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¡Es la colusión del gran capital con el poder político, estúpido!

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Decía yo en mi anterior columna que porque los hombres estamos hechos del barro que estamos hechos y no de otro, los grandes capitales tecnológicos surgidos de la innovación disruptiva en mercados razonablemente libres, adoptan la ideología del socialismo totalitario y apuestan por la colusión con un poder político socialista, para eternizar sus posiciones a cambio de imponer un tecno-totalitarismo análogo al de Beijing.

Vimos a las grandes tecnológicas como agentes de agitación y propaganda, desinformación y censura, apoyando una prensa que abandonó el compromiso con los hechos para abrazar el papel de supuesta “prensa ciudadana”, comprometida contra los hechos con causas y sentimientos, odios y resentimientos, de la izquierda totalitaria y su una cultura política.

Y eso vició la campaña electoral del 2020, tal vez más que el presunto fraude que, a falta de investigación en las instituciones, presunto quedaría hasta el fin de los tiempos. Con  la mitad del país convencida que le robaron la elección. Mientras lo que apoya la otra mitad es acallarla, censurarla, perseguirla y cancelarla. Convenciéndolos más, no menos, de eso que creen.

Acertó Tucker Carlson, rechazando la violencia en el Capitolio sin olvidar la mucho peor, sangrienta y prolongada violencia que los demócratas se negaron y se siguen negando a condenar e su ultraizquierda, porque veamos como veamos la tragedia del capitolio –y yo la veo como un éxito de la izquierda, quizás accidental, pero que les servirá para justificar el asesinato moral de Trump y una persecución de conservadores, y disidentes en sus propias filas, que apenas empieza–  en que el problema es que “las élites políticas están disociadas.

“¡Escúchennos!”, grita la población. “Cállate y obedece”, responden sus líderes. Frente a la disidencia, el primer instinto del liderazgo ilegítimo es tomar medidas enérgicas contra la población (…) que siempre hacen al país más volátil y peligroso (…) no les importa aprender ni escuchar porque (…) es un referéndum sobre ellos y su liderazgo, por lo que toman medidas drásticas (…) Termina mal siempre.
Pero eso no significa que no lo intentarán de nuevo. Por supuesto que lo harán, es su naturaleza. Así es como llegamos aquí en primer lugar.”

Vimos personas abandonando redes sociales de grandes tecnológicas comprometidas con la totalitaria cultura de la cancelación. Y la respuesta fue que todas las grandes tecnológicas –no solo las dueñas de redes sociales– atacan al mismo tiempo a esa competencia.

Gab está bajo asedió y Parler ha caído. Por ahora o para siempre. Porque como expresó su fundador y presidente, la misma noche que les retiraron de todos los servidores sus abogados les notificaron que ya no les representarían. El ancho mundo del mercado tecnológico global, reveló el presidente de Parler, hasta ahora, nadie se atreve a desafiar al cartel de Silicon Valey alojando a Parler.

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“Ya lo sabíamos, esperábamos lo mejor y nos preparábamos para lo peor. Y lo peor, apenas está empezando”.

Y lo escalofriante es que sus abogados les notifiquen que ya no les representarán al mismo tiempo que sufren el ataque del cartel. Por qué abandonarían el caso más importante de sus carreras, el que los debía hacer famosos, nada menos que enfrentar al cartel de Silicon Valey en defensa del cumplimento de los contratos, la libre competencia y la mismísima primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.

Ganado o perdido, habría sido el mayor caso de sus vidas. Y como quiera que veamos las implicaciones de los derechos constitucionales en relaciones entre privados –que bajo privilegios especiales como los que a las tecnológicas otorga la sección 230 del acta de ley de decencia en las comunicaciones (y eso sin considerar otras cercanías al poder político) no son tan privados como el resto– es inexplicable. Y se puede suponer lo peor.

Por eso un representante republicano, para el caso Parler reclamó que a las grandes tecnológicas involucradas se las investigase por conspiración bajo la ley R.I.C.O. No es  descabellado aunque lo parezca. Y si avanzan en esto con impunidad, dejará de parecerlo.

El cartel de Silicon Valey cancela –otra vez y justo en medio de un debate sobre libertad de expresión, violencia política y las amenazas a la democracia– a Cesar Vidal. Y buena parte de los libertarios lo celebra porque, aunque defiende el libre mercado, es conservador, cristiano y apoya a Trump.

Los conservadores exigen que se derogue una sección completa de un acta de ley de las más intervencionistas de la legislación vigente –en nombre de los mejores objetivos, todo hay que decirlo. Pero excedida ampliamente en esos objetivos– y justo la sección que otorga a las grandes tecnológicas el privilegio de ser plataformas de información y opinión sin responsabilidad editorial –a la que sí está sometida la prensa, sin eso impida que la proteja la primera enmienda. Y así tiene que ser. Nos guste o no.

Porque la alternativa es la de ellos. La censura y la cancelación– y abundan desinformados que afirman que eso fue pedir “más regulación del Estado”. No menos. El representante Ron Paul es cancelado en Facebook por una columna en que denunció la colusión de grandes tecnológicas y poder político. Y buena parte de los libertarios defienden a… Facebook.

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“Vimos personas abandonando redes sociales de grandes tecnológicas comprometidas con la totalitaria cultura de la cancelación“. (Flickr)

Si algo tiene el cartel de Silicón Valey son tontos útiles. No solo libertarios, que yo tomo como ejemplo para criticar primero a quienes me son más cercanos. Y de quienes esperaría mayor comprensión de las implicaciones de la colusión entre el gran capital con privilegios mercantilistas y políticos socialistas con ideología totalitaria, que han llegado al poder democráticamente. O eso dicen ellos y cree medio país.

Aunque la otra mitad siga convencida de lo contrario. Y nada ni nadie pueda convencerles de otra cosa, especialmente en medio de una creciente colusión entre gran capital y poder político, contra la democracia republicana y el libre mercado.

Y así están las cosas mientras escribo. Cuando usted, amigo conservador, lo lea, temo que estarán peor. Ya lo sabíamos, esperábamos lo mejor y nos preparábamos para lo peor. Y lo peor, apenas está empezando.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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