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Estados Unidos y la amenaza del socialismo democrático


Por Axel Kaiser:

En una entrevista realizada en 1981 por el periódico chileno El Mercurio, el economista premio Nobel Friedrich Hayek argumentó que los diferentes resultados económicos de América del Norte y América del Sur se debían a la influencia de dos tradiciones intelectuales opuestas. En Norteamérica, explicó Hayek, el liberalismo inglés con su compromiso con la libertad individual había permitido la creación de instituciones que favorecían el progreso. En América Latina, en cambio, la influencia de la tradición democrática francesa, con su énfasis en la acción colectiva, había creado gobiernos omnipotentes que obstaculizaban la prosperidad. Esta tradición de democracia ilimitada se encuentra el corazón de lo que hoy se conoce como “socialismo democrático”, y ha sido una de las causas centrales de gran parte de la miseria de América Latina. Una mirada superficial a cualquier índice de libertad económica sería suficiente para confirmar que las instituciones cruciales para la prosperidad, como la propiedad privada y los mercados abiertos, siguen siendo extremadamente débiles en la mayoría de las naciones latinoamericanas entre otras razones porque la democracia aplasta al liberalismo. Ninguno de estos países, excepto Chile, se ubicó entre los treinta primeros en el Informe Fraser de Libertad Económica del Mundo 2019.

En lugar de libertad y políticas sólidas, el populismo, el clientelismo, el redistribucionismo, la corrupción y la mala gestión económica continúan definiendo el panorama político y económico de América Latina, todo en nombre de la igualdad, la democracia y la justicia social.

En la Guerra Fría, las prácticas democráticas que durante décadas habían dañado tanto la perspectiva de América Latina de lograr un progreso sostenible, tomaron la forma de un conjunto de principios políticos más coherente y radical. En 1970, el  entonces senador chileno Salvador Allende se convirtió en el primer político marxista en llegar al poder por voto popular. Allende entendió que el socialismo no era un medio para un fin, sino un fin en sí mismo, y que el uso de la violencia abierta para imponer un sistema económico colectivista crearía fuertes contra reacciones que los medios democráticos no encontrarían.

Por lo tanto, favoreció lo que concibió como “socialismo democrático”. Sin embargo, después de tres años en el cargo, el caos económico y social provocado por sus políticas socialistas, aunque democráticas, estaba tan extendido que la Cámara Baja del Congreso de Chile pidió a los militares que pusieran fin a su régimen. El 11 de septiembre de 1973, poco después de la aprobación de la resolución del Congreso, los militares asumieron el control del país y Allende se suicidó. La visión de Allende consistía en un Estado socialista democrático en América Latina; sin embargo, no terminó con él. Después de la caída del Muro de Berlín, la doctrina se actualizó y Hugo Chávez la revivió bajo la nueva etiqueta de “socialismo del siglo XXI”. Con un discurso diseñado deliberadamente para parecer moderado, Chávez fue elegido presidente de Venezuela en 1998, alegando que eliminaría los supuestos males del capitalismo sin derrocar al capitalismo mismo. Una vez en el cargo, sin embargo, Chávez utilizó la fórmula engañosa de Allende para legitimar cada paso de su proyecto socialista.

En distintos grados, países como Bolivia, Ecuador, Argentina y Nicaragua se alinearon con el socialismo democrático de Chávez. Al hacerlo, estas naciones desperdiciaron por completo la oportunidad que les ofrecían los precios récord de las materias primas para realizar las inversiones a largo plazo necesarias para elevar a sus poblaciones. Lo que es peor, el debilitamiento del Estado de derecho que permitió la expansión del control democrático sobre la esfera económica dañó gravemente su capacidad para crear una prosperidad sostenible una vez que terminó el auge.

En Venezuela, donde el régimen chavista logro el control de las fuerzas armadas, la agenda socialista democrática finalmente condujo al mayor fracaso económico en la historia de la región, así como a una dictadura. Este resultado no debería sorprender: para que el término “socialismo democrático” tenga alguna integridad, tiene que significar algo total y absolutamente opuesto al capitalismo y al individualismo. Por lo tanto, tiene que estar en desacuerdo con la idea de un gobierno limitado y mercados libres postulados por la filosofía liberal inglesa que Hayek veía correctamente como la fuente de la prosperidad de América del Norte. Ésta es la razón por la que el socialismo democrático en América Latina ha sido tan ruinoso. Y es también la razón por la que el peligroso ascenso del socialismo democrático en Estados Unidos debe tomarse en serio.

A pesar de declaraciones confusas sobre lo que quieren decir con “socialismo democrático”, no cabe duda de que los socialistas democráticos estadounidenses adoptan la misma mentalidad anticapitalista que ha creado tanta miseria y conflicto social a lo largo de la historia de América Latina. Declaraciones como las de Alexandria Ocasio Cortez (AOC) que sostienen que el capitalismo es “irredimible” o que los multimillonarios necesitan a la clase trabajadora pero no a la inversa, son típicas de la mentalidad de lucha de clases de izquierda latinoamericana. Reflejan una visión del capitalismo como un mal moral y económico que hay que combatir. En esta lucha, la democracia es vista como el arma principal para derrocar las estructuras capitalistas opresivas, y el socialismo como el bien moral superior que impulsa el cambio sistémico.

En última instancia, para quienes defienden la sociedad libre, la batalla no se trata de hechos sino de principios morales, un punto que AOC dejó en claro cuando en una entrevista con Anderson Cooper declaró que estar moralmente en lo correcto era más importante que tener respaldo en los hechos. En América Latina, y cada vez más en Estados Unidos, los liberales clásicos (en su mayoría conservadores en Estados Unidos) ganan todos los argumentos, pero pierden la mayoría de los debates porque, a pesar de tener los hechos de su lado, no logran defender de manera convincente la superioridad moral del capitalismo a nivel retórico y cultural. A diferencia de sus adversarios, apelan a la razón más que a los sentimientos morales, olvidando que las historias son más efectivas que los hechos para crear marcos mentales e impulsar el comportamiento humano. El tiempo dirá hasta qué punto el programa anticapitalista e irracional de los socialistas democráticos estadounidenses acabará implementándose aquí en Estados Unidos. En cualquier caso, sería un grave error subestimar el poder de este tipo de ideas y un error aún mayor minimizar el atractivo que pueden tener a lo largo del tiempo jóvenes líderes populistas y carismáticos como AOC. 

Es cierto, como señaló Hayek, que Estados Unidos no es América Latina. Pero como el mismo Hayek señaló y la historia nos ha enseñado tan a menudo, en cualquier país, sin importar cuán avanzado sea, una ideología colectivista puede ganar suficiente aceptación pública como para apoderarse de su sistema político convirtiendo una nación ejemplar en una fracasada.


Axel Kaiser es Senior Fellow del Atlas Network para América Latina

3 comentarios en «Estados Unidos y la amenaza del socialismo democrático»

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