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La ignorancia constitucional conduce a la tiranía de la mayoría


Por Gary M. Galles

El Día de la Constitución —17 de septiembre— marca el aniversario de su firma en 1787. Se les enseñará a los estudiantes sobre ella… pero no por su importancia. Ahora es un tema obligatorio para todas las instituciones educativas que reciben ayuda federal. Sin embargo, lo que no se enseñará es la ironía de ese requisito, que se originó en el hombre que entonces se describía como el principal erudito constitucional del Senado, mientras que entraba claramente en conflicto con la Constitución.

En 2004, el senador Robert Byrd (D.-WV) añadió este requisito a un proyecto de ley de gastos repleto de clientelismo que era descaradamente incompatible con el bienestar general de los americanos. También sobrepasó claramente la restricción de la 10ª Enmienda de que el Gobierno federal se limite a sus poderes enumerados.

Dejando de lado su “solución”, Byrd tenía razón sobre el inadecuado conocimiento constitucional de los americanos. Como concluyó una encuesta del Centro Nacional de la Constitución, sólo uno de cada seis de nosotros afirmó tener un conocimiento detallado de la Constitución, a pesar de que dos tercios dijeron que era “absolutamente esencial” tenerlo.

En otras palabras, los americanos saben muy poco sobre su Constitución como para mantener las libertades que fue diseñada para proteger. En cambio, la ignorancia nos lleva a sacrificar derechos por una deferencia indebida a la regla de la mayoría.

La Constitución de Estados Unidos no avalaba el gobierno de la mayoría. Los fundadores sí creían en la votación para seleccionar a quién se le debía confiar el poder del gobierno, pero la cuestión más importante y previa que abordaron fue: “¿Qué poderes delega el pueblo en el gobierno federal para que los ejerza en su nombre?”. Por eso gran parte de la Constitución, en particular la Carta de Derechos, está dedicada a lo que el gobierno no puede hacer, independientemente del sentimiento de la mayoría. Como dijo Jefferson, nuestros fundadores no lucharon por la democracia, sino por un gobierno “que somete al mal con las cadenas de la Constitución”.

De hecho, nuestros fundadores desconfiaban mucho del gobierno de una mayoría. Alexander Hamilton afirmó que “la verdadera libertad no se encuentra en los extremos de la democracia”. James Madison dijo que “las democracias… siempre se han encontrado incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad; y en general han sido tan cortas en sus vidas como violentas en sus muertes”. Thomas Jefferson advirtió que “un despotismo electivo no era el gobierno por el que luchamos”, y que “La mayoría, oprimiendo a un individuo, es culpable de un crimen, abusa de su fuerza y al actuar sobre la ley del más fuerte rompe los cimientos de la sociedad”.

Por eso la Constitución contiene múltiples normas no mayoritarias para proteger a los americanos contra los abusos federales, como el poder de veto presidencial y las super-mayorías necesarias para cambiar la Constitución. Su defensa es el fundamento del poder del Tribunal Supremo para anular leyes inconstitucionales, independientemente del número de votos del Congreso que hayan recibido.

A pesar de la antipatía de nuestros fundadores hacia el imperio de la mayoría pura, muchos piensan hoy que la oposición de nuestros fundadores a la democracia ilimitada puede ajustarse a la determinación política de todo añadiendo la frase “protegiendo también los derechos de la minoría”. Sin embargo, como dijo Ayn Rand, “Los derechos individuales no están sujetos a una votación pública; una mayoría no tiene derecho a votar los derechos de una minoría; la función política de los derechos es precisamente proteger a las minorías de la opresión de las mayorías (y la minoría más pequeña de la tierra es el individuo)”. En consecuencia, nuestro desconocimiento de la Constitución hace que creer en la protección de los derechos de las minorías no las proteja realmente cuando son superadas en las votaciones.

Dado que los americanos no entienden claramente sus derechos constitucionales contra el abuso del gobierno, el hábito imprudente de la deferencia a las mayorías políticas da lugar a que esos derechos sean aplastados cada vez que más del 50 % vota para que así sea. Los ejemplos son abundantes porque —a pesar de que la Constitución impone poderes federales estrictamente limitados y enumerados— no hay área que no alcance, si no domina. Y con la erosión de nuestras protecciones, el voto mayoritario controla cada vez más lo que nuestros fundadores pensaron que habían dejado fuera de la determinación política.

Lamentablemente, como no podemos defender eficazmente lo que sólo conocemos de manera difusa, la falta de atención de los estadounidenses a la ley suprema del país pone en peligro nuestros derechos y libertades más esenciales. Podemos pensar que tenemos derechos inalienables, como afirma la Declaración de Independencia. Pero esos derechos están protegidos por la Constitución sólo si sabemos cuáles son y recordamos que al Gobierno federal no se le concedió el poder de quitarlos sobre la base de una simple mayoría de votos.

A menos que volvamos a tomarnos nuestros derechos tan en serio como nuestros fundadores y defendamos enérgicamente las salvaguardias constitucionales que los mantienen —incluso contra las presiones de la mayoría—, el sistema de autogobierno que nos dejaron nuestros fundadores seguirá erosionándose. Pero cuando ni siquiera reconocemos la ironía de un mandato federal para promover el entendimiento de la Constitución, especialmente cuando es inconsistente con la Constitución, no estamos preparados para hacer nada para preservar efectivamente sus protecciones contra el abuso del gobierno.

Foundation for Economic Education (FEE)

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