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El experimento con ratones que muestra las consecuencias de las utopías y el Estado socialista

Por Lawrence W. Reed

Los letreros en los parques nacionales y estatales a lo largo de Estados Unidos advierten a los visitantes: “Por favor, no alimenten a los animales”. Algunos de esos parques, propiedad del gobierno, dan más explicaciones, como “los animales pueden morder” o “los hacen dependientes”. El sitio web del Servicio de Parques Nacionales de las Dunas del Oso Durmiente en Michigan aconseja “Transforma a los animales salvajes y sanos en mendigos habituales”.

Los estudios han demostrado que los animales mendigos tienen una vida más corta. ¿Qué pasaría si los animales salvajes pudieran contar con las fuentes humanas en su dieta y nunca tuvieran que cazar o gorronear? ¿Qué pasaría si, en otras palabras, los humanos impusiéramos un generoso estado de beneficios a nuestros peludos amigos? ¿Ofrecería la experiencia resultante alguna lección para los humanos que pudieran estar sujetos a condiciones similares? No tener que trabajar por comida y refugio suena atractivo y compasivo, ¿no es así?

Estas son preguntas fascinantes y ciertamente no soy el primero en hacérselas. Debido a que requieren conocimientos más allá de los míos, no puedo ofrecer respuestas definitivas. Los lectores deberían ver lo que presento aquí como un estímulo para el pensamiento y la discusión y no mucho más. Yo informo, ustedes deciden.

Nuestras mascotas personales viven en una especie de Estado con beneficios sociales. Además, en su mayor parte, parece que les gusta. Mis dos rat terriers reciben comida y atención médica gratuita; pero no solo soy su proveedor, sino también su “amo”. De hecho, mi dominio amoroso es una condición para la comida gratis. Parece que aquí ganan todos, así que tal vez en un Estado con beneficios sociales pueda funcionar después de todo, ¿verdad?

Evitemos conclusiones precipitadas. Tal vez el Estado de bienestar humano/mascota funciona porque una de las partes tiene un cerebro del tamaño de una pelota de golf o una granada.

Esta es un área iluminada por la etología, el estudio científico del comportamiento animal. Uno de los etólogos más famosos de las últimas décadas fue John B. Calhoun, mejor conocido por sus experimentos con ratones en la década de 1960, cuando trabajaba para el Instituto Nacional de Salud Mental.

Calhoun encerró cuatro pares de ratones en un corral de metal de 9 x 4,5 pies, con dispensadores de agua, túneles, contenedores de comida y cajas de nidos. Les proporcionó toda la comida y el agua que necesitaban y se aseguró de que ningún depredador pudiera acceder a ellos. Era una utopía del ratón.

La intención de Calhoun era observar los efectos de la densidad de población en los ratones, pero el experimento produjo resultados que iban más allá. “Hablaré en gran medida de los ratones, pero mis pensamientos están en el hombre”, escribiría más tarde en un informe exhaustivo.

Al principio, los ratones lo hicieron bien. Su número se duplicó cada 55 días. Pero después de 600 días, con suficiente espacio para acomodar hasta otros 1600 roedores, la población llegó a un máximo de 2200 y comenzó a declinar precipitadamente, hasta la extinción de toda la colonia, a pesar de que sus necesidades materiales fueron satisfechas sin ningún esfuerzo por parte de ningún ratón.

El punto de inflexión en esta utopía de los ratones, observó Calhoun, ocurrió el día 315 cuando aparecieron los primeros indicios de una ruptura en las normas y la estructura social. Las aberraciones incluían lo siguiente: las hembras abandonando a sus crías; los machos ya no defendían su territorio y ambos sexos se volvían más violentos y agresivos. El comportamiento desviado, sexual y social, aumentó con cada día que pasaba. Los últimos mil ratones que nacieron tendían a evitar la actividad estresante y centraban su atención cada vez más en ellos mismos.

Jan Kuban, un amigo personal de Varsovia y biocibernético polaco, considera el experimento de Calhoun “uno de los más importantes de la historia de la humanidad”. Creó el sitio web La física de la vida donde elabora el significado y la importancia del trabajo del etólogo.  Sobre las etapas finales de la utopía del ratón, Kuban escribe: “Otros ratones jóvenes que crecían hasta la edad adulta exhibían un tipo de comportamiento incluso diferente”.

Calhoun llamó a estos individuos “los bellos”. Su tiempo se dedicaba únicamente al aseo, la alimentación y el sueño. Nunca se involucraban con otros, ni tenían relaciones sexuales, ni peleaban. Todos aparecían (exteriormente) como una hermosa exhibición de la especie con ojos agudos y alerta y un cuerpo sano y bien cuidado. Estos ratones, sin embargo, no podían hacer frente a estímulos inusuales. Aunque parecían curiosos, eran de hecho, muy estúpidos.

