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El fracaso de Biden es desastroso… y era previsible

El fracaso de Biden es una tragedia previsible. Imagen: EFE/EPA/SHAWN THEW

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El fracaso de Biden en Afganistán, encarnado en las apocalípticas imágenes de la caída de Kabul, el pasado 15 de agosto, es el mayor desastre geopolítico para los Estados Unidos desde la guerra de Vietnam y abre la puerta a todo un surtido de nuevos horrores cuyo impacto no solo lo sufrirán los afganos, sino todo el mundo, ya que las grotescas imágenes de la evacuación del Ejército americano se convertirán en propaganda de reclutamiento para infinidad de terroristas.

Este desastre, que ha sido denunciado incluso por la prensa industrializada, esa que tanto había impulsado la percepción de Joe Biden como un líder capaz no es realmente una sorpresa. Por el contrario, es la consecuencia previsible de poner en la Casa Blanca a un político con evidente deterioro intelectual y debilidad física.

Para decirlo con toda claridad, Biden debería estar en una casa de descanso, rodeado de amigos y decidiendo qué ver en Hulu, en lugar de estar en la Casa Blanca, rodeado de problemas y decidiendo el futuro del mundo libre. Y ya se sabía.

Los graves problemas de Biden son evidentes desde hace años y fueron particularmente claros durante la campaña, que el hoy presidente de los Estados Unidos pasó casi escondido para evitar que dijera alguna imprudencia. Aun así vimos escenas muy reveladoras, como la de aquella ocasión en que confundió a su nieta con su hijo fallecido hace décadas, y muchos otros ejemplos en los que el candidato demócrata era incapaz de hilar ideas en forma coherente.

Peor aún, también desde la campaña quedaron en evidencia los muy preocupantes hábitos comerciales y personales de su hijo Hunter, quien además de hacer negocios, cuando menos “sospechosos” en Ucrania y China, tiene el hábito de perder computadoras repletas de material sexual.

Es decir, Biden es una persona con evidente deterioro mental, con evidente incapacidad física y con un hijo cuyos tortuosos vínculos con empresarios de dudosa reputación lo convierten en un blanco muy peligroso para que esos grupos extorsionen nada más y nada menos que a la familia presidencial de los Estados Unidos.

En un escenario normal, un candidato con estas características (demócrata o republicano) ni siquiera habría sido tomado en serio como aspirante presidencial. Sin embargo, en 2020 los demócratas y su ecosistema de medios no solo lo respaldaron como candidato, sino que construyeron un entramado de estrategias que bordearon lo inmoral y lo ilegal para garantizar el triunfo de Biden, por las buenas o por las malas.

En estados clave operaron para cambiar las reglas de votación y facilitar el voto por correo, que se presta a innumerable cantidad de manipulaciones. En la prensa abrumaron de insultos a Trump y construyeron una narrativa donde este era el peor de los tiranos, mientras que Biden era un estadista global de extraordinaria habilidad.

El fracaso de Biden deja a Afganistán nuevamente en manos de los talibanes. (EFE)
El fracaso de Biden deja a Afganistán nuevamente en manos de los talibanes. (EFE)

El fracaso de Biden nos recuerda que los hechos son tercos

Biden ganó (“haiga sido como haiga sido”, como dicen en México) y empezaron los problemas. Unas semanas después de haber iniciado su gestión, la frontera sur se le salió completamente de control y en la práctica su Gobierno tuvo que reinstalar muchas de las políticas de Trump para apagar el incendio. Esta fue la primera advertencia.

Lo del 15 de agosto ya no fue advertencia. El Ejército y los diplomáticos americanos se vieron obligados a abandonar Afganistán a todo galope, transformando una retirada estratégica en una huida vergonzosa, dejando atrás a miles de colaboradores afganos (que ahora están en riesgo mortal) e incluso a un número indeterminado de ciudadanos americanos. Sí, todavía el 19 de agosto, cuatro días después del colapso, ni siquiera el Pentágono sabe cuántos americanos permanecen en Afganistán.

¿Y Biden? Básicamente escondido. El presidente tardó más de 24 horas en reaccionar ante la crisis, y cuando por fin apareció lo hizo sin aceptar preguntas, aferrado a un teleprónter, del que leyó un mensaje culpando a todos (menos a su Gobierno).

Ante la catástrofe, la prensa industrializada disimuló sorpresa, pero la verdad es que la reacción de Biden era de esperarse. Después de todo, Joe tardó más de 60 días en dar su primera conferencia de prensa como presidente (más que cualquier otro presidente en un siglo) y las pocas veces que aparece ante los medios, lo hace con preguntas suaves, por la sencilla razón de que es incapaz de responder una pregunta normal.

Para acabar pronto, incluso las entrevistas preseleccionadas con periodistas afines terminan en declaraciones absurdas, como ocurrió esta misma semana cuando Biden fue entrevistado por George Stephanopoulos, de ABC, quién le preguntó: «¿Cuándo observa lo que ha pasado en la última semana, fue un error de inteligencia, planeación, ejecución o juicio?».

La respuesta del presidente de los Estados Unidos habla por sí misma: «Mira, no creo que haya sido un fa…mira, fue una decisión simple, George. Cuando el…cuando el Talibán…déjame regresar…decirlo de otra forma. Cuando tienes al Gobierno de Afganistán, al líder de ese Gobierno, subiéndose a un avión y despegando y saliendo a otro país, cuando viste el significativo colapso del Ta…de las…tropas afganas que habíamos entrenado…hasta 300,000 de ellos que simplemente dejaron su equipo y huyeron, eso fue…ya sabes… Yo no…esto…eso…eso fue lo que pasó».

Así de ¿claro?

Joe habría sido hilarante como parodia, pero es exasperante como realidad. El fracaso de Biden no es una sorpresa, sino la consecuencia inevitable de poner el cargo público más importante de América en un político que evidentemente es incapaz de ejercerlo, pero que ganó montado en una ola de propaganda fundamentada en el odio irracional a Trump.

Biden no lleva ni siquiera un año en el poder. Vendrán cosas peores.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

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