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El verdadero enemigo del ciudadano

Por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo:

Estos tiempos, este año, con todas sus particularidades, nos han sacudido de maneras que nunca pudimos esperar. No obstante, a pesar de tanta confusión e incertidumbre, lo transcurrido debe llevarnos a reflexionar sobre el estado actual de las cosas y nuestro rol en el porvenir. Para ello, debemos tener la valentía de salir de nuestro confort, adentrarnos en las tinieblas y encontrar al destello de la esperanza.

En la actualidad nos vemos amenazados por muchas cosas (Covid-19, el debilitamiento de la democracia, el crecimiento del estatismo, el llamado globalismo, el surgimiento de megacorporaciones sin escrúpulos, por decir algunas); pero el hilo común sobre todas estas, la amenaza mayor, por así decirlo, es cómo se nos está desdibujando nuestro sentido de agencia.

Cuando hablamos de nuestro sentido de agencia, estamos hablando de la sensación de que somos capaces de influir en nuestro destino. Lo genuinamente perturbante de lo que hoy vivimos en Occidente es que, por la fuerza de los hechos, estamos empezando a preguntarnos exacerbadamente quién o quiénes están realmente en control; sea de nuestra economía, nuestras instituciones o nuestras matrices de opinión.

En principio, el cuestionar en sí, es bueno en tanto en cuanto las repúblicas sobre las cuales se erigen nuestras democracias requieren de ciudadanías que vayan al fondo de sus realidades y no se queden solo con las formas.

Sin embargo, acá es donde debemos hilar fino, por cuanto una cosa es el cuestionamiento que vuelve perfectible a la democracia y otra, muy distinta, la impotencia que erosiona al modelo democrático en su totalidad.

La referida impotencia es peligrosa porque lleva a la incredulidad y esta a su vez a la pasividad. Ahí es donde algunos actores nos quieren tener, porque así es cómo se cercioran de que nada cambie. Ellos siempre querrán que sobrestimemos su poder a costa de que subestimemos el nuestro.

Tenemos que entender que dos hechos pueden coexistir.

Primero: existen burocracias enquistadas, clases políticas oligárquicas y grupos económicos con intereses políticos liberticidas que pueden descarriar los fines últimos de la democracia.

Segundo: existe una ciudadanía con valores, derechos y principios que impulsa sus propias preocupaciones e intereses.

Siempre y cuando vivamos una sociedad democrática, los ciudadanos siempre tendremos cómo tomar acciones. El mayor enemigo de la ciudadanía no es ningún representante de algún interés sectario, sin importar qué tanto apoyo financiero o político tenga. Nuestro verdadero enemigo, en todo caso, es nuestra propia inacción.

Por tal razón, ser de hecho ciudadano es más importante que nunca. Ya en Occidente es común tener en mente nuestros derechos debido a nuestras tradiciones. Lo que requerimos ahora es tener mayor noción de nuestros deberes cívicos.

Un ciudadano activo debe caracterizarse, por lo mínimo, por estos elementos: él es el que sabe que informarse es una tarea que requiere esfuerzo, por lo que indaga entre varias fuentes para no perderse en el ruido; él es el que no teme manifestar su voz en las instancias en donde tenga bien hacerlo, sea la plaza pública o la red social; él concientiza a otros en cuanto a los tópicos relevantes del día y busca movilizarlos; él es resiliente y sabe que la lucha por la libertad es a largo plazo con sus altos y bajos.

Debemos considerar que, en la medida de que tengamos más ciudadanos con esas características, los intereses de aquellos en posiciones de poder tendrán una contrabalanza que les impedirá arrear a la sociedad como les venga en gana. Podrán tener sus agendas, pero no pueden controlar todo cuanto pasa o pudiese llegar a pasar. La realidad en sí es compleja, influenciada por múltiples factores y ahí es dónde se abren las posibilidades.

Nosotros no somos meros espectadores, somos agentes de la historia, de nuestra historia y ese es un rol que nadie nos puede quitar. Las repúblicas sólo se pierden cuando el pueblo se autodestruye. Tomemos cartas en el asunto. No tengamos miedo de hacerlo.

Todo lo que damos por garantizado siempre pende de un hilo y está en nosotros cuidar que nunca sea cortado. Así son las cosas. Eso es lo que significa ser libre.


Juan Carlos Rubio Vizcarrondo, venezolano, es abogado. Ha sido articulista en diferentes medios como El Nacional, El papel literario y Analítica.

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