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Cómo la libertad crea al mundo

esclavitud

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Por Gabriel Zanotti:

En su extraordinario relato histórico sobre los Estados Unidos, Diana Uribe cuenta, en el cap. 11, cómo se produjeron los diversos inventos que dieron rostro al EE. UU. industrial, desde el siglo XIX en adelante, y luego al mundo, en cosas que se universalizaron y fueron usadas, desde luego, por los odiadores seriales más profundos de este país.

No solo nos cuenta que en EE. UU. estas cosas se inventaron, transformaron y desarrollaron con una velocidad asombrosa, sino que muchos de estos artefactos ya eran conocidos en la antigüedad. Pero los inmigrantes que llegan a la que era la tierra de la libertad, desde todas partes del mundo, los reinventan. Así, la máquina de coser, aparentemente ya se conocía en la Alejandría de la famosa biblioteca, pero el escocés Vatts la recrea. La ojalata ya era conocida en Francia desde hace mucho, pero los franceses que van a los EE. UU. le dan mil usos y crean el enlatado, la leche deshidratada, la cafetera, el abrelatas.

Los cereales formaban parte de la dieta de los cuáqueros desde hacía también mucho tiempo, pero don Kellogg los transforma en una industria alimenticia mundial. Los polacos reintroducen los croissants y un holandés crea las famosas donas con el agujero en el medio. Los inmigrantes alemanes de Hamburgo cocinan la carne de menos calidad de un modo que luego fue llamado hamburguesa. Un señor llamado Adams comercializa un famoso chicozapote usado por los mayas y aztecas llamándolo chicle; hasta inventa una maquinita para venderlo mejor.

Libertad
La libertad le permitió a Kellogg hacer de la dieta exclusiva de los cuáqueros un producto al que pueden acceder todos los ciudadanos. (YouTube)

Los inmigrantes belgas dan origen a una papa muy finita y la comercializan como chips potato. Un señor Gillette se da cuenta de que puede producir y comercializar hojitas de afeitar de modo masivo y lo hace. Un inmigrante judío llamado Singer le agrega un pedal a la máquina de coser y además la vende a plazos. Un señor Scott vende masivamente un papel muy higiénico que antes era exclusivo de los nobles europeos. Otro señor Ottis reinventa el ascensor que ya usaba Luis XIV, y con la producción y comercialización del concreto, que parece que ya conocían los egipcios, surgen los rascacielos. Entre la higiene masiva, los ascensores y el concreto las ciudades se transforman en gigantes rascacielos. Y al tren con la máquina de vapor un señor llamado Pullman le agrega un coche para dormir las grandes distancias de EE. UU., desconocidas en Europa. Y así…

Pero ¿por qué? ¿Por qué todo esto? A ver, repasemos la receta: tome usted muchos inmigrantes, un poco de técnica y… ¡Pum! ¿Tenemos los EE. UU. que han transformado al mundo, incluso al mundo que los odia?

No. Absolutamente no. Falta un elemento central, olvidado por todos, sobre todo por Marx, quien suponía que las condiciones materiales de producción determinan la historia, y allí fueron sobre todo mis colegas, los filósofos, a repetirlo. Porque los filósofos creen que Marx fue un gran filósofo mientras que L. von Mises sería un típico economista capitalista ignorante, y que por ende ni vale la pena leer de él ni dos renglones… Y así se pierden los miles de renglones dedicados por Mises a refutar el materialismo histórico donde todos viven confundidos.

Libertad
La libertad crea al mundo y los gobiernos lo destruyen. (Twitter)

No, no es la máquina de vapor, ni la técnica, ni la brillantez de tales o cuales inmigrantes los que crearon al capitalismo y su desarrollo, sino la libertad. La máquina de vapor no crea la libertad: la libertad crea la máquina de vapor.

Porque todos los inmigrantes que llegaron a los EE. UU. se encontraron con condiciones institucionales de libre mercado. Cero inflación, casi sin impuestos, cero regulaciones, cero códigos, reglamentos e inspectores, slo respetar la vida y la propiedad del otro. Nada más, ni nada menos, y entonces sí, la inteligencia más la libertad desarrollan la alertness empresarial, la capacidad empresarial, tanto en judíos, protestantes, católicos, alemanes, franceses, italianos, escoceses, vulcanos, venusinos, bayorianos, klingos y terrestres: todos bajo las mismas condiciones jurídicas, todos sin seguro social, todos a vivir en libertad, todos a producir y comerciar bajo el mismo pacto político. No un pacto político que era una política económica, sino una Declaración de Independencia que afirmaba, oh osadía, que todos los seres humanos son creados iguales por Dios y con los derechos de vida, libertad y búsqueda de la felicidad.

Entonces sí, ferrocarril, telégrafo, lamparita de luz, chicles, hamburguesas, ascensores, maquinitas de afeitar y tooodo lo que a usted se le ocurra y se lo compren sin molestar al otro y sin que el estado lo subsidie y sin que el estado lo vigile de tal modo que nada de eso pueda aparecer.

Y sí, muchas de esas cosas y cositas fueron conocidas por egipcios, griegos, babilónicos y etc., pero ninguna de esas sociedades conoció la libertad política. Imperios, reyes, conquistas, dominios, asesinatos, crueldades, guerras, matanzas, gentes oprimidas por los bestias de turno. No había paz ni futuro para crear nada. Aun así bastante quedó, porque el eros, tal vez, resiste frente al tanatos, pero no hubo desarrollo, ni producción a largo plazo, ni consumo masivo, ni seguridad jurídica, ni nada que impidiese legalmente que los sueños fueran asesinados por bestias.

Así lo explica Mises en el punto 2 del capítulo 7 de Teoría e historia:

«What Marx says is entirely different. In his doctrine the tools and machines are the ultimate thing, a material thing, viz., the material productive forces. Everything else is the necessary superstructure of this material basis. This fundamental thesis is open to three irrefutable objections. First, a technological invention is not something material. It is the product of a mental process, of reasoning and conceiving new ideas. The tools and machines may be called material, but the operation of the mind which created them is certainly spiritual. Marxian materialism does not trace back “superstructural” and “ideological” phenomena to «material» roots. It explains these phenomena as caused by an essentially mental process, viz., invention. It assigns to this mental process, which it falsely labels an original, nature-given, material fact, the exclusive power to beget all other social and intellectual phenomena. But it does not attempt to explain how inventions come to pass. Second, mere invention and designing of technologically new implements are not sufficient to produce them. What is required, in addition to technological knowledge and planning, is capital previously accumulated out of saving. Every step forward on the road toward technological improvement presupposes the requisite capital. The nations today called underdeveloped know what is needed to improve their backward apparatus of production. Plans for the construction of all the machines they want to acquire are ready or could be completed in a very short time. Only lack of capital holds them up. But saving and capital accumulation presuppose a social structure in which it is possible to save and to invest. The production relations are thus not the product of the material productive forces but, on the contrary, the indispensable condition of their coming into existence. Marx, of course, cannot help admitting that capital accumulation is “one of the most indispensable conditions for the evolution of industrial production.” Part of his most voluminous treatise, Das Kapital, provides a history—wholly distorted—of capital accumulation. But as soon as he comes to his doctrine of materialism, he forgets all he said about this subject. Then the tools and machines are created by spontaneous generation, as it were. Furthermore it must be remembered that the utilization of machines presupposes social cooperation under the division of labor. No machine can be constructed and put into use under conditions in which there is no division of labor at all or only a rudimentary stage of it. Division of labor means social cooperation, i.e., social bonds between men, society. How then is it possible to explain the existence of society by tracing it back to the material productive forces which themselves can only appear in the frame of a previously existing social nexus? Marx could not comprehend this problem. He accused Proudhon, who had described the use of machines as a consequence of the division of labor, of ignorance of history. It is a distortion of fact, he shouted, to start with the division of labor and to deal with machines only later. For the machines are “a productive force,” not a “social production relation,” not an “economic category.” Here we are faced with a stubborn dogmatism that does not shrink from any absurdity».

Qué impresionante la libertad. Qué sueño fascinante que la Argentina, un desierto cerrado de enorme extensión, se convirtiera en una tierra abierta y desregulada para millones de inmigrantes que trajeran su creatividad y su empresarialidad: cada uno de ellos sería una solución, no un problema. Pero no. Bajo las palabras solidaridad y justicia social, llenas de regulaciones, subsidios, impuestos, inflación, sindicatos mafiosos y deuda pública, mantenemos expulsados a millones de seres humanos que mueren hacinados en sus propias tierras de esclavitud.

La libertad, gente, crea al mundo. Y los gobiernos lo destruyen.


Gabriel Zanotti es profesor y licenciado en filosofía de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino y doctor en Filosofía de la Universidad Católica Argentina. Es director académico del Instituto Acton Argentina. @gabrielmises.

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