Debido a la abundancia externa de agua y comida, combinada con la ausencia de amenazas de cualquier depredador, los ratones nunca tuvieron que adquirir recursos por su cuenta. Los ratones jóvenes nunca observaron tales acciones y nunca las aprendieron. Las habilidades de vida necesarias para la supervivencia se desvanecieron. Kubań señala que “La utopía (cuando se tiene todo, en cualquier momento, sin gastos) provoca una disminución de la responsabilidad, de la eficacia y de la conciencia de la dependencia social y, finalmente, como ha demostrado el estudio del doctor. Calhoun, conduce a la autoextinción”.

El “hundimiento conductual” de la conducta autodestructiva en el experimento de Calhoun (que él replicó en numerosas ocasiones posteriores) ha sido desde entonces interpretado en su mayor parte como resultado de las condiciones de hacinamiento. Los demógrafos advierten que los humanos podrían sucumbir a aberraciones similares si la población mundial llegara a exceder algún “máximo” imaginario y óptimo. Otros, como Kubań, señalan que la utopía de los ratones se desmoronó mucho antes de que el recinto para ratones estuviera lleno. Incluso en el pico de la población, alrededor del 20% de las camas de anidación estaban desocupadas.

Mi instinto me dice que Kubań está en lo cierto al sugerir que uno de los más probables culpables de la desaparición de los ratones era este: la falta de un desafío saludable. Si se quita la motivación para superar los obstáculos (en particular, el desafío de mantenerse a sí mismo y a la familia), se priva a los individuos de un importante estímulo que, de otro modo, fomentaría el aprendizaje de lo que funciona y lo que no, y posiblemente incluso el orgullo por los logros (si los ratones son capaces de tal sentimiento). Tal vez, solo tal vez, el crecimiento personal de cada ratón fue inhibido por las condiciones del Estado con bienestares  sociales en el que vivían.

El propio Calhoun sugirió un paralelo con la humanidad: “He aquí la paradoja de una vida sin trabajo ni conflictos. Cuando se despoja a un individuo de todo sentido de necesidad, la vida deja de tener sentido. El individuo muere espiritualmente”.

Al liberar a los individuos de los desafíos, que luego los privan de propósito, el Estado de bienestares sociales es un artificio totalmente antinatural y antisocial. En el experimento con ratones, los individuos finalmente perdieron interés en las cosas que perpetúan la especie. Se aislaron, se mimaron en exceso, o se volvieron violentos.

¿Les suena esto conocido? Lea el libro de Charles Murray de 1984, Perdiendo terreno, o el trabajo anterior de George Gilder, Riqueza y pobreza, y le garantizo que escuchará la campana. O, por lo menos, reflexionen sobre estas palabras proféticas de uno de los arquitectos oportunistas y miopes del Estado de bienestar norteamericano, Franklin Delano Roosevelt, en 1935: “Las lecciones de la historia, confirmadas por las pruebas que tengo ante mí, muestran de forma concluyente que la dependencia continua del alivio induce una desintegración espiritual y moral fundamentalmente destructiva para la fibra nacional. Repartir el alivio de esta manera es administrar un narcótico, un sutil destructor del espíritu humano”.

Se me ocurre una gran diferencia entre la utopía del ratón de Calhoun y el Estado de bienestar humano, y no pesa a favor de la humanidad. Para los ratones, todo era verdaderamente “gratis”. Ningún ratón fue gravado para que otro ratón se beneficiara. En el Estado de bienestar humano, sin embargo, el beneficio de un humano es un costo para otro (o para muchos), un hecho que rara vez actúa como un incentivo para el trabajo, el ahorro, la inversión u otros comportamientos positivos. Esto sugiere que un Estado de bienestar humano con sus seductores subsidios para algunos y sus impuestos punitivos para otros, da un doble golpe que no está presente en el bienestar de los ratones.

¿Hasta qué punto las lecciones de la utopía de los ratones se aplican a nosotros los humanos? Yo tendría cuidado de sacar conclusiones generales. Sin embargo, recuerdo estas palabras del economista Thomas Sowell: “El Estado de beneficios sociales protege a la gente de las consecuencias de sus propios errores, permitiendo que la irresponsabilidad continúe y florezca entre círculos cada vez más amplios de personas”.

No deberíamos necesitar ratones u otros animales para enseñarnos eso, pero quizás ellos puedan.

Foundation for Economic Education (FEE)

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