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El Uribe que yo conozco

Uribe, Álvaro, Colombia, presidente

Álvaro Uribe es un político integral, un estadista capaz de tener visión, gerencia, micro gerencia y comunicación. Es un líder que como escribe Nixon, es fruto de la combinación de tiempo, lugar y circunstancias.

Uribe llegó a Colombia en el momento que más lo necesitaba, cuando el país era calificado de “Estado fallido” -en 2002-, cuando teníamos 28,837 homicidios, 2,882 secuestros, 115 masacres y 1,645 actos terroristas al año. Cuando estábamos sitiados por guerrillas, paramilitares y cárteles de narcotráfico; teníamos más de 100 mil hectáreas de Coca; y cientos de los alcaldes no podían despachar desde sus municipios. Cuando la economía presentaba débiles crecimientos y teníamos graves cifras sociales. Situación que confirmaba algo que decía el expresidente, “la Patria que ha tenido gobiernos muy ilustres y desempeños mediocres”, esa era la realidad.      

Entre las muchas cosas que sorprenden del expresidente Uribe, es que él, a diferencia de los demás presidentes de Colombia, logró generar un cuerpo de doctrina a lo largo de su carrera política. Siempre coherente, consistente y congruente; basta leer los discursos en las campañas a la Gobernación, la Presidencia o el Congreso, y revisar su gestión pública de tantos años; para confirmar sus tesis.

Uribe
Lo hemos escuchado declamar poemas, discursos de Simón Bolívar, George Washington o Abraham Lincoln; dar cátedra de historia a presidentes sobre sus países o corregir cifras a los ministros sobre sus carteras. (Flickr)

Su compromiso con el Estado Comunitario, que es todo lo contrario del Estado burocrático y de la concepción neoliberal, un Estado al servicio del ciudadano, cuyos objetivos primordiales son un Estado gerencial (que administre lo público con eficiencia, honestidad, austeridad y por resultados), un Estado participativo (que tenga en cuenta las demandas de la gente y le permita al ciudadano participar en la formulación, puesta en marcha, seguimiento y evaluación de las políticas públicas) y un Estado descentralizado (que tenga en cuenta las necesidades locales sin perjuicio del interés nacional y de la solidaridad regional).

Los tres “huevitos” que no eran nada distinto a los tres pilares, que luego se convirtieron en cinco y que están a lo largo de su carrera política, son un esquema que no solo fue exitoso en nuestro país, sino que sería replicable en cualquier otra nación latinoamericana: la seguridad como valor democrático, la confianza inversionista con responsabilidad social, la cohesión social, el Estado austero y descentralizado; y el diálogo popular, son un modelo básico para superar los problemas históricos de nuestra región.

Antioquia y Colombia, durante sus mandatos, son su prueba de éxito. En Colombia, por ejemplo, él logró reducir todos los delitos de mayor impacto (46% los homicidios, 90% los secuestros, 71% los actos terroristas y casi en un 50% las hectáreas de Coca. Al final de su mandato, todos los alcaldes despachaban desde sus municipios); generó confianza y los indicadores económicos crecieron permitiendo tener recursos para una política social que ayudó a reducir los índices de desempleo y la pobreza.

Tenemos que reconocer que quienes estuvimos en su Gobierno, fallamos en varios temas, por ejemplo, en escribir más sobre lo que se hacía; el expresidente nos repetía que necesitaba un gobierno que escribiera y sentara cátedra; el día a día y todos los retos que se tenían que enfrentar hicieron que no se documentara suficientemente su Gobierno, y adicionalmente, los enormes resultados en seguridad, en un momento en que era la mayor angustia de los colombianos, llevó a que no se diera la suficiente importancia a la gran revolución social y económica que logró.

Nosotros hemos visto al hombre incansable, obsesionado por servir a Colombia; hemos sido testigos de larguísimas jornadas donde él permanece imperturbable aunque nosotros estemos al borde del desmayo; lo hemos acompañado a escuchar desde presidentes, grandes empresarios, hasta los ciudadanos más humildes, a todos, con la misma generosidad, obstinada curiosidad y capacidad reflexiva. Lo hemos escuchado declamar poemas, discursos de Simón Bolívar, George Washington o Abraham Lincoln; dar cátedra de historia a presidentes sobre sus países o corregir cifras a los ministros sobre sus carteras. Lo hemos visto describir con precisión de cartógrafo cada accidente geográfico, río o punto de nuestra geografía, como si Colombia corriera por sus venas.

Lo hemos acompañado a saludar miles de personas por su nombre, recordando detalles de sus encuentros o sus familias; lo hemos visto comer de todo, de hecho, siempre repite que “a uno le tiene que gustar todo, y se ha de servir solamente lo que sea capaz de comerse”. Lo hemos visto cantar y bailar, aunque esto último, sin problema cuando toca bailar, baila.

El expresidente Uribe tiene una memoria prodigiosa, una capacidad asombrosa de lectura y de análisis sobre información, cifras y datos.

En fin, es mucho lo que hay para decir, pero quienes quieran saber cuál es el Uribe que conocen empresarios, políticos, líderes gremiales, soldados y policías, pronto podrán leer: “El Uribe que yo conozco”.

Paola Holguín

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