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La fútil guerra de Rusia contra las drogas

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Cuando el sanguinario Vladimir Putin trató de justificar de alguna manera su invasión no provocada de la democrática y soberana Ucrania, utilizó dos “argumentos” principales: la ahora infame cruzada de “desnazificación”; y uno que pasó casi desapercibido para el público en general: Putin acusó abiertamente al gobierno de Zelenski de ser “una banda de drogadictos”.

Dirigiéndose a las Fuerzas Armadas de Ucrania, Putin dijo además: “Parece que será más fácil llegar a un acuerdo con ustedes que con esta banda de drogadictos y neonazis, que se instalaron en Kiev y tomaron como rehén a todo el pueblo ucraniano”.

Estas acusaciones no constituyen en absoluto una coincidencia. La guerra rusa contra las drogas es una de las más crueles y disparatadas de todas, porque todas lo son.

Cualquier persona medianamente sospechosa de ser un narcotraficante será torturada en Rusia. Estas acciones no ocurren en la sombra, sino que se fomentan oficialmente. Como es de esperarse, estos seres humanos rara vez reciben un juicio justo. Los sospechosos son azotados por los agentes de la ley en un despliegue de salvajismo e inhumanidad.

Rusia se enfrentaba —y se sigue enfrentando— a un verdadero problema de drogadicción. El vecino Afganistán, el mayor productor de opio del mundo (que, por cierto, también fue invadido por Rusia) y China son los principales proveedores del país.

En realidad, si recordamos el discurso de Putin, allá por 2013, en la Conferencia Internacional sobre la Lucha contra las Drogas, sonaba bastante moderado, no muy diferente de muchos de sus homólogos occidentales. “El tráfico de drogas —explicó— se ha convertido en un desafío global para toda la comunidad internacional, y para algunos países se ha convertido en una tragedia nacional. El tráfico de drogas es un caldo de cultivo para el crimen organizado, el contrabando y la migración ilegal. Y lo que es más triste y peligroso, también es un caldo de cultivo para el terrorismo. Por eso creemos que es esencial luchar contra todo tipo de drogas, y nos preocupan las ‘leyes más relajadas’ que han aprobado algunos países y que llevan a la legalización de las llamadas drogas ‘blandas’”.

Aunque mi opinión personal sobre el asunto (y sobre todos los asuntos, honesta y felizmente) dista mucho de la de Putin —estoy a favor de la despenalización de todas las drogas bajo prescripción médica— su enfoque ortodoxo parecía estar, de nuevo, en sintonía con muchos líderes mundiales.

Sin embargo, Putin no pretende enfrentarse únicamente a los peligrosos cárteles. Más allá de los abusos mencionados, el tirano del Kremlin no duda en perjudicar a su propia gente; consumidores habituales que, en el peor de los casos, necesitan atención médica y tratamientos, y no ostracismo y burlas.

“Los consumidores de drogas son estigmatizados y a menudo rechazados en los hospitales. Después de coquetear con la despenalización de las pequeñas cantidades de drogas, las fuerzas del orden rusas volvieron a encerrar a los consumidores, llegando incluso a hacer redadas en clubes nocturnos y a realizar análisis de orina a todos los que se encontraban dentro”, escribió Samuel Oakford para VICE.

“Gran parte de la heroína que se consume hoy en Rusia procede de Afganistán, y los responsables rusos de la lucha contra las drogas han culpado repetidamente a Estados Unidos y a sus aliados de la OTAN de desestabilizar Afganistán, lo que ha hecho que la producción de adormidera en el país se dispare”, continúa Oakford. “Debido en gran parte a la negativa de Rusia a ofrecer programas de reducción de daños [como facilitar el intercambio de jeringas], el país está experimentando ahora una crisis total de VIH y otras enfermedades transmisibles. En enero, Rusia superó un sombrío hito al registrar su millón de pacientes seropositivos. Es probable que la cifra real sea al menos un 50 % mayor, según el principal experto en VIH del país, que advirtió que hay 3 millones de personas”.

Incluso los enfermos de cáncer se ven afectados por la mano de hierro de Putin. Los enfermos terminales no tienen acceso a la medicación que necesitan debido a esta absurda y exagerada postura de prohibición.

Olga Usenko explica a The Lancet que “estas muertes son un excelente ejemplo de cómo algo ha ido terriblemente mal en la guerra rusa contra las drogas. Los enfermos terminales se han convertido en daños colaterales en su intento de reprimir el consumo de drogas ilegales”.

Nadezhda Osipova, anestesista, afirma que “el Servicio Federal de Control de Drogas de Rusia [el FSKN, ahora sustituido por el GUKON, Dirección Principal de Control de Drogas] ha extendido su alcance más allá de su cometido de vigilar el tráfico ilegal de drogas y se ha introducido en los pasillos de hospitales y clínicas, y el resultado ha sido un aumento sustancial del sufrimiento humano”.

El enfoque de tolerancia cero con respecto a las drogas ha fracasado dramáticamente en todas partes. No hay, literalmente, ninguna excepción a esta afirmación. Al mantener las drogas en la ilegalidad, el gobierno allana el camino a los cárteles y a los inmensamente poderosos señores de la droga.

Sin embargo, la postura de Rusia es especialmente brutal. “La inaccesibilidad y la mala calidad de los servicios relativos al tratamiento de la drogodependencia en Rusia han sido ampliamente documentadas. Entre los métodos de tratamiento denunciados, figuran la flagelación, las palizas, el castigo por inanición, el esposamiento a largo plazo a las estructuras de la cama, la ‘codificación’ (hipnoterapia destinada a persuadir al paciente de que el consumo de drogas conduce a la muerte), las descargas eléctricas, el enterramiento de los pacientes en la tierra y la xeno-implantación de cerebros de cobayas. La práctica y la aceptación de estos métodos indican claramente que el enfoque del gobierno no se corresponde con las directrices internacionales sobre el tratamiento de las drogas”, dice un informe de Drug Policy Facts, basado en un artículo del IDPC.

Como dijo Anya Sarang, presidenta de la Fundación Andrey Rylkov, a The Guardian, “lo que necesitamos en lugar de esta dura retórica de control de drogas es un mayor énfasis en la rehabilitación, el tratamiento de sustitución, la gestión de casos para los usuarios de drogas y la protección contra el VIH”.

“Se ha demostrado ampliamente que criminalizar a las personas que consumen drogas simplemente las lleva a la clandestinidad y hace que sea mucho más difícil llegar a ellas con medidas preventivas”, explicó el especialista Denis Broun, también para The Guardian. “Las medidas puramente represivas no funcionan”, concluyó.

Cuando esta es la visión oficial y gubernamental sobre el consumo de drogas, no es un misterio por qué Putin se apresuró a acusar al gobierno de Zelenski de ser “junkie”. En la demonización pura, todos los actos punitivos son aceptables. Y Putin lo sabe.

Pris Guinovart is a writer, editor and teacher. In 2014, she published her fiction book «The head of God» (Rumbo, Montevideo). She speaks six languages. Columnist since the age of 19, she has written for media in Latin America and the United States // Pris Guinovart es escritora, editora y docente. En 2014, publicó su libro de ficciones «La cabeza de Dios» (Rumbo, Montevideo). Habla seis idiomas. Columnista desde los 19 años, ha escrito para medios de America Latina y Estados Unidos

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