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Erik Del Bufalo: ‘Venezuela es un caso de privatización radical del Estado’

En medio de la hiperespecialización dominante, Erik Del Bufalo (Miami, Estados Unidos, 1972) es una de esas rara avis capaces de discutir con profundidad temas de la más variada naturaleza. Desde su dedicación a la filosofía y el lenguaje, dice preocuparse por el autoconocimiento —que pasa por la pregunta sobre nuestro mundo.

Rehúye de la etiqueta de intelectual” que suelen adjudicarle, prefiriendo describirse como profesor, escritor, asesor, investigador y, sobre todo, como un contemporáneo en el sentido que lo define Giorgio Agamben: alguien que es capaz de ver la oscuridad de su época”.

Quisiera empezar devolviéndole una pregunta que usted ha lanzado a sus lectores en Twitter: ¿qué es Occidente? ¿Qué vigencia conserva para describirlo aquella vieja fórmula: “religión cristiana, filosofía griega y orden romano”?

Occidente es ante todo la Iglesia de Roma, ese el sentido original del término, por oposición a Constantinopla. En un sentido hegeliano, digamos desde la razón histórica, podemos decir que Occidente es el movimiento espiritual donde la polis griega se vuelve imperio romano para terminar en la soberanía de la persona cristiana, que es mucho más que el mero individuo del liberalismo, y de la cual éste último no es sino apenas una sombra, una mueca. Pero Occidente —y de esto ya hablaba Oswald Spengler hace más de un siglo— significa etimológicamente la tierra del atardecer, el lugar donde el Sol muere, donde deviene un occiso, la tierra del ocaso, de la caída. 

Así que Occidente y decadencia son en cierto sentido sinónimos. Se trata del “crepúsculo de los ídolos” como lo llamaba Nietzsche. Es por ello que desde un punto de vista primordial, toda tradición es oriental, pues es el lugar de la fuente, del amanecer del orden natural de la cosas. Pero ello no implica ninguna calamidad, pues así como la muerte es el destino del nacimiento, la vejez el destino de la juventud, la decadencia es el destino del florecimiento; el fin, la llegada del principio, su hipertelia. 

Occidente también significa el mar contra la tierra, como bellamente explica Carl Schmitt; esto es, el imperio portuario o comercial de Inglaterra en contraste a la Europa “continental”, terrestre. La hija de este comercio es la Nueva Atlantis, EE. UU., la talasocracia: la democracia gobernada por el gobierno marítimo, es decir sin fronteras, porque el mar no tiene fronteras, solo líneas imaginarias y es el paradigma de todo el alisamiento o aplanamiento del mundo, del “hombre unidimensional” de Herbert Marcuse. 

Podemos decir así, con Alain de Benoist, que Occidente es algo muy distinto de Europa, incluso podría entenderse como su opuesto. En definitiva, Occidente es el lugar de la libertad, pero por ello mismo el lugar donde lo profano subvierte lo tradicional.

No obstante, en esta subversión puede aparecer la muerte de la muerte, una segunda decadencia, una total: se trata de la desaparición de todo aquello que se había construido por tantos siglos; esto es lo que Ernst Jünger llama “la línea”, sobre la cual el ser concluye en el nihilismo y de la cual tampoco hay retorno.  Entonces, el hombre vuelve a comenzar desde Oriente, es decir, desde la sumisión a lo divino. Sobre esa línea está el hombre contemporáneo, es decir el hombre occidental que se reparte por todo el globo. 

El Orden Liberal, que está tan estrechamente ligado a la noción contemporánea de Occidente, dice estar basado en reglas y en el respeto de los derechos humanos. Sin embargo, como ha señalado Bukele, quién es bueno y quién es malo muchas veces se decide en función de intereses y no de principios. ¿Podría la Venezuela chavista incorporarse a dicho sistema internacional debido a su importancia energética?

Lo que llamas el Orden Liberal –y que es una denominación correcta en un cierto plano–, es una arquitectura diseñada sobre la línea del nihilismo. Los DD. HH. son la sustitución del pensamiento jurídico por un dogma político que ni siquiera es capaz de fundamentarse a sí mismo. Gilles Deleuze define los DD. HH. como esta axiomática (en contra de los conceptos y preceptos) que se hace parte fundamental “del pensamiento débil del periodo pobre”, absolutamente ahíto de especulaciones “abstractas y vacías” y que conforman el estado actual de la modernidad posilustrada. 

