón de pensamientos, sentimientos y comportamiento de los enemigos de la libertad. Temer ir a la guerra, puede precisamente acabar provocando la guerra.

John F. Kennedy cambió, en el último momento, el componente más seminal del plan estructurado de más de un año para que una expedición de exiliados cubanos iniciara una campaña beligerante de liberación. Esta debía llevarse a cabo en coordinación con una fuerza opositora ya activa que luchaba en distintos frentes de la isla. El demócrata de Massachusetts, un mimado de la izquierda blanda de Estados Unidos, desechó el vital apoyo aéreo en el que se basaba el plan, entre otros elementos estratégicos. El miedo de Kennedy a parecer “imperialista” y provocar así una posible reacción soviética, no solo consolidó la dictadura comunista de Castro, sino que envalentonó a la URSS.

En menos de cuatro meses, Nikita Khrushchev rodeó la parte libre de Berlín con un muro. La intención era aislar a Berlín Occidental y forzar su capitulación. En un año y tres meses, los dictadores de Cuba y la Unión Soviética firmaron un acuerdo secreto para instalar misiles nucleares ofensivos dirigidos a las ciudades de Estados Unidos, a noventa millas de sus costas. América Latina ha sido el teatro de una interminable Guerra Fría con el socialismo desde que el príncipe de Camelot traicionó a los cubanos en 1961 con la idea de evitar una guerra.

El golpe de Estado bolchevique de 1917 desalojó la efímera democracia rusa. Cuando los rusos fueron a la guerra para luchar contra los bolcheviques que habían tomado el poder, se produjo una brutal guerra civil entre los “blancos” (anticomunistas) y los “rojos” (comunistas) desde 1917 hasta 1922. El mundo libre, al principio, tomó parte para ayudar a los rusos a combatir el comunismo. Sin embargo, el apoyo de Occidente fue tibio, sin brillo y, en última instancia, de abandono de los aliados del Ejército Blanco que desafiaban al régimen leninista. Woodrow Wilson, el presidente americano del momento, se opuso a una campaña militar relevante para combatir el comunismo, alegando ingenuamente que hacerlo “aumentaría la triste confusión actual en Rusia en lugar de curarla”.         

La benigna opinión de Franklin Delano Roosevelt sobre José Stalin, que le llevó a consentir que el socialismo se tragara a Europa Central y Oriental, es otro ejemplo de miopía presidencial que ha dejado brutales cicatrices en la humanidad. La lógica wilsoniana, como la de Kennedy y Roosevelt, quedará como una mancha en el liderazgo americano. Más de cien millones de muertos son, creíblemente, atribuibles al comunismo. La tesis subyacente de Neville Chamberlain de la “paz” a toda costa y su falsa lectura de Adolf Hitler siguieron un patrón familiar de debilidad que los dictadores descarados y sus regímenes aprovechan. 

Estos son solamente algunos ejemplos conmovedores, en los que el denominador común es que todos se basaron en una comprensión errónea de la naturaleza de los enemigos de la libertad y en un miedo subyacente a la guerra o a su escalada. Estas graves interpretaciones erróneas y sus subsiguientes políticas fallidas no solo no evitaron el grave dolor y sufrimiento humanos, sino que fomentaron una actitud audaz por parte de los déspotas que estaban dispuestos a poner a prueba la determinación de su percibida y débil contraparte democrática. La guerra se agigantó.

Ucrania, un Estado soberano y libre, fue atacada por un régimen extranjero y autocrático. Cualquier argumento de “esferas de influencia establecidas” para explicar la agresión rusa, descansa totalmente en actos ilegítimos. Si la invasión de Vladimir Putin estuviera racionalmente justificada o fuera correcta, como argumentan algunos fundamentalistas de la realpolitik, entonces la independencia de una nación soberana como Ucrania es ilegítima. Dado que no hay ninguna base moral o legal para esta locura, entonces claramente Putin es un matón global que debe ser detenido. Cuando se tiene en cuenta el genocidio que está ocurriendo ahora, algo que los predecesores soviéticos del dictador ruso le enseñaron demasiado bien a realizar, se hace imperativo que el Mundo Libre actúe con decisión.

Kiev está bajo asedio. Si las fuerzas armadas de Putin bloquean la ciudad e intentan estrangularla, al igual que hizo Khrushchev en 1961 con Berlín, Occidente no tendrá más remedio que iniciar el transporte aéreo para evitar la inanición y la congelación de los valientes ciudadanos de la capital ucraniana. ¿Por qué seguir esquivando lo que debe hacerse? Envíen inmediatamente al presidente Volodimir Zelenski los aviones de combate MIG-29, que Polonia ya ha aceptado proporcionar. Además, entreguen a las Fuerzas Armadas ucranianas potente material antiaéreo. Entre los más eficaces se encuentran el sistema de defensa contra misiles antibalísticos THAAD (Terminal High Altitude Area Defense), el Patriot (MIM-104) y los mecanismos de defensa aérea y antimisiles MEADS (Medium Extended Air Defense System).  

Es necesario establecer una zona de exclusión aérea humanitaria sobre Ucrania para evitar la muerte de civiles. Esta opción limitada garantizaría un paso seguro para los no combatientes. La preocupación de que la guerra pueda intensificarse debido a la creación de una zona aérea desmilitarizada no tiene en cuenta que las tácticas rusas son cada vez más horribles. Estamos viendo una réplica estratégica de Siria y Chechenia.

Putin está perdiendo la guerra sin sentido que comenzó. Según las cuentas rusas, todo debería haber terminado en pocos días. No lo ha hecho. Esto se debe a que el pueblo ucraniano está luchando con un propósito. No se rinde. Occidente ha ayudado, a regañadientes, a paso de tortuga y con mano temblorosa. Sin embargo, es Putin quien debería temblar. El hecho de que pida ayuda a los sirios y a los chinos nos indica que el dictador ruso comprende los límites de sus recursos. Biden y el mundo libre deben dejar de ser reactivos y convertirse en proactivos.    

El mentor de Zelensky, Winston Churchill, lo describió brillantemente. “Os dieron a escoger entre la deshonra y la guerra. Escogisteis la deshonra y tendréis la guerra”. Ojalá que Occidente despierte a tiempo para evitar repetir los errores del pasado.

Julio M Shiling, political scientist, writer, director of Patria de Martí and The Cuban American Voice, lecturer and media commentator. A native of Cuba, he currently lives in the United States. Twitter: @JulioMShiling // Julio es politólogo, escritor, director de Patria de Martí y The Cuban American Voice. Conferenciante y comentarista en los medios. Natural de Cuba, vive actualmente en EE UU.

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