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La profunda hipocresía del condescendiente racismo woke

racismo woke, El American

El profesor Julio Cesar de León Barbero explica sobre lo que él denomina “la violencia inherente al espíritu tribal” como la xenofobia, el racismo e incluso la violencia irracional contra los “otros”. Esto es parte de lo que yo denomino en mi libro “Libres de envidia: atavismos ancestrales”. Pero, volviendo a De León Barbero, él indica que: 

“Parece una contradicción, dado el énfasis que la tradición comunitaria hace en el amor, la mutua identificación, la solidaridad y el interés por el otro. No. No hay contradicción sino una total congruencia. Veamos. El amor y la solidaridad no pueden sino posibilitarse únicamente en relaciones cara a cara, íntimas, personales. 

Vale decir, hacia al interior del intragrupo y las relaciones con los pares. Pero estos mismos sentimientos hacen que el hombre tribal sea desconfiado de todo lo que es ajeno a su grupo. Lo que es peor, que considere una auténtica amenaza la simple existencia de otros individuos o tribus, por lo que hacia el exterior se manifiesta, de hecho, desconfianza, recelos, enemistad y, en último término, violencia”.

De León Barbero en “La Fragilidad de la Libertad y la Búsqueda de la Comunidad”.

El racismo woke

El racismo no es otra cosa que una variante del atavismo ancestral de la xenofobia, algo que partiendo de la inicial desconfianza por el desconocido y diferente, llega al odio y la deshumanización de ese “otro” por considerarlo menos que humano. Y sí, contra la tontería woke de romantizar las culturas primitivas —tontería de notable raigambre en la filosofía occidental, que se hizo moneda común entre la izquierda del “Buen Salvaje” de Jean-Jacques Rousseau en adelante— lo cierto es que las culturas primitivas tienden a un xenofobia, racismo, envidia y violencia brutal que consideran naturales y buenas, en tanto que la civilización las entiende como males, incluso cuando los practica. 

Black Lives Matter, Foro de São Paulo
“El racista no puede entender que somos una única especie, imitamos lo que creemos exitoso y abandonamos lo que creemos fallido, y sea que acertemos o no, así evolucionan en el transcurso de sus vidas los individuos y a más largo plazo las culturas. (Flickr)

Los atavismos ancestrales únicamente resurgen en el orden espontáneo de la sociedad civilizada a gran escala como un irracional anhelo de “retorno a la tribu” que es la base del socialismo. Y como no hay socialismo sin hipocresía, la forma más hipócrita de ser racista afirmando lo contrario es desde la arrogante y dogmática condescendencia que define al pensamiento woke.

Porque “raza” es un sinsentido cuando se aplica a nuestra especie, las diferencias de fenotipo entre humanos no llegan a constituir realmente lo que en otras especies se denominan —sin demasiada precisión— razas, porque razas naturales realmente diferenciadas de una especie serían el paso previo e inmediato al surgimiento de sub-especies que por selección adaptativa a diferentes entornos y falta de contacto llegan a ser realmente otra cosa. Sin embargo, la diferencia genética real entre las mal llamadas razas de nuestra propia especie no es realmente mayor de la que podemos ver entre individuos a los que los racistas consideran de una misma “raza”. Eso hace arbitrario, absurdo e inevitablemente racista el clasificar por “raza” a los seres humanos.

Lo primero que define al pensamiento racista es precisamente negar la insignificancia e irrelevancia evolutiva y cultural de las mal llamadas razas humanas. El racista se empeña en atribuir a “la raza” como nebulosa categoría biológica diferencias que son producto indiscutible de la evolución cultural, no de la evolución biológica. El racista no puede comprender ni aceptar que las personas de una “raza” adopten los valores y logros de una cultura distinta a la —él racista atribuye como— de su “raza” con naturalidad y éxito. Porque el racista no puede entender que somos una única especie, imitamos lo que creemos exitoso y abandonamos lo que creemos fallido, y sea que acertemos o no, así evolucionan en el transcurso de sus vidas los individuos y a más largo plazo las culturas. 

Por supuesto que también nos aferramos emocionalmente a lo nos daña en lugar de favorecernos, pero eso se debe a que la humanidad emplea dos códigos morales simultáneos muy difíciles de conciliar —y no puede funcionar sin ambos—  el tribal más primitivo del altruismo, la comunidad de fines y la absurda identificación de la igualdad de resultados con justicia, un código moral claramente inclinado a la legitimación de la envidia. Y el código moral universal de la sociedad extensa con normas abstractas e impersonales. 

Una moral en la que la que la persecución del bien propio se pone, tan involuntaria como eficientemente, al servicio del bien ajeno en el proceso de mercado y en la que el aislamiento xenófobo cede al intercambio comercial y la cooperación por auto-interés —no por altruismo o sumisión tribal— en una cada vez más compleja división del conocimiento y el trabajo, es esa la moral de la civilización y es la clave de todo el progreso humano. 

La vieja moral tribal restringida a los pequeños grupos en los que es útil, siempre que esté sometida a la las limitaciones de la moral civilizada sigue siendo indispensable para la humanidad, pero una vez que se pretende extenderla fuera de esa doble limitación lo único que se obtiene de ella es destrucción material y moral.

Y la expresión más completa y clara de retorno a la tribu —que subyace más o menos oculta en todo socialismo— es el neomarxismo de la Teoría Crítica con infinitos colectivos en permanente reclamo de agravios de todos contra todos y un profundo e hipócritamente racista primitivismo sin otro objeto que la imposición del totalitarismo para miseria de esos infinitos colectivos finalmente “liberados” sí, pero liberados de la menor esperanza de una vida digna, triste verdad de la “liberación” revolucionaria socialista. 

Pero si usted, amigo conservador, todavía duda que el “antirracismo” woke es el más hipócrita, condescendiente y eficaz racismo, júzguelo por sus frutos: proponen —e imponen— a las comunidades de “razas” a las que dicen empoderar y liberar mucho más de las mismas políticas “sociales” progresistas que por más de medio siglo las han hundido en cada vez mayor pobreza, dependencia y desesperanza, con supuestas “buenas intenciones” —buenas intenciones en que tras medio siglo de esos resultados ya no podemos creer— y notará que, como dije antes aquí, las políticas más eficazmente racistas se impulsan hoy en nombre del antirracismo.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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