En principio, los DD. HH., aparecen luego de la Segunda Guerra Mundial, retomando los fundamentos de la “declaración universal del hombre y del ciudadano” de la Revolución Francesa, como una forma de contener los crímenes de guerra de los Estados nacionales; pero la verdad es que ha sido un instrumento de estos mismos Estados para conseguir una fuente de legitimación más allá “de la voluntad popular” de las naciones concretas o reales, pues en tanto axiomática universal son un principio que está más allá de la humanidad realmente existente, de las poblaciones reales.

Esto les permite controlar e incluso destruir a estas poblaciones en nombre de un universal de humanidad, que no existe pero que es postulado como la verdadera humanidad. 

Si queremos ver hasta dónde ha llegado el racismo hoy en día, pues aquí lo tenemos: el odio a la raza humana real por una humanidad de mentira, fabricada. En este sentido, además, los DD. HH. son una forma de sustituir el derecho, siempre anclado a una tradición particular y orgánica, es decir a las costumbres ancestrales que crean las leyes en una sociedad, por una justicia “superior” y “universal”, con rango casi religioso y cuyo sujeto es absolutamente vacío, para servir a los meros consumidores, más que ciudadanos, que ahora somos. 

En relación a Venezuela, ella nunca ha salido del sistema internacional, está adentro, como un paria, como una anomalía, pero una anomalía funcional al sistema internacional que en realidad es la forma pseudoinstitucional de la globalización. Gilles Deleuze decía también que contra esta axiomática abstracta de los DD. HH. que produce un individuo estandarizado sometido a un sistema de falsa institucionalidad, y que es la fachada del globalismo, solo quedaba “luchar por la jurisprudencia”, es decir, lograr de nuevo que las leyes sean orgánicas a la moral y a las costumbres, a los precedentes y a los procederes, de la sociedad a la que pretenden regir.

¿Estuvo planteada en forma genuina la liberación de Venezuela del chavismo con la autoproclamación presidencial de Guaidó? El interinato en la práctica parece haber sido, por una parte, un gran negocio para la oposición profesional y la clase mediática que la sostiene; por la otra, un primer ensayo de estructuras políticas paralelas contra regímenes que no están alineados con el unipolarismo atlantista (algo replicado posteriormente en Bielorrusia con Svetlana Tijanóvskaya).

No, nunca, jamás. Incluso por algunos días, realmente muy pocos, yo mismo me dejé llevar por ese bluf, y no porque viniese de Guaidó y los tristes “políticos” que lo sostuvieron, sino por que venía directamente del Departamento de Estado. En definitiva, se trató de un experimento muy interesante, aunque cruel, que quizás más que derrocar a un régimen, intentaba triangular los negocios de Venezuela fuera de Venezuela. Los ejemplos más claros de esto, sin duda, fueron Citgo, Monómeros y el oro venezolano en Inglaterra. Aunque a estas alturas, uno podría incluir además la posibilidad de otros negocios menos formales, como el lavado de capitales, el contrabando de petróleo, de minerales, etc. 

Siguiendo con el tema de los presidentes autoproclamados, ¿coincidiría con Dugin en que estamos en una guerra de lo real contra lo virtual, de un poder tangible que busca ser sustituido por el mero poder mediático? 

Es un poco lo que te decía antes. Ahora bien, más que poder virtual, porque lo virtual no es lo contrario de lo real, sino de lo actual, como demostró Marcel Proust, se trata de alejar el poder lo más posible del escenario donde realmente se juega. Lo que Guy Debord llamaba ya en los años 60 “la sociedad del espectáculo” es apenas un aspecto de esto. Se trata más bien de que las poblaciones estén en tensión por falsos problemas, mientras lo verdaderos asuntos se juegan en otro lado, muy lejos de aquéllas. 

De esta manera solo vemos a los perros. Apoyamos a un perro contra otro perro, pero a los dueños de los perros que nos pastorean raramente los vemos. Entre otras razones porque establecer relaciones lineales y demostrarlas, aunque estén a la vista, es muy difícil. Entre, por ejemplo, Ursula von der Leyen, Pfizer y Black Rock hay una conexión directa. De vez en cuando algún “conspiranoico” puede denunciarla. ¿Pero para qué sirve eso? 

