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Entrevista a Fernando Sánchez Dragó: «El dinero lo destruye todo e Internet lo remata»

Entrevista a Fernando Sánchez Dragó: «El dinero lo destruye todo e Internet lo remata»

Fernando Sánchez Dragó (Madrid, España, 1936) es un prolífico escritor, autor de más de 40 obras de ensayo y novela, así como de miles de columnas de opinión en diversos periódicos y revistas. Además, ha sido director y presentador de icónicos espacios televisivos de orientación cultural y literaria, tales como Negro sobre blanco y El mundo por montera.

Aunque últimamente diga estar cansado de ser sí mismo y vea la política con desdén, ha accedido con amabilidad a la solicitud de El American de compartir un poco de su sabiduría y de su fecunda experiencia vital.

¿Por qué decidió afincarse en un pueblo soriano? ¿Lo encuentra tranquilo para escribir?

Y para vivir. Hubo una cadena de causalidades que no eran casualidades. Estaba escrito. En esa casona, que yo restauré de arriba abajo, había nacido mi padrastro, excelente persona. Mis hermanos, que sólo lo han sido de madre, la heredaron y yo se la compré. Soria me venía ancha: se había llenado de coches, de ajetreo, de semáforos, de turistas, de ruido… Hui de ella. Soy hombre de campo, de silencio, de soledad. No tengo ninguna vida social. Me gusta la llanura, la meseta, el horizonte. Castilfrío era perfecto.

¿Conspira la agitación del mundo moderno contra la vida interior?

Y contra la exterior. El mundo retrocede desde los siglos VI y V antes de Cristo. Exceso de población, entre otros males, y desarrollo, desarrollo, desarrollo, que es entropía. El dinero lo destruye todo e Internet lo remata. Soy malthusiano y tecnófobo. 

Ha escrito que a esta altura de su edad se identifica con el Anarca de Ernst Jünger. Frente al Soldado, el Trabajador y el Emboscado, ¿no es ésta la figura más pasiva del autor alemán, un «autoexiliado de la sociedad» (Ontiveros dixit)? ¿No les interesa a los poderosos que renunciemos a influir en la marcha de las cosas?

Yo también soy un autoexiliado de la sociedad. No soy zoon politikón. Mis animales totémicos son el gato, el lobo, el oso, el escarabajo, el lagarto… Solitarios todos, huraños y aguerridos. No me interesa nada que interese a los poderosos. El poder me aburre. Allá ellos. Yo los ignoro. Me han ofrecido ser ministro e idioteces así en bastantes ocasiones. Y me echaba a reír. No quiero salvar al mundo. El mundo no tiene salvación. La historia de la humanidad ha llegado a su término. El hombre de nuestros días regresa al mono. Generalizo, claro, y exagero, pero no se puede opinar (ni escribir) sin generalizar y sin exagerar.

A propósito de Jünger, ¿puede contarnos sobre el encuentro que sostuvo con él en 1992?

Lo contaré con detalle en el cuarto volumen de mis Memorias, si llego a él. Jünger, Hoffman, Escohotado, Racionero y yo almorzamos juntos aquel día cochinillo en Botín, acompañados por varias mujeres, y luego recorrimos en privado el palacio de Liria gracias a la hospitalidad de Jacobo de Alba (llamémoslo así), hijo de la Duquesa y editor de Siruela y de Atalanta. Fue una jornada fantástica.

A veces leyéndolo da la impresión de que tiene una relación amor-odio con Twitter, ¿se arrepiente de haber entrado en la plataforma? ¿No siente que le permite exponer su talento aforístico?

