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La influencia de las criptomonedas en el escenario político internacional

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Por: Salvador Suniaga (@corvomecanique)

Las últimas elecciones regionales en Venezuela nos recuerdan una vez más, a despecho de los democratísimos analistas de los que presuponemos almas nacaradas y no intenciones oblicuas, que muy difícilmente la solución a la crisis brote de mesas de negociación, o de una manifestación popular o de ruidos de sables. Sin embargo, el Deus Ex Machina que muchos están esperando no viene (ni vendrá) de los marines, sino que va apareciendo silente en las finanzas personales de un número cada vez más significativo de venezolanos. Específicamente, a través de las criptomonedas.

Marx tenía razón, al menos en una cosa: quien controle los medios de producción controlará la estructura política y superestructura cultural de la sociedad. Esto lo conocen muy bien los gobiernos socialistas, los cuales una vez en el poder se apresuran a expropiar. O basta con recordar al fallecido Aristóbulo Istúriz, uno de los principales líderes políticos del chavismo, explicando sin denuedo que el control de cambio en Venezuela es una medida política; mostrando confiado, además, la herida del héroe —más bien la del villano, en este caso— cuando remató con: «si nosotros quitamos el control de cambio, ustedes sacan los dólares y nos tumban».

Pero ni el marxismo-leninismo, ni mucho menos el chavismo, pudieron anticipar el advenimiento del dinero digital descentralizado. Con esta evolución del dinero fiduciario, ningún gobierno puede expropiar las billeteras virtuales, ni controlar los precios de bienes y servicios. Este empoderamiento, que aunque fuese temporal no deja de ser verdadero, permite comprar alimentos en dólares para no depender del Estado, pagar un pasaporte ridículamente costoso, gestionar en casa la salud de los seres queridos, ahorrar en moneda dura, enviar remesas sin intermediarios, costear postgrados y demás proyectos de vida. Es una tecnología que, al menos en este orden de ideas, libera al ciudadano.

El impacto de las criptomonedas es incontestable, y ha despertado reacciones contrastantes en los gobiernos. En el pequeño grupo de los que se resisten, países como India, China, Indonesia y Bolivia (todas sociedades de prolegómenos asiáticos, si se nos permite la audacia antropológica) las han prohibido. Por otro lado, el debate de su aceptación en la comunidad musulmana aún continua, pues el carácter especulativo e inmaterial de las criptomonedas las harían contrarias a los principios del islam.

Mientras tanto, El Salvador no sólo ha sido el primer país en adoptar el bitcoin como moneda de curso legal, sino que también promueve el desarrollo de una Bitcoin City, financiada por dicha moneda y cuya energía para minarla en servidores sería proporcionada por la geotérmica del volcán Conchagua. En una tónica más modesta, los alcaldes de Miami y New York han solicitado devengar su salario en criptos; mientras que el mismo régimen venezolano ha dispuesto una Superintendencia Nacional de Criptoactivos y Actividades Conexas.

En este momento, Binance es la principal plataforma de intercambio de criptomonedas en el mundo. Su portafolio de soluciones y servicios es muy completo y posiblemente abrumador para el inversor novel. También está CryptoMarket, enfocada en el mercado latinoamericano, con una plataforma igualmente robusta pero más sencilla de digerir, y con un impacto social que nos es más cercano. Esto lo pueden asegurar los haitianos en Chile que a través de la misma envían remesas a sus familias, los argentinos que sortean así el cepo cambiario en su país, y los venezolanos que, aunado a lo anterior, padecen por el vencimiento de sus documentos de identidad y debido a ello son rechazados por otras plataformas.

Los cubanos residentes en otros países también han encontrado la manera de enviar dinero a sus familias en la Isla con ayuda de estas auténticas «máquinas digitales», así sea a velocidad de pedaleo y a través de varios ardides. Lo de los ardides es importante destacarlo, pues constituyen la esencia de las máquinas. La función de la máquina es sortear la naturaleza, burlar a los dioses. Muy especialmente a los dioses totalitarios. El arquetipo lo representa Odiseo, retador de Poseidón, quien ideó el Caballo de Troya y quien no por coincidencia era llamado el polymechanikos, es decir, «el fecundo en ardides».

Concebir a las plataformas de criptomonedas como máquinas digitales es apropiado para identificar sus ventajas y peligros. Sucede que, aunque manifiesten el potencial de una tecnología liberadora, es mayor la desconfianza que generan en vista de sus diferentes capas de inmaterialidad. No sabemos cómo funcionan por dentro y tranzan con monedas que no podemos ver ni tocar. Sólo conocemos sus entradas y salidas, las cuales aprovechamos lo mejor que podemos.

Flusser desarmó las máquinas digitales en los albores de la década de los ochenta. Pero no las llamaba máquinas, sino aparatos, porque a diferencia de aquellas, los aparatos están signados por el automatismo (de ahí el protagonismo actual de la programación, del software) y por la capacidad de reinterpretar al mundo. No transforman materialmente la realidad, sino que la resignifican. La información reemplaza el trabajo industrial. Nos conducen a una esfera más abstracta de nuevos valores relativos y gaseosos.

Al no conocer el funcionamiento interno de los aparatos, y cuando estos no dependen de alguna ubicación física, son para las sociedades una suerte de caja negra. Y es precisamente eso lo que le otorga al desarrollador del aparato un poder. De allí su potencial político. A la vez, del carácter técnico del aparato, como ocurre con toda herramienta, deriva su potencial liberador. Y de su carácter digital-financiero, al alcance de todos, deriva su potencial ciudadano.

Así las cosas, las criptomonedas y sus plataformas, como aparatos técnicos digital-financieros, ergo políticos, son difíciles de prohibir, que no ya de refutar ideológicamente desde la tarima socialista. Porque, si suponemos que Marx tiene razón dos veces, y como escribió en la Nueva Gaceta Renana: «negarse a pagar impuestos es el deber de todo ciudadano».

Por eso al totalitarismo que oprime desde lo económico no le queda más remedio que sumarse a la nueva realidad postindustrial de valores intangibles. Al respecto, el régimen venezolano ha convertido un afiche de la conmemoración de la Batalla de Carabobo y el certificado del Récord Guiness por la orquesta más grande del mundo en NFT, sin mencionar su incursión en el Petro. Los bancos también tendrán que adaptarse.

Las ventajas son claras, pero advirtamos también sus peligros, que son varios y que ameritan otro momento para ser analizados.

Por lo pronto, allende las retaliaciones estatales y los estafadores de siempre, el mayor peligro de todos es pretender que hemos encontrado ya en las criptomonedas una forma definitiva de no trabajar, de burlar la naturaleza y la historia.

Ya todo ha sido dicho por los griegos. Volvamos a Odiseo para repasar cuál será el desenlace de todo esto. Nuestras máquinas, sean físicas o digitales, nuestros ardides, sólo ralentizarán laberínticamente nuestro regreso a casa. Al final, como ya está sentenciado, seguiremos ganando el pan con el sudor de nuestra frente. O como algunos economistas clásicos proyectan, el precio del bitcoin a largo plazo será igual a cero.

No obstante, los fenómenos transitorios son tan aprovechables como los estacionarios. Esto se cumple tanto en la física como en la economía. Por algo al café se le toma antes de que se enfríe.


Salvador Suniaga es ingeniero y consultor del sector industrial latinoamericano. Especialista en simulaciones numéricas e investigación cualitativa, con interés en tecno-antropología. Ganador del premio internacional SolidWorks Elite Application Engineer. Actualmente es Director Técnico en SolidIndustry. Puedes seguirlo en Twitter aquí: @CorvoMecanique

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