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Los fracasos de la política americana con Putin

fracasos de la política americana, El American

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Las administraciones republicanas y demócratas han interpretado mal el régimen cleptocrático de Vladimir Putin. Occidente, en general, ha diagramado la política hacia la Rusia post-soviética bajo falsas percepciones. La noción de Sun Tzu de que “si te conoces a ti mismo, pero no al enemigo, por cada victoria obtenida también sufrirás una derrota” (El arte de la guerra) ha personificado el rumbo del mundo libre tras el colapso de la URSS.

La caída del comunismo soviético produjo una euforia en Occidente. Y con razón. El robo al por mayor de Europa Oriental y Central por parte de la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial, el ascenso del comunismo chino y la invasión de Corea del Sur por parte del Norte, provocaron una amplia reacción occidental para desafiar la malignidad del comunismo. ¿Por qué asumió Occidente que Rusia se convertiría en una democracia?

George H.W. Bush y Bill Clinton heredaron los dividendos de la Doctrina Reagan. El capitalismo, como principal modelo socioeconómico de Occidente, desempeñó un importante papel en el hundimiento del socialismo. Sin embargo, no fue el único factor. La moralidad inherente a los valores occidentales fue un instrumento primordial. La ideología importaba. Los Estados Unidos y el orden liberal internacional surgido tras la derrota del nacionalsocialismo en Europa no se limitaron a la economía. 

La transición que siguió a la desintegración de la Unión Soviética contenía elementos sospechosos desde el principio. La década de 1990 en Rusia fue testigo del mayor programa de privatización de la historia. El traspaso masivo de empresas estatales a manos privadas resultó ser una estratagema engañosa. Fue un robo legalizado. Los gestores de esas mismas empresas estatales acabaron “vendiéndose” a sí mismos esos activos. Con el crédito subvencionado por el Estado, los precios bajos regulados, las acciones y los esquemas de vales, se consolidó una clase oligárquica recién formada con vínculos políticos con el poder y el pasado soviético. Las elecciones perdieron su competitividad, ya que la cleptocracia amañó el sistema político.

En estas condiciones, Clinton firmó el Memorando de Budapest de 1994, que convertía a Estados Unidos en garante de la soberanía de Ucrania, a cambio de la entrega de su arsenal nuclear, entonces el tercero del mundo. ¿Cómo podía Clinton confiar en Rusia? Al fin y al cabo, ya estaba claro que Boris Yeltsin había hecho un magnífico trabajo en el desmantelamiento de la URSS, pero uno muy débil en el establecimiento de una democracia.

Los atentados islámicos del 11 de septiembre llevaron a George W. Bush a ver a Putin como un aliado. Llegó a decir públicamente en 2001 que había visto el alma de Putin y estaba convencido de su honestidad. Cabe preguntarse si la invasión rusa de Georgia en 2008 hizo cambiar de opinión a Bush. A juzgar por la reacción de Occidente a esta brutal agresión, Putin siguió siendo un matón furtivo.    

Barack Obama ha sido, con mucho, el mayor incauto del régimen de Putin. Las acciones de sus dos mandatos presidenciales empoderaron al dictador ruso de formas sin precedentes. El desmantelamiento del incipiente sistema de misiles defensivos de Europa, la denegación de la venta de armas a Ucrania y el torpedeo de su entrada en la OTAN, la autorización de los derechos de acceso al uranio de Estados Unidos y la invitación a una “línea roja” en Siria, fueron todas propuestas a Putin para una política de “restablecimiento” fallida.

En las elecciones de 2012, mientras Obama debatía con Mitt Romney, ridiculizó al candidato republicano por sugerir que Putin era una amenaza para Occidente. La Doctrina Obama resultó ser un tratado de apaciguamiento que galvanizó el aventurerismo ruso. 

La invasión de Ucrania por parte de Putin en 2014 fue recibida con debilidad y ambivalencia moral por parte de Obama. Esto validó la descarada afirmación de Rusia de que, de alguna manera absurda, tenía un “derecho” de esfera de influencia para pulverizar la soberanía ucraniana. En ese momento, el orden liberal internacional occidental que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial, quedó formalmente enterrado. Los ciberataques rusos, la intromisión electoral y el síndrome de La Habana, fueron solamente algunas manifestaciones de los empeños imperialistas de Putin que vendrían después.      

Donald Trump, a pesar de algunas de sus imprudentes declaraciones públicas, fue el presidente que más daño causó al régimen de Putin. Los bombardeos en Siria que mataron a soldados rusos y la venta de armas a Ucrania, junto con el entrenamiento de sus militares, desafiaron directamente los intereses dictatoriales rusos. Sin embargo, fue el notable aumento de la producción de petróleo americano lo que más perjudicó a la maquinaria bélica de Putin. 

Los ingresos por la venta de combustibles fósiles, al igual que en el caso de la URSS, siguen siendo la clave de Rusia para entrar en divisas. El desplome de los precios del petróleo, derivado del aumento de la oferta bajo la mirada de Trump, fue un golpe financiero para la cleptocracia euroasiática. Casualmente, esto fue parte de la estrategia de Reagan para hacer retroceder el comunismo soviético. Las palabras y los símbolos, sin embargo, son vitales en la política. Trump se equivocó al negarse obstinadamente a dirigirse a Putin como dictador. Esto jugó a favor de la narrativa de la izquierda y también ayudó a Putin. 

La invasión rusa de Ucrania en 2022 ha abierto un nuevo capítulo en la política exterior americana y europea. Las relaciones entre las democracias y las dictaduras deben ser, en el mejor de los casos, tibias, pero nunca de amistad, confianza o enredo económico. Occidente debe asociarse con los libres exclusivamente.     

Julio M Shiling, political scientist, writer, director of Patria de Martí and The Cuban American Voice, lecturer and media commentator. A native of Cuba, he currently lives in the United States. Twitter: @JulioMShiling // Julio es politólogo, escritor, director de Patria de Martí y The Cuban American Voice. Conferenciante y comentarista en los medios. Natural de Cuba, vive actualmente en EE UU.

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