La humanidad está atrapada en ver el día a día bajo los “diez minutos de odio” de 1984, en algún hashtag, en algún escándalo irrelevante que cambia dos o tres veces al día. Por otra parte, el juego de la polarización política, sea en Venezuela, en EE. UU., en Europa es totalmente manipulado y controlado. No hay partidos que puedan construir una síntesis de masas, que superen la falsa dicotomía “derecha-izquierda”. Al contrario, son los garantes de esta dicotomía, para evitar generar la verdadera polaridad (las masas que viven de su trabajo contra la plutocracia global que vive de la creación del dinero, que en esencia es deuda) y que, así, pueda superar el statu quo

Tiene razón la simbología masónica cuando muestra al hombre dormido perdido en un tablero de ajedrez: su mente está escindida, ve los cuadros blancos y negros, cree que los cuadros blancos son los buenos y los negros son los malos, o viceversa; piensa, en fin, como una ficha de ajedrez, en blanco o negro (y aquí no importa si se es peón o reina, porque todas están sometidas a esta dualidad); pero el ojo de Horus, el ojo del “gran iniciado” ve todo desde arriba, se sostiene sobre las dos columnas de la dualidad vigilando todo desde la unicidad del sistema. 

Explíquenos su tesis, que ha resultado controversial, de que la mejor alternativa es un aligeramiento de la presión económica contra Venezuela frente a la inoperancia de la “oposición”.

Bueno, decir que se trata de una “tesis” quizás sea abultar demasiado una simple opinión.  Lo que sí creo es que la base de la política sigue siendo la misma que desde su origen: la fuerza, incluyendo la fuerza que da la riqueza. 

Ahora bien, ¿dónde encontramos la fuerza hoy en día en Venezuela? ¿En los partidos políticos? ¿En la institución armada? ¿En los gremios y sindicatos? ¿En la “sociedad civil”? Yo creo que no está realmente en ninguna de esas instancias, muchas de ellas ya ni existen realmente. Creo que está en una gran concentración de capital que se nutre, como las mafias, de los controles, las alcabalas, los mercados restringidos o cautivos, la corrupción, la anomia, las regulaciones y las sanciones. 

Al abrir el espectro de la economía, otros peces gordos entran a competir, y de algún alteran el ecosistema de estos bagres que hoy dominan la economía venezolana y a través de ella a la sociedad, pero sí esto dista de ser suficiente, es claramente necesario. 

Por otro lado, mientras la gente se encuentre en un estado menos menesteroso, más puede inclinarse hacia lo político. Encuentro muy útil la discriminación que hace Hegel: La economía es la esfera de la necesidad, la política es la esfera de la libertad. Si la esfera de la necesidad es muy grande, la política se achica y abundan las bolsas CLAP y las manos mendigantes. Si la esfera de la necesidad disminuye, la fuerza humana tiende a empeñarse más en la esfera de la libertad y lo propiamente político aparece.   

¿El problema de Venezuela no es mucho más profundo que lo meramente político o económico?

Creo que el problema de Venezuela es esencialmente superficial, no hay nada “profundo” en ello. No es un problema “antropológico” como dicen algunos, en el sentido en que antes se hablaba de “una mala raza”. No, el problema de Venezuela, desde antes del chavismo –el chavismo significa solo una consecuencia deletérea–, es su incapacidad para establecer horizontalmente relaciones eficaces en la sociedad, sin corromperse rápidamente. Uno podría remontarse al período poscolonial, quizás a la prematura emancipación de España—por cierto, por culpa de la misma España, por su gran decadencia, por la caída estrepitosa que fue su siglo XIX. Venezuela es un caso de privatización radical del Estado. 

Para hablar solo de la época chavista que perpetúa una tendencia que ya existía previamente, todo lo que el chavismo expropió y destruyó no fue para hacer público lo privado, sino para eliminar la competencia a un Estado que se volvió la corporación privada de una pequeña oligarquía en principio militar (o armada) aunque también civil. 

En otro sentido, también podemos decir que este proceso es global; EE. UU. tiene un Estado absolutamente instrumentalizado para cumplir los fines de algunas grandes corporaciones. Pero, y esta era la última frontera, y por ello también la guerra en Ucrania, los estados europeos están siendo también rápidamente privatizados. Así que te diría que el problema venezolano, más que profundo, es un problema que se encuentra en toda la superficie de la época. 


La entrevista fue editada por motivos de claridad y extensión.

Silvio Salas, Venezuelan, is a writer and Social Communicator, with an interest in geopolitics, culture war and civil liberties // Silvio Salas, venezolano, es un comunicador social interesado en temas de geopolítica, libertades civiles y la guerra cultural.

Sigue a Silvio Salas en Twitter: @SilvioSalasR

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