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Estados Unidos y los dilemas del porvenir global

Satélite, soviético, guerra fría, virus chino

Por Cynthia Hotton:

El mundo transita una situación inédita de afectación sociosanitaria a nivel global, con efectos dispares en las personas, los agrupamientos humanos de todo tipo, la economía, en los ordenamientos políticos nacionales, regionales y en el orden multilateral.

La aparición del COVID-19 aceleró procesos profundizando diferencias y desigualdades, y las situaciones de crisis y de ruptura de órdenes precedentes que se venían deteriorando se hicieron más evidentes.

Y es necesario mirar con atención el juego y rol de las potencias globales y el ordenamiento emergente a nivel internacional, fundamentalmente la disputa hegemónica entre Estados Unidos y China. El futuro de los bienes públicos mundiales depende en gran medida de la clarificación estratégica de esta relación, hoy tensa, y de la estabilización de la política doméstica en los Estados Unidos. Especialmente a partir de enero del 2021.

Es evidente que el orden de posguerra está jaqueado en su legitimidad y eficacia de representación del orden global actual, y el desarrollo de la pandemia dejó al descubierto fracturas y continuidades.

Desde el punto de vista económico, el proceso globalizador no se detuvo, y la gran duda acerca de la ruptura de la cadena de suministros fue infundado, y el flujo comercial no presentó mayores depresiones, acompañando en menor medida el congelamiento inédito de la economía internacional.

Los estados nacionales, al igual que en el bloque europeo, han tenido como protagonista central a la emisión monetaria para el sostenimiento de la actividad interna, cuyo impacto aún no se ha evaluado profundamente y es de prever una futura crisis de liquidez a nivel global. Ante la cual será necesario repensar medidas de coordinación y cooperación internacionales para mitigar los efectos recesivos, inflacionarios y de profundizar estrategias conjuntas de reactivación.

Lo cierto es que en el caso de los países latinoamericanos se comienza a vislumbrar un dejo de tensión entre los intereses regionales estadounidenses y las incursiones chinas en materia de inversión externa directa, que se dan fundamentalmente en cuatro rubros: la minería, la energía, los productos agrícolas y sus derivados, y el sector financiero. Hay antecedentes de tensiones debido al incremento de vínculos de China con los países de la Unión Europea, que impactó en la armonía de los integrantes del bloque entre sí, y estos con Estados Unidos.

Mientras el nuevo escenario político norteamericano no emerja con claridad, es difícil pensar que, con o sin pandemia, las relaciones sino estadounidenses se modifiquen.

Lo cierto es que la declinación del involucramiento global de los Estados Unidos ha facilitado el ascenso geoestratégico de China, que aún siendo signada como principal responsable del COVID-19 y sus efectos, según gran parte de la opinión pública mundial, este escenario le ha permitido avanzar en una política de acercamiento en materia sanitaria, que buscó reducir el riesgo global de rechazo a las iniciativas chinas.

En este sentido, la pérdida de relevancia estratégica del eje transatlático es un elemento a considerar vital en el orden emergente postpandemia, y una dimensión a clarificar con la nueva administración.

Asimismo, Estados Unidos tiene el desafío de reposicionarse ante el creciente rol de Rusia y China en el Oriente medio, y ante la confluencia de la relación ruso y saudí, especialmente en materia de fijación del precio del crudo a nivel global, cuya producción y comercialización naturalmente deprimida los afecta en sus ingresos y capacidad de influencia regional.

En este sentido, el grado de cooperación internacional norteamericano o chino en la recuperación postpandémica, marcará la influencia en las agendas políticas y económicas regionales y nacionales.

En tanto que Rusia, apoya a China veladamente en la agenda común antinorteamericana, también enfoca la consolidación del proyecto del actual presidente de continuar en el ejercicio de la primera magistratura en una reedición del desafío antioccidental. India profundiza su perfil global, el sudeste asiático emerge en un nuevo tratado de vinculación para el desarrollo.

Estos aspectos marcan un crecimiento de nuevos regionalismos más georeferenciados, desafiando a la comunidad internacional en su orden multilateral y dejando al descubierto su pérdida de eficacia en materia de coordinación global. Simultáneamente, se observó la dificultad del G20 para articular soluciones comunes frente a la pandemia.

Los nacionalismos emergentes y el crecimiento del rol de los estados se han fortalecido para hacer frente a la pandemia, expresando una mayor concentración de poder en materia de seguridad interior, fortaleciendo autocracias y amenazando las libertades personales. El Estado fuerte hace presuponer un debilitamiento del impacto de los mecanismos multilaterales y una oportunidad para un renovado rol de los Estados Unidos como interlocutor válido en materia de fortalecimiento democrático.

Dadas estas dimensiones de análisis, es de esperar un mayor involucramiento a nivel global por parte de las primeras potencias para redefinir el trastocado sistema internacional de posguerra, donde la nueva administración Biden tiene el desafío de la consolidación del espacio doméstico y su recuperación, y la revalidación de su condición de garante de bienes globales tal cual fuera su rol hasta la administración Obama.

La persistencia de la globalización, así como el fortalecimiento del rol del Estado, obliga a la nueva administración estadounidense a reperfilar su involucramiento internacional, especialmente en la colaboración con los países en el combate contra la pobreza, el hambre y las desigualdades intra e inter países, y la recuperación económica a nivel global, revitalizando su participación en los organismos multilaterales.


Cynthia Hotton es sconomista y diplomática argentina, exdiputada nacional y líder federal de Valores para mi país.

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