Por y para eso lo utilizo: como un género literario que me permite dar suelta a mi vocación de abeja que liba y de avispa que pica. Es mi único contacto con ese ser monstruoso que se llama Internet y al que yo llamo la Araña. Entré ahí por apuesta con Escohotado. Cuando me metí él tenía ya más de cincuenta mil seguidores. Faroleé y le dije que iba a alcanzarlo en pocos meses. Lo hice. Ya tengo cinco mil lectores más que él: ciento diez mil. Pero conste que nunca entro en Twitter. Ni siquiera sé hacerlo. Me limito a entrar en MI Twitter pulsando en una ventanita que me ha abierto no recuerdo ya si mi secretaria, mi novia, mi exnovia, la madre de mi último hijo… Un harén.

Sobre su faceta televisiva…

Eso era profesión, no vocación. Ganaba dinero para poder escribir todo el santo día. Si eres escritor y no escribes a diario, deja de escribir. Nunca me ha gustado la televisión. Intentaba convencer desde sus tripas a la gente para que la apagase aprovechando así el impulso del enemigo. No lo conseguía. Mis programas, misteriosamente, tenían éxito, pero yo lo vivía como anécdota, no como categoría. Y así me he pasado casi cincuenta años. ¡Manda huevos! ¡Qué cosas tiene la vida! Y lo gordo es que lo mismo vuelvo a hacerla con ochenta y seis castañas pilongas a cuestas. Vaya usted a saber. Yo no montaba, no tenía moviola. Siempre he hecho plano-secuencia, como Hitchcock en “La soga”. Tardaba una hora en hacer un programa que durase una hora. Mi rentabilidad era altísima.

¿Por qué cree que ya no se hacen programas como A fondo de Soler Serrano, La Clave de Balbín, ¡Qué grande es el cine! de Garci, El loco de la colina de Jesús Quintero o los suyos propios?

¡Qué pregunta, hombre de Dios! La respuesta es obvia, pero requeriría un manual de sociología. La cultura ha muerto, la literatura ha muerto, el cine ha muerto, la educación ha muerto, la filosofía ha muerto, el arte ha muerto, el periodismo ha muerto, Marilyn ha muerto, España ha muerto y yo, como decía Woody Allen, estoy muy malito. Lo último es broma; lo otro, no. Todo se ha ido al carajo y la gente, al hilo de la pandemia, se ha vuelto loca. Parece ser que una de cada cinco personas, o incluso cuatro según otras estadísticas, necesitan atención psiquiátrica. Los presentadores de televisión ya sólo saben decir: «¡Sé breve, sé breve, sé breve». Los cerebros se han jibarizado.   

¿Considera que hay una degradación de la clase tertuliana que hoy sale en las pantallas?

Degradación, no, porque ya nacieron degradadas. Los tertulianos son «tertuliasnos», con ese de pollino. Quien quiere saber de todo no sabe de nada.

Aparte del célebre monólogo etílico de Arrabal sobre el milenarismo, ¿qué otros momentos destacaría de su paso por el mundo de la televisión?

Destacaría tres: el día en que me quité la corbata y la tiré al suelo (no volví a ponérmela), el día (en realidad hubo varios) en que llevé a mi gato y el día en que me puse orejas de burro y me sacó hasta la BBC.

Spengler en el pasaje final de El Hombre y la técnica afirma que el optimismo es cobardía. Algo me dice que usted podría suscribir dicha frase. Sin embargo, en una de sus últimas columnas ve signos alentadores en el panorama. ¿Hay todavía lugar para la desglobalización, el sentido común y el regreso de la autoridad?

La historia está regida por dos principios de la física: el de acción y reacción, y la segunda ley de la termodinámica. Queda así respondida su pregunta. Añado que yo ya he cumplido, estoy en los campamentos de invierno y, como don Quijote antes de volverse loco, he abandonado mi lanza, polvorienta y algo mellada, en el astillero. ¡Allá se las compongan mis no semejantes! Su locura no es asunto mío.

Silvio Salas, Venezuelan, is a writer and Social Communicator, with an interest in geopolitics, culture war and civil liberties // Silvio Salas, venezolano, es un comunicador social interesado en temas de geopolítica, libertades civiles y la guerra cultural.

Sigue a Silvio Salas en Twitter: @SilvioSalasR

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