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López Obrador, entre el teatro tiránico y la guerra total

AMLO, entre el teatro y la guerra total. Imagen: Hugo Jehanne via Unsplash

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“El Presidente López Obrador avanza hacia la guerra total. Avasalla al Legislativo y embate contra el Poder Judicial. Sataniza al Instituto Nacional Electoral y al Instituto Nacional de Transparencia. Deteriora la competitividad energética. Destruye la certidumbre jurídica y ataca a empresas emblemáticas.” Así lo tuiteó Gustavo de Hoyos (expresidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana) y tiene razón.

La incómoda y muy dolorosa realidad es que, a partir de septiembre del 2014, cuando el ecosistema mediático obradorista se montó en la desaparición de 43 personas en Ayotzinapa para desmantelar por completo la credibilidad del entonces presidente, Enrique Peña Nieto, el país inició la etapa definitiva de una lenta pero constante caída hacia la tiranía.

En 2015, el partido obradorista Morena llegó a la Cámara de Diputados y ganó un puñado de municipios. En 2018, aprovechando una tormenta perfecta de desencanto contra el “PRIAN”, pésimas campañas de sus adversarios y la potente narrativa que construyó durante décadas, AMLO se llevó el “carro completo”: ganó la presidencia con el mayor porcentaje de apoyo desde 1982 y consiguió cómodas mayorías, tanto en el Congreso de la Unión como en la mayoría de los congresos locales, para reformar la Constitución casi sin necesidad de pedir permiso.

Desde entonces Andrés Manuel ha colocado al país entero a bailar al son de una milonga macabra entre la tiranía y la democracia, intercalando señales de moderación (e incluso de apertura al libre comercio) con caprichos autocráticos dignos de la peor demagogia latinoamericana, empezando por la infame cancelación del aeropuerto en la Ciudad de México.

Así, durante más de 2 años ha preparado y apretado el nudo de la tiranía, mientras se esforzaba por enviar señales de que no es como los chavistas venezolanos o el resto de los radicales de Sudamérica. Obrador parecía interesado en aplazar los conflictos fundamentales y optaba por centrarse en lo anecdótico.

Hoy las cosas han cambiado. A 70 días de las elecciones intermedias que renovarán 15 gubernaturas, la Cámara de Diputados y la mayoría de los ayuntamientos y congresos locales, Andrés Manuel parece decidido, ahora sí, a la guerra total en contra de las empresas, de los partidos de oposición y de cualquiera que pueda desafiar su dominio.

Lo más grave es que, por cómo están las cosas, esta es una guerra que puede ganar y que sometería a México al pleno dominio de un partido de Estado. En el mejor de los casos estaríamos de regreso en el odioso monopolio del viejo priismo, en el peor podemos acabar al estilo Venezuela.

Dos grandes campos de batalla

Para su guerra total, el presidente ha elegido enfocarse en dos campos de batalla.

El primero es del sector energético. Desde la campaña, Andrés Manuel afirmó que la reforma energética era negativa, pero ya en la presidencia matizó sus dichos y se comprometió a no revertirla. Sin embargo, en las últimas semanas lanzó dos iniciativas para reformar las leyes de la Industria Eléctrica y de Hidrocarburos, que esencialmente someten dichos sectores al capricho absoluto del Gobierno federal y reinstauran los infames monopolios de Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de electricidad.

La primera de estas iniciativas ya fue publicada en el Diario Oficial de la Federación, la segunda se analizará en el Congreso justo mientras está en marcha el proceso electoral.

El segundo campo de batalla es el del propio proceso electoral. Andrés Manuel y sus aliados políticos han lanzado una guerra directa, sistemática y encarnizada en contra del Instituto Nacional electoral y específicamente de los consejeros Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, a quienes acusan de no ser imparciales (por supuesto, en el diccionario obradorista “imparcial” significa: que se somete a rajatabla la voluntad presidencial).

Estos ataques van desde las denuncias del propio presidente en su conferencia diaria hasta los llamados de juicio por traición a la patria y de arresto o hasta fusilamiento que corren por miles en los ecosistemas de redes sociales del obradorismo. ¿Para qué? Además del evidente efecto de intimidación sobre las autoridades electorales federales y locales, la estrategia parece la de alimentar un ambiente de desconfianza, con el objetivo de que las huestes oficialistas tengan el pretexto que les permita rechazar la legitimidad de los resultados que no le favorezcan.

López Obrador, entre el teatro tiránico y la guerra total por el control de México. Imagen: EFE/ Mario Guzmán
López Obrador, entre el teatro tiránico y la guerra total por el control de México. Imagen: EFE/ Mario Guzmán

¿Guerra total o round de sombras?

Y, sin embargo, todavía permanece otra posibilidad: la de que, en lugar de una guerra total, estemos ante la impostura de un experto dramaturgo, que proyecta la sombra de la tiranía para someter a través de la negociación. ¿Por qué?

Si estamos ante una guerra total, ello significa que el presidente López Obrador está dispuesto no sólo a romper sus acuerdos tácitos de no agresión con el sector privado mexicano, sino a enfrentarse directamente con América y el mundo, ya que tanto el tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, como otros acuerdos comerciales que México ha firmado y que son de obligatorio cumplimiento, prohíben que el Gobierno aplique las reformas que Obrador está proponiendo en el ámbito energético.

Por lo pronto, su intento de quedarse con el mercado eléctrico mayorista ya ha topado con casi 100 peticiones de amparo por parte de empresas y organizaciones ecologistas, y algo similar sucederá si AMLO consigue que el Congreso apruebe su reforma a la Ley de Hidrocarburos. Incluso si el gobierno logra retirar esos amparos, las empresas de ambos sectores recurrirían inmediatamente a tribunales internacionales a los que Andrés Manuel no puede ni ordenar mi intimidar.

Entonces, en un escenario de guerra total le quedan dos opciones: romper de plano con la estructura comercial internacional y convertir a México en un país paria (similar a Irán o Venezuela), o negociar con las empresas extranjeras pagándoles cuantiosas indemnizaciones a cambio de poder tiranizar libremente a las empresas mexicanas. ¿El problema? Que México no tiene el dinero suficiente para comprar el silencio de los grandes corporativos.

Del mismo modo, si es una guerra total, Andrés Manuel y sus aliados recurrirán incluso a la violencia política con tal de cancelar o al menos deslegitimar completamente el proceso electoral, a costa de destruir cualquier resto de su propia legitimidad política, nuevamente convirtiéndose en un estado paria dentro de la comunidad internacional.

¿Y si no fuera una guerra total?

Entonces se trataría simple y sencillamente de una versión intensificada del baile de sombras que Andrés Manuel ha llevado a cabo desde el 2018: estaría usando las iniciativas de contrarreforma del sector energético y los ataques al INE como un mecanismo para demostrar poder y negociar políticamente.

Y justamente negociaría que las grandes empresas le deban directamente a él, “el favor” de seguir operando en México, y como muestra de gratitud apoyen económica o políticamente a su movimiento; o por lo menos que no les brinden su pleno respaldo a los opositores.

Herido es más peligroso

Como podemos ver, más que ante una guerra total, estamos ante un bribón que busca sacar ventaja. Esa es la buena noticia, la mala es que justo antes de caer se volverá muy peligroso. ¿Por qué?

Obrador no romperá de tajo sus vínculos con la democracia y con el sistema de comercio internacional, todavía no. Lo hará cuando esté desesperado y crea que la radicalización es su único camino para seguir en el poder, pues preferirá ser paria en Palacio que demócrata en La Chingada (su rancho en el estado de Chiapas).

Si es que la oposición logra detenerlo, llegará el punto en que Andrés Manuel se desesperará. Cuando Obrador conozca el verdadero terror de perder el control político del país, México estará en su momento más peligroso del último siglo, pero es un riesgo que tendremos que afrontar porque ante AMLO no hay más que dos opciones: o México le cede sus instituciones y su futuro a cambio de misericordia, o pelea por ellas a riesgo de perder ante la tiranía